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Columna
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Al oeste del paraíso

Dentro de los escritores latinoamericanos, la literatura de Jesús Díaz posee una entidad atípica. Alejada, entre otros, de los idilios del boom, su obra indaga las contradicciones de la revolución cubana como extensión a la remoción del experimento comunista, situación que supo convertir en materia literaria con amplios registros. Así, el joven estudiante que se planta ante la crudeza de la guerra en Los años duros; el maduro revolucionario que desgarra su vida en Las iniciales de la tierra; el escritor que descifra su existencia en Las palabras perdidas, constituyen parte de los mejores momentos de la literatura cubana y latinoamericana, a las que concede un cierto aroma del Este.

Sin incorporarse al realismo socialista, que tuvo también sus especímenes tropicales, Jesús Díaz conquistó un personal espacio literario donde los cubanos aparecen como una extraña estirpe de comunistas en Occidente: los constructores del proyecto de Marx al oeste del paraíso. Por eso, cuando decide su ruptura con la revolución y marcha al exilio para fundar el proyecto medular de la diáspora cubana, la suya es también, como lo demuestra su última y magnífica novela, Las cuatro fugas de Manuel, una zona poblada por las nuevas mafias del Este, seres infantiles ante el capitalismo; sujetos, en fin, ilusionados y al mismo tiempo perdidos en la ancha cartografía del poscomunismo.

Si sus proyectos colectivos nacieron de sus convicciones, su literatura llegó de sus dudas. Si desde los primeros se empeñó, con toda pasión, en construir un mundo mejor, desde la segunda renegó de cualquier Edén prometido. Es allí, quizá, donde hay que buscar al escritor: a un costado del paraíso; escorado en la esquina donde anclan los hombres y las contradicciones. Donde habita la literatura.

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