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Columna
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Dios está en ruinas

Dios está azul, decía en uno de sus poemas Juan Ramón Jiménez, encontrando en la línea del horizonte y en la bella inmensidad de las mañanas claras una razón para la fe. Y es verdad que uno se asombra y siente gratitud cada vez que mira la hermosura perfecta de un bosque frondoso, de una montaña nevada o un río transparente. Pero después de eso miras hacia una iglesia y, en algunas ocasiones, en lugar de acordarte del poeta Juan Ramón Jiménez te acuerdas del filósofo Elías Canetti, de aquella cosa que dijo una vez: '¡Lástima que para llegar a Dios haya que pasar por la fe!'. Como los filósofos nunca usan palabras que signifiquen una sola cosa, sino palabras poliédricas como diamantes y misteriosas como cajas chinas, supongo que esa frase significa muchas cosas, pero una de ellas creo que es la distancia que hay entre la idea de Dios como creador de la naturaleza y Dios como jefe de ese ejército de papas, obispos y sacerdotes que lo defiende en la Tierra y que ha cometido en su nombre tantos crímenes, tantos expolios, tantas atrocidades y atropellos de la razón, de la ciencia, del arte y de la libertad. Al fin y al cabo, Galileo fue procesado y condenado, precisamente, por decir que la Tierra era redonda.

La Iglesia católica tiene problemas graves y corre serio peligro, porque en este mundo lleno de pantallas encendidas donde la información se ha convertido, por fortuna, en un derecho sagrado de los ciudadanos, cada vez hay más personas que acercan su cerilla a ese reguero de pólvora que va desde los bancos del Vaticano hasta las camas de las sacristías: el tabú se ha roto como un ídolo de barro y cada mañana, al abrir los periódicos, encontramos noticias alarmantes: diócesis envueltas en escándalos financieros o en turbios negocios inmobiliarios, curas que violan a las monjas de su parroquia, misioneros que abusan de los indígenas, sacerdotes acusados de pedofilia, frailes que manosean episcopalmente a los niños en las catequesis, clérigos sobornados con vídeos eróticos por sus novios, cardenales que se rebelan contra el celibato... Dios no está azul, está en ruinas. El Dios justo y misericordioso en el que tanta gente limpia cree de todo corazón está cubierto de lodo.

La Iglesia parece sorprendida por la avalancha de las revelaciones, incapaz de hacer frente a este nuevo mundo en el que las cosas, por desagradables o vergonzosas que sean, ya no suceden a oscuras ni son invisibles, sino que salen a la luz, se vuelven del dominio público, pasan en un instante de los corros de murmuradores a las primeras páginas de los diarios. La Iglesia española, más bien, parece empeñada en perder su prestigio y en vivir en el pasado más tenebroso: un día se niega a pedir perdón por su intolerable apoyo a Franco y a los crímenes de Franco antes, durante y después de nuestra guerra civil; otro día, en cambio, se dedica a canonizar a las víctimas del bando golpista, mientras sigue ignorando a los muertos de la República, ateos sin perdón, comunistas sin campanas, malditos rojos. El tercer día, el arzobispo de Madrid se rebela contra la justicia y contra los derechos de los ciudadanos y monta un espectáculo en un templo de la ciudad que debe ser demolido porque su construcción es ilegal, porque sus muros prepotentes le roban la luz a algunos de esos ciudadanos, porque quienes lo alzaron, gloria, gloria, gloria al Señor nuestro Dios, lo hicieron saltándose, no sé si por ignorancia, descuido o a causa de la soberbia, todas las normas de la urbanidad. El Tribunal Supremo ha ordenado al alcalde de Madrid -que, en un alarde de imparcialidad y respeto por los votantes, intentó parar el derribo por todos los medios- echar abajo parte de esa iglesia de Nuestra Señora de las Fuentes, en Fuencarral.

Qué extraña la eucaristía del arzobispo Rouco en el altar de Nuestra Señora de las Fuentes. Qué raro verle pidiendo a Dios que 'cambie corazones y decisiones' para evitar que se aplique la ley y degradándolo desde su categoría de ser todopoderoso a la de aparejador o abogado de los fuertes. Qué inexplicable ver al cardenal pisoteando los derechos de unas personas, tal vez creyentes, a los que la iglesia de Nuestra Señora de las Fuentes priva de la luz. Déjense de sermones y tiren los muros. Cuando la luz vuelva a esas casas, los vecinos podrán decirlo otra vez: Dios está azul, de nuevo, esta mañana.

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