_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pase

Vicente Molina Foix

Soy un afrancesado. Hoy también. Francia es el gran modelo social y cultural de Europa incluso haciendo lógica de lo peor. Le Pen anuncia el futuro de nuestra inconsciencia, de nuestra torpe y desparramada disidencia. De nuestra tragedia. Había ya lepenes en Austria y en Italia, pero esos son países de vals y ópera bufa. El aviso nos viene ahora del país precursor. Esto va en serio, señores. Mientras tanto, metámonos al cine, donde también los franceses nos dan cien vueltas.

Se acaba de iniciar en España (lo promueve Lauren Films y sus asociados del circuito de exhibidores CAEC, en total unas 400 salas) el primer abono ilimitado de cine, que Francia conoció a principios de 2000 en medio de una tormenta de parabienes y vituperios. En marzo de ese año, la gran cadena de producción y exhibición UGC instauró la carte illimitée, por la que, pagando 15 euros, el espectador podía ver todas las películas que quisiera, en cualquier horario y sala elegida, durante un mes renovable. Los exhibidores independientes, por boca de una de sus más inteligentes y visibles cabezas, Roger Diamantis, que dirige el legendario cine parisiense Le Saint-André-des-Arts, hablaron de un 'Pearl Harbour económico' que arrasaría las pequeñas salas independientes (y con ellas las películas de bajo costo y altas miras que ellos programan). La respuesta del público francés fue muy positiva, y al cabo de unos meses, en septiembre de 2000, un productor y exhibidor de calidad tan significado como Marin Karmitz se asoció con la Gaumont para lanzar un pase similar. Karmitz estuvo al principio entre los enemigos de la carte illimitée, pero hoy opina así: 'Combatí este abono, y, como fracasé, lo acabé estableciendo contra mi voluntad. Un año y medio después admito que me equivoqué. Ha aumentado un 15% la asistencia a mis cines, y son las películas más frágiles, las que disponen de menor maquinaria propagandística, las que tienen un mayor uso de esta tarjeta-abono'. El propio Diamantis, que en un reciente número de la revista Cahiers du Cinéma no retira lo de Pearl Harbour, reconoce el éxito imparable del nuevo sistema: 'Las tarjetas han entrado en las costumbres'.

La Francia de la excepción cultural, la del 1% del presupuesto estatal destinado a la cultura, y, ahora, la del triunfante Le Pen. Allí, coincidiendo con un eficaz diseño global de la producción cinematográfica, una amplia red de ayudas y un muy numeroso público fiel al cine nacional, el fenómeno de los abonos ha revolucionado los métodos de los empresarios (muchos de los independientes se han asociado, creando sus propias fórmulas de fidelización) y los hábitos del espectador; los carnets han llevado al menos un 6% más de público a los cines. Se dice que el carnet favorece al cinéfilo empedernido, a los jóvenes con poco dinero y también fomenta la curiosidad por ver películas pequeñas, exóticas o difíciles a las que se renunciaría si hubiera que sacar una entrada específica para ellas. Otros hablan de 'bulimia de imágenes', basándose en el hecho, que a mí no me parece mal, de que un espectador que ha entrado con su tarjeta a un complejo de minicines puede, si no le gusta su película de elección, salirse y entrar a la de al lado, y así ilimitadamente.

¿Qué pasará en España? (Y no me refiero a las próximas elecciones, no soy tan cenizo). Tras la iniciativa de Lauren, con su abono anual que permite ver todas las películas de su circuito por 20 euros al mes, se anuncian otras iniciativas parecidas, aunque, de momento, esta primera tarjeta española no parece haber provocado iras ni aglomeraciones llamativas. ¿Va a funcionar aquí, nos hace falta, nos viene bien, ayudará no sólo al espectador pobre sino al pobre cine español? Toda revolución llegada de Francia es de fiar, incluso la última en lo que tiene de premonitoria, de movilizadora o preventiva. A mí me gustaría -volviendo al cine- conocer la opinión de los concernidos, oír pareceres distintos, asomarme a un debate. Saber -en suma- a qué atenerme antes de decidir a quién elijo en las urnas. Perdón: quería decir en las taquillas.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_