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Reportaje:FIN DE SEMANA

La Mancha en superlativo

Literatura, historia y buen comer en torno a Ciudad Real

Conforme se acerca a Ciudad Real, a un paso de Madrid con el AVE, el viajero piensa que no es posible que una ciudad fundada por el mismísimo Alfonso X el Sabio, para controlar el poder de la Orden de Calatrava, haya quedado del todo sepultada en el olvido, empequeñecida por el paraíso natural de las Tablas de Daimiel, por el de las Lagunas de Ruidera y el de Cabañeros, por la magia de la plaza y el corral de comedias de la villa de Almagro y por la poderosa leyenda del Quijote, presente en los molinos de Campo de Criptana, en las ventas de Puerto Lápice o las casas de labor de El Toboso de Dulcinea. Todos deliciosos parajes para cualquier visitante sensible, que parecen, sin embargo, adueñarse de todo el interés de una provincia y una capital en las que el viajero, que por de pronto desayuna las típicas flores en sartén (orfebrería de repostero árabe) y una torrija, descubrirá sin dificultad delicias menos célebres, pero no menos jugosas.

Ciudad Real parece acomplejada por su propio pasado heroico y literario, como si la poderosa unión de las armas y las letras que tuvo lugar desde la Edad Media, y a la que el propio Don Quijote dedica un discurso, la hubiese dejado exhausta. De esta unión fue testigo la noble casa en la que nació en 1451 Hernán Pérez del Pulgar, soldado de Isabel de Castilla, héroe del asedio de Granada, pero a la vez compilador de proverbios y notable hombre de letras, como corresponde al buen príncipe renacentista. El primor de la casa bien vale una visita antes de entrar en la catedral de Santa María del Prado, que, salvo por el retablo barroco de Giraldo de Merlo, reviste menor interés que las sobrias pero preciosas iglesias medievales de Santiago y San Pedro, que dan fe de lo que Ciudad Real llegó a ser del siglo XII al XVI, orgullosa de una muralla de la que hoy apenas queda nada.

Unas migas, o gachas con tiznao (guiso de bacalao desmenuzado con pimientos secos, cebolla, ajo y aceite), sabrosa cocina pastoril, con un par de copas de Torre de Gazate o de Vegaval Plata, excelentes tintos de La Mancha, repondrán al viajero antes de dirigirse al sur hacia Aldea del Rey, para ascender más tarde al cerro desde el que domina los mil ocres del páramo manchego la fortaleza de Calatrava la Nueva, un castillo-convento que la Orden del Císter levantó en defensa de la cristiandad, y cuyo carácter agreste y épico trae a la memoria el castillo cátaro de Peyrepertuse.

Un día luminoso resulta ideal para acercarse entre olivos y cereal, siguiendo la comarcal 412, a Villanueva de los Infantes. De camino nos detendremos primero en Almagro, y al corral y a la plaza añadiremos la fachada blasonada de la casa de los Fugger, banqueros flamencos del emperador Carlos I, y el elegante palacio renacentista del marqués de Torremegía. Merecerá la pena el desvío a San Carlos del Valle por su plaza del siglo XVII, exquisita, pero son las enigmáticas figuras burlescas del arranque de las torres de la iglesia del Cristo las que en verdad desconciertan. Como si el racionalismo ilustrado se mofase de la fe barroca.

La voz de un soneto

Después, la celda del viejo convento de los Dominicos de Villanueva de los Infantes, hoy hospedería, en la que murió Quevedo el 8 de septiembre de 1645. Cuando cae el sol parece que una voz anónima recita aquel soneto suyo último sobre la muerte: 'Ya formidable y espantoso suena / dentro del corazón el postrer día; / y la última hora, negra y fría, / se acerca, de temor y sombras llena...'. Y la mirada se enamora de un lienzo de Cristo descendido de la cruz, colgado en la cabecera del camastro. El rostro afligido, henchido de dolor, del ángel que figura a la derecha, alcanza una ternura infinita. El cuadro ya vale por un viaje a Villanueva, suerte de Salamanca manchega, bellísima villa señorial, en la que enseñó el preceptista Jiménez Patón.

Junto a la presencia de Quevedo en la provincia pensamos en la de Garcilaso en Corral de Calatrava; en la de Santa Teresa, fundadora en 1568 del convento de Carmelitas Descalzas de San José en Malagón, pocos kilómetros al norte; en los ecos del gran Lope en Membrilla. Y piensa el viajero que las armas y las letras se han dado la mano en las tierras de Ciudad Real desde que Jorge Manrique habitase el cercano castillo de Montizón y escribiese sus coplas. Antes de regresar a la estación de ferrocarril, y ante la disyuntiva de visitar el nuevo Museo del Quijote (Ronda de Alarcos, 1) o de subir a la ermita de Alarcos, el viajero elige esta última opción, porque desde la colina de la gran derrota cristiana de Alfonso VIII en 1195 contempla Ciudad Real sintiéndose un pájaro que sobrevuela el paisaje, pero también la historia.

La plaza Mayor de Almagro destaca por sus corredores acristalados y los soportales sobre 85 columnas.
La plaza Mayor de Almagro destaca por sus corredores acristalados y los soportales sobre 85 columnas.C. BOURET

GUÍA PRÁCTICA

Dormir

- NH Ciudad Real (926 21 70 10). Avenida de Alarcos, 25. Ciudad Real. Funcional y confortable. Muy céntrico. La doble, entre 55 y 64 euros. - Hospedería Real. El Buscón de Quevedo (926 36 17 88). Frailes, 1. Villanueva de los Infantes. En el antiguo convento de los Dominicos del siglo XVI. De 58 a 64 euros.

Comer

- Asador San Huberto (926 25 22 54). Pasaje General Rey, 8. Ciudad Real. Impecable cocina manchega tradicional. Sabrosos asados y buena bodega. Unos 25 euros. - Doña Felisita (926 22 46 50). Plaza de España, 3. Ciudad Real. Nuevo, pero con los años de experiencia y buena cocina de Juan Rabadán. Exquisitos el cazón adobado y el cochifrito ronchón. Unos 15 euros. - La Membrilleja (926 69 30 64). Carretera de Pozuelo a Torralba, kilómetro 5. En una finca campera, el joven chef Álvaro Salmerón reinterpreta la cocina manchega tradicional con lenguaje de alta cocina. Paté de perdiz y revuelto de criadillas de monte. En junio se traslada a Carrión. De 30 a 40 euros.

Información

- Turismo de Ciudad Real (926 20 00 37, y www.viajealamancha.com).

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