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El tejido virtuoso

Es un hecho incontestable que la investigación en las universidades españolas ha aumentado espectacularmente en los últimos años, y aún quizá más en las catalanas. También ha mejorado el desarrollo tecnológico de las empresas. En una tal situación, se corre el riesgo de mirar hacia atrás complaciéndonos en el progreso realizado, sin darnos cuenta de que aún estamos a la mitad del camino que nos queda por recorrer en la marcha hacia los niveles medios de la Unión Europea. Una buena receta para no caer en esta tentación es darse una vuelta por uno de los puntos más desarrollados del planeta en estos aspectos. Es lo que he tenido ocasión de hacer recientemente acompañando al presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, en su último viaje a California.

El sincrotrón de California se inscribe en un entorno universitario y tecnológico

Supongo que su invitación estuvo relacionada con las visitas a las dos fuentes de luz de sincrotrón que hay en la zona, la Advanced Light Source, del Lawrence Berkeley Laboratory, y la de la Universidad de Stanford, modelos que tener en cuenta con vistas al proyecto que el presidente acaricia desde hace unos 10 años de albergar en Cataluña la fuente de luz de sincrotrón que necesita el suroeste de Europa. Pero para mí, las visitas a estas instalaciones, por lo demás parecidas a otras existentes en Europa, no fueron lo más atractivo del viaje.

Lo más interesante para mí fue contemplar el magnífico tejido formado por un completo y variado sistema universitario, unos laboratorios nacionales de primera magnitud y un conjunto de empresas de alta tecnología de los más diversos tamaños, desde pequeñas empresas surgidas del entorno investigador hasta aquéllas que surgieron hace decenios y que ya son verdaderas multinacionales. Hablo de tejido, no de compartimientos estancos, ya que las relaciones existentes entre los diversos sectores son de todo tipo, desde las de un Community College que forma a los técnicos de una gran empresa hasta las de un gran campus de investigación del que se desprende una pequeña empresa de tecnología de punta. Un tejido que, lamentablemente, permite intuir que la separación entre Estados Unidos y Europa en materia de investigación y desarrollo, en vez de reducirse se amplía (con la excepción, en opinión del presidente de Stanford, de algunos países nórdicos, por sus éxitos, y de España, por su bajo punto de partida).

La flexibilidad y la diversificación del sistema de educación superior del Estado de California nos haría morir de envidia si no recordáramos que hemos de avanzar sin deprimirnos. La Universidad de California, con 10 campus y 3 laboratorios nacionales (uno de ellos el Lawrence), fuertemente financiada por el Estado, alberga a casi tantos estudiantes como el conjunto de las universidades catalanas. Pero se trata sólo de la punta del iceberg del sistema. Junto a ella está la Universidad del Estado de California, que forma a casi 400.000 estudiantes en sus 23 campus y que recibe una financiación por estudiante bastante menor. Por último, el conjunto de 108 Community Colleges que imparten los dos primeros cursos a 1,5 millones de estudiantes (los de todas las universidades españolas), con una financiación por estudiante aún menor y que curiosamente iguala a la media de lo que reciben por estudiante nuestras universidades.

Pero lo importante es la flexibilidad del sistema en cuanto a los tipos de estudios que se ofrecen, siempre abiertos a las necesidades de las empresas y sin olvidar la ciencia básica. También es importante la permeabilidad del sistema, tanto en los cambios entre centros como entre los centros y las empresas. Un exponente de este último es que, por ejemplo, la edad media de los 10.000 estudiantes del Mission College es de 29 años, lo que demuestra que la tan manoseada idea de la educación a lo largo de toda la vida allí ya va siendo una realidad.

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Otro de los elementos impactantes es el de los grandes centros de investigación. Por una parte, existen los tres mencionados laboratorios nacionales (instalaciones tan infrecuentes entre nosotros) o algunos centros de la NASA (que colaboran estrechamente con algunos campus, como el de San José). Todos ellos trabajan bajo un régimen de proyectos financiados competitivamente por el Estado federal, lo cual les obliga a su constante renovación. Pero también abundan las iniciativas privadas en investigación puntera, desde grandes centros pluridisciplinarios como el International Stanford Research Institute hasta los impresionantes laboratorios de las grandes empresas, que sólo subsisten si están en la cresta de la ola. Este conjunto está, además, alimentado por el constante surgimiento de pequeñas empresas de spin-off, de las que sólo tienen éxito 1 de cada 19, cifra que consideran insuficiente. No sé qué porcentaje de éxito debemos tener nosotros ya que dudo que en los últimos años se hayan creado más de 19 empresas de spin-off, pero sí sé que una de ellas, tras 14 años de funcionamiento exitoso, ha abierto una sucursal en pleno San Francisco, cuya sede pudo inaugurar el presidente Pujol.

Si bien la contemplación de la situación californiana desde nuestro nivel tiene el riesgo de deprimirnos, tenemos que ser capaces de tomarla como un objetivo lejano y preguntarnos cuáles son las claves de su éxito. Muy probablemente algunas deben de ser la competitividad, los buenos profesionales y los estímulos que se les ofrecen. Este objetivo a largo plazo nos ha de estimular a alcanzar, en un plazo más inmediato, el nivel europeo al que, ineludiblemente, debemos aspirar.

Ramon Pascual es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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