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LECTURA

Memorias de José Ortega Spottorno

Todo buen periódico debe dedicar campañas e informaciones a cubrir los vacíos, las zonas baldías que dejen en cada momento el Estado, los organismos de todo orden y la misma sociedad.

Cuando la política amenaza con derivar a la dictadura o al caciquismo, debe defender más que nunca la libertad; cuando la corrupción gangrena los agentes políticos o sociales, debe denunciar el delito y exigir la depuración, y cuando, como en la riada que comentamos, no existen servicios de socorro ni ayudas estatales de zonas catastróficas y todo es improvisación, debe levantar su voz más potente la solidaridad de los demás y ayudar a remontar los desastres. El Imparcial hizo esto, y para no pecar de orgullo familiar al contarlo, dejo la palabra al cronista oficial de la ciudad, Francisco Domínguez Tendero, que pertenece como yo al mundo del papel. Este ilustre cronista ha sido, junto con el alcalde Gumersindo Quijorna del Álamo, el alma de esta celebración y autor de una excelente Memoria-centenario, a un mismo tiempo erudita y periodística, de la que he sacado todo mi saber sobre los sucesos relatados.

Clarín a Ortega Munilla antes de ser nombrado éste director del diario: 'El Imparcial' va cayendo en cierta aridez 'noticieril' que le hace parecerse demasiado a los demás periódicos'
Tras el desastre del 98, los diarios nacionales comenzaron a disminuir sus ventas, quizá porque sus lectores habían perdido fe por no haberles informado a tiempo de lo que se ventilaba en Cuba y Filipinas
Cuando la política amenaza con derivar a la dictadura o al caciquismo, todo buen periódico debe defender más que nunca la libertad; cuando la corrupción gangrena los agentes políticos, debe denunciar el delito y exigir la depuración

Y así, leemos en sus páginas: 'José Ortega Munilla se convirtió en capitán de una empresa excepcional: El Imparcial en Consuegra, trasladando a la villa siniestrada un verdadero cuerpo de redacción. Abrió por sí mismo una suscripción con una aportación inicial correspondiente al importe total de la venta del diario de cinco días más el salario de un día de toda la plantilla (...) y construyó un barrio, que aún lleva el nombre de El Imparcial, de unas 100 viviendas, para los que habían perdido la suya en la riada y, por su pobreza, no constaban en el amillaramiento...'.

Cuenta también el cronista que mi abuelo prohijó a un huérfano, el niño Dolores, al que albergó en su casa madrileña y al que dio carrera y porvenir. (...) Yo recuerdo haberlo visto de pequeño, él mayor -Lolo o Lolillo, como le llamaban-, visitando a mis abuelos.

'Un amplio paseo en la margen izquierda del Amarguillo -ya domesticado- lleva el nombre de Ortega Munilla para testimoniar el agradecimiento de los consaburenses por su labor, y hay un nuevo barrio que lleva el nombre del periódico, cuya parroquia está dedicada a san Rafael, en memoria de Rafael Gasset'. (...)

Gasset y Ortega

No más tarde de marzo de 1899, Silvela formaba gobierno y Rafael Gasset entraba como ministro de Agricultura, el primero con ese nombre, que abarcaba además las obras públicas -más adelante, en 1905, Gasset lo denominaría Ministerio de Fomento- para desarrollar su política hidráulica regeneracionista. Ese mismo año había celebrado segundas nupcias con Rita Díez de Ulzurrun, hija del marqués de San Miguel de Aguayo. De este enlace nacerían cinco hijos: Luis, Caridad, Rita, José y Eduardo.

Como era elemental, la ascensión de Rafael Gasset al Gobierno de la nación llevó consigo su dimisión como director del periódico. Su cuñado y permanente artífice del mismo, José Ortega Munilla, asumía esa dirección desde el 19 de abril de 1900. En el número de ese día, Rafael Gasset se despedía de los redactores, y éstos le deseaban buena suerte y energía en su nueva singladura política, y afirmaban que 'desde hoy El Imparcial y el señor Gasset vivirán en esferas distintas'. Pero uno de los miembros más importantes de esa redacción, don Manuel Troyano, se desentendió pronto de 'la guía del periódico, con los editoriales en lo político, con sus fondos, emprendiendo una campaña de reportajes sobre temas económicos e industriales' . Y el propio Clarín escribía al nuevo director pocos días antes de su nombramiento que 'El Imparcial va cayendo en cierta aridez noticieril que le hace parecerse demasiado a los demás periódicos, lo cual es un peligro que acaso se deja notar mejor desde lejos. Apenas queda ahí un soplo literario, y eso no es bueno, créanlo ustedes'. [Carta del 8 de diciembre de 1899. Nota del autor].

Y ese peligro de que el periódico fuera a perder su santa independencia política se vio forzado por la indignación que produjo a la hermana mayor, Manuela, casada con el señor López Mora, el que aceptara su hermano Rafael la cartera de Agricultura. 'Recordó', según Gonzalo Redondo por conversaciones que tuvo con los sobrinos de doña Manuela, Gerardo y Ramón Gasset Neyra, 'que cuando su padre fue ministro de Ultramar con don Amadeo se notó en el periódico. Doña Manuela acabaría por vender su parte en El Imparcial y se retiraría por completo de la empresa familiar'. [Gonzalo Redondo: Las empresas políticas de Ortega y Gasset. Rialp, Madrid, 1970. Nota del autor].

Por otro lado, tras el 'desastre', los diarios nacionales, en general, comenzaron a disminuir sus ventas, quizá porque sus lectores habían perdido fe en unas publicaciones que no les habían informado a tiempo de lo que se ventilaba en Cuba y Filipinas, o quizá por esa falta de pulso general del país. Ortega Munilla llegaba así a la dirección del periódico más prestigioso de España en un momento difícil. Pero su coraje y capacidad de trabajo le llevarían a superar en gran medida todos los obstáculos y recuperar en parte su liderazgo.

Si Ortega Munilla estuvo siempre abrumado de trabajo, al tomar la dirección de El Imparcial se quedó sin el menor resquicio de tiempo libre. Un periodista que estuvo durante años en la redacción de ese periódico ha descrito de forma vívida lo que era entonces la penosa y apasionante jornada de mi abuelo. Se trata de Julio Romero, en un artículo que tituló El periodista español más completo: Ortega Munilla porque consideraba 'que fue eminente en todas las secciones: como escritor, como director, como profesional que pudiéramos llamar integral, como cultivador de cuantas apetencias afloraban el interés de los lectores'. [Gaceta de la Prensa Española, número 179. Madrid, 15 de mayo de 1966. Nota del autor).

Vida de un periodista

'Llegaba Ortega Munilla', recuerda Romero, 'al periódico, instalado a la sazón en la calle de Mesonero Romanos, entre nueve y 9.15 de la noche, en un simón, por el invierno; en una manuela desde la primavera hasta bien entrado el otoño. Como la tercera y última edición de provincias se tiraba a las siete de la tarde, de la redacción del día ya no quedaba nadie en el edificio, y de los redactores que componíamos la plantilla de la noche casi siempre no estábamos todavía más que dos o tres. Entraba inmediatamente en su despacho, y el conserje -que se llamaba Iglesias y no sabía leer ni escribir aunque distinguía los distintos periódicos de entonces por su formato y tipo de letra- le llevaba 'las vituallas de la jornada'. Esas 'vituallas' eran las 10 botellas grandes de cerveza que consumía a través de la noche -pues no abandonaba el periódico hasta las siete de la mañana, hora en que ya echaba un vistazo a la prensa matutina de aquel mismo día-, un mazo de puros de a 15 céntimos (tagarninas) que se fumaba durante esas diez horas, y más de media docena de cajas de cerillas que empleaba, casi automáticamente, para encender y reencender toda esa cantidad de tabaco'.

Por cierto, dato curioso: ese conserje era también el encargado de dar un duro diariamente, en cuanto aparecía Ortega, a un desaprensivo individuo que le aguardaba en la portería fumándose su buena cachimba. El pródigo Ortega Munilla le había resuelto la vida.

'La lectura de la prensa vespertina le llevaba a Ortega más de una hora. La Correspondencia de España, Heraldo de Madrid, La Época, Diario Universal, El Correo, El Siglo Futuro y otros. A las diez y media, pues, aproximadamente, el maestro Ortega formaba su composición de lugar. Su amanuense, el infatigable Montañés, se situaba ya en su silla -su verdadero potro- y puede decirse que, cuartilla a cuartilla -por entonces empezaron a aparecer las primeras máquinas de escribir- [años después sólo escribía en una Underwood americana que yo he manejado de niño en su casa de Claudio Coello. También ensayó un cilindro de cera para grabar dictados, pero nunca funcionó bien. Nota del autor], no daba fin a su tarea hasta las 4.30 o cinco de la madrugada. Porque es de advertir que, aunque los diarios de aquel tiempo sólo constaban de cuatro páginas (excepto los lunes en El Imparcial para su página literaria), Ortega prácticamente se hacía todo el periódico, salvo, naturalmente, las secciones que tenían su titular, como la Cháchara diaria de Mariano de Cavia, o sus Despachos del otro mundo con los que alternaba; los Ecos de Sociedad de Montecristo; los estrenos y demás actividades teatrales, que redactaba don José de la Serna; los artículos humorísticos de Luis Taboada; las revistas de toros, a cargo de Eduardo Muñoz, que también tenía a su cargo la información municipal; los Tribunales, por Nicolás de Leyva; los comentarios militares, firmados por Julio Amado (Rectitudes); la crónica médica que ostentaba el doctor Verdes Montenegro, y la crónica de arte de don Francisco Alcántara'.

'El primer fruto de la jornada era el artículo de fondo, de inexcusable inserción en aquellos tiempos, que Ortega dictaba sin titubear...'. (Todavía estaba Troyano para ayudarle, y luego se incorporaría, durante unos meses, Cuartero, cuya mayor gloria periodística fue después en el Abc -añado yo).

'Cuando entregaba ese editorial a las linotipias es cuando -añade el cronista- iban llegando a la redacción las informaciones de los redactores de calle (muchas, procedentes del Gobierno Civil de Madrid y del Juzgado de Guardia). Ortega solía elegir los acontecimientos más propicios a su fantasía y a su instinto periodístico... y plasmaba en prosa amenísima y atractiva lo que el lector saboreaba horas después.

'En cuanto a sus resortes directoriales', termina diciendo Julio Romero, 'colocaba de tal manera sus peones al terminar sus dictados y salir el número del día, que de antemano tenía asegurado el éxito para el número siguiente. Y todo con una profusión de estilos y una ponderación tan singular que nadie diría que asuntos tan diversos como él afrontaba cotidianamente habían salido de la misma pluma. Por otra parte, su eminente posición periodística y el ser diputado a Cortes le procuraban tan especiales informes que muchos compañeros de la redacción pasaron con frecuencia ratos angustiosos al exponerle verbalmente las noticias que aportaban y advertir que el maestro Ortega disponía de elementos informativos mucho más precisos y preciosos -y a veces contrarios- que los que ellos llevaban'. (...)

Ortega Munilla suele escribirle dictando sus cartas, como sus párrafos para el periódico, a su fiel amanuense Montañés. Por eso su hijo se sorprende al recibir una cuartilla escrita de puño y letra de su padre. 'Cuanto te diga para declararte la impresión que me ha producido la cuartilla escrita de tu puño y letra será vano e insuficiente. La amargura toda, el horrible pesimismo que había en ti al escribirla, ha pasado a mí y he dado unas vueltas por estas calles tan alegres, tan llenas de mujeres hermosas y de hombres contentos con la vida en general y con ser prusianos en particular, sintiendo dentro de mí un ensordecimiento dolorosísimo'.

Más sinceridad

Y líneas más adelante es aún más sincero: 'Padre de mi alma: yo no quiero dármela de adivino, pero ya sabía yo que te iba ganando esa horrible desolación, esa convicción práctica del vacío y necedad de todo y de la ingratitud de la vida. Yo veía cómo poco a poco se te iba metiendo en el ánimo y poniéndolo oscuro, a ti que habías sido siempre tan formidable torrente de fuerzas de vida que te has pasado derrochándolas sin detenerte a economizar, sin tener miedo al camino: Yo no sé por qué en este mes pasado solía oprimirme esta idea de tu amargura y cogía la pluma para escribirte, seguro de que lo que te dijera, no por ser agudo, sino por ser mío, había de sahumarte un poco esa almaza que tienes tan cansada. Pero luego se me quebraba la pluma en el aire por ese temor, un tanto y un mucho religioso, que siente todo hijo al pisar los umbrales de lo que en su padre hay de hombre, no de padre. Hoy siento no haberlo hecho'.

'Tu vida, papaíto querido, tiene dos enfermedades: una puramente exterior, que es el género y cantidad de tu trabajo; no insisto en ella. La otra es vivir desde hace diez años sin ninguna aspiración personal. Esto es tolerable en una vida ociosa o en una vida sin imaginación. ¡Y tú precisamente eres de una actividad enorme y de una imaginación incansable! Creo que hay pocos hombres a tu edad que tengan menos ilusiones. De los que yo conozco más o menos cerca sólo veo a N. Ledesma [se refiere a Francisco Navarro Ledesma], que es también un hombre bueno y lleva análogo camino de prematura secación. Esto es una falta de previsión; antes de que ese caso llegue hay que torcer camino, virar, sea como sea, pase lo que pase, hacia otra cosa más o menos imaginaria para que pueda ser una meta... Luego de años, un día, entre si sale o no sale el sol, se nos hace de noche por completo y todo se ha consumado. Nuestra muerte carece de importancia, como había carecido nuestra vida. No hemos gozado nada que merezca la pena y hemos tenido dolores físicos y congojas morales que son lo único positivo. ¿Es esto una razón para entristecerse? No señor... porque tampoco es de atender la amargura. Pero tú, papá, no estás en el caso de hablar aún de achaques ni de decir que no sirves para nada. Ésas son malas ideas que te ha soplado la neurastenia en un momento que habías dejado la voluntad en un rincón del ánimo como se deja un bastón. Los años más bellos -para el que sabe mirar- y los más fecundos, en los que se goza con más paladeo lo poco de atractivo que tiene la vida, que son los sentimientos templados (no las pasiones) y las ideas, y en los que se pueden dar las frutas más glucosas como uvas de moscatel, son los que tienes por delante... El exceso de trabajo aún no te ha vencido, ni mucho menos: eres un roble, y aun el roble, si lo podan y lo orean y lo desespadañan, puede dar los más recios días en medio del bosque. Pero es preciso apartarlo del camino real y llevarlo a una buena clariere tranquila y húmeda... El periódico, según mis noticias, sigue mejor que nunca. Sólo una cosa es necesaria: que pienses en ti y cortes por lo sano. Ninguna razón se opone a ello... y el hecho de que hayas dado veinte años de tu vida al periódico no es una razón para que sigas amarrado a él con la misma exacerbación'.

Hacer otra vida

'Así pues', concluye su hijo, 'hora es ya de que pienses seriamente en hacer otra vida... Te espera la época más fecunda y segura de la labor literaria, de enjugamiento de tus aficiones en nuestro hogar, que si hoy es feliz, el día que tú pudieras gozarlo sería mucho más: tienes pocas necesidades, como todos nosotros, todos somos inteligentes en tu casa... Ahora, si no tienes decisión para saltar por algunas cosas y cambiar tu forma de vida, no te quejes. A la vuelta de un año de vida descansada, con ocios, entre lecturas sosegadas, te verías tan fuerte interiormente como a los 30 años'. (...)

Advertencias y consuelos

Estas advertencias y consuelos que intenta dar a su padre, cuya alma está crecientemente abrumada, como ese fragor que precede al terremoto, no le impiden criticar algunas cosas del periódico que lee con avidez. 'Tengo el suficiente criterio', dice a su padre el 19 de octubre, 'para pensar y afirmar que es preciso cambiar de manera. No hay en todo el periódico una cosa alegre, ligera, atractiva: las columnas son hoscas y cejijuntas; la mayor parte de los artículos, palabras viejas y hartas de ser conocidas (...). Todo esto que tanto me molesta decirte viene a parar a decirte lo siguiente: es preciso dar nueva fisonomía -cosa que siempre ha sido tu teoría y tu secreto- y ésta sólo puede hacerse mediante especialización de los que han de hacerlo, (teniendo) cada rincón de asunto su especialista con cierta libertad y personalidad'. Y aprovecha para decirle que 'esa especialización supone más complicada organización y vigilancia: esto es lo que tiene que ser el director (...), caminar hacia un periódico todo él vivo y chispeante y sin palabras generales (...). Mira cómo la misma marcha y necesidad del periódico pide que mudes el género de tus faenas, (las cuales) en mi opinión deben ser dar el tono general, podar los caracteres excesivos y los excesivos deseos de resaltar, velar por la honorabilidad de los impulsos, encargarse especialmente del credo político: en fin, de descubrir y atraer a los hombres que por disposición divina llegan al mundo para hacer tal cosa y no otras (...). Todo lo que no sea eso me parece vano. Tu desilusión actual es en buena parte ver que, no obstante tu trabajo, no logras hacer un imposible...'. 'Se me olvida decirte', añade, 'que un signo terrible de lo que pasa al periódico es la supresión, por haches o por erres, de Los Lunes...'.

No se hace muchas ilusiones el joven Ortega de que su padre tome en serio sus observaciones. Es más, en muchas cartas se tiene que defender de que le censure estar demasiado tiempo fuera de España sin comprender bien las profundas razones que le llevaron a Alemania. Y no es por falta de cariño, porque en otra carta del 19 de octubre le dice: 'Ahora me echas de menos; llegaré ahí, me chillarás en la estación y si hoy, por no tenerme delante, tienes ilusiones de que mi presencia te produzca mejora durable en el ánimo, las perderás poco a poco'. Y le insiste: 'Tú hablas de ti como si se tratara de un ser al cabo de la vida. Sobre la razón suprema de tu trabajo inhumano cae ese inviernillo del salto a los cincuenta (...) a tu edad no hay derecho todavía a pensar en una vejez dulce y reposada. Dame a mí que hagas otro género de vida y del resto me encargo yo. Si no todo será vano: el carácter se te hará más lóbrego y húmedo, como esos cuartos oscuros de los sótanos donde nacen las acres flores del salitre. Con esa actitud enturbiarás la felicidad de tu vida, acongojarás a mamá, harás el ánimo de Rafaela y el de nosotros todos más tímido y hosco ante la vida (¡ojo! que no son palabras), y todo ello sin razón, motivo, causa, explicación'.Todo buen periódico debe dedicar campañas e informaciones a cubrir los vacíos, las zonas baldías que dejen en cada momento el Estado, los organismos de todo orden y la misma sociedad.

Cuando la política amenaza con derivar a la dictadura o al caciquismo, debe defender más que nunca la libertad; cuando la corrupción gangrena los agentes políticos o sociales, debe denunciar el delito y exigir la depuración, y cuando, como en la riada que comentamos, no existen servicios de socorro ni ayudas estatales de zonas catastróficas y todo es improvisación, debe levantar su voz más potente la solidaridad de los demás y ayudar a remontar los desastres. El Imparcial hizo esto, y para no pecar de orgullo familiar al contarlo, dejo la palabra al cronista oficial de la ciudad, Francisco Domínguez Tendero, que pertenece como yo al mundo del papel. Este ilustre cronista ha sido, junto con el alcalde Gumersindo Quijorna del Álamo, el alma de esta celebración y autor de una excelente Memoria-centenario, a un mismo tiempo erudita y periodística, de la que he sacado todo mi saber sobre los sucesos relatados.

Y así, leemos en sus páginas: 'José Ortega Munilla se convirtió en capitán de una empresa excepcional: El Imparcial en Consuegra, trasladando a la villa siniestrada un verdadero cuerpo de redacción. Abrió por sí mismo una suscripción con una aportación inicial correspondiente al importe total de la venta del diario de cinco días más el salario de un día de toda la plantilla (...) y construyó un barrio, que aún lleva el nombre de El Imparcial, de unas 100 viviendas, para los que habían perdido la suya en la riada y, por su pobreza, no constaban en el amillaramiento...'.

Cuenta también el cronista que mi abuelo prohijó a un huérfano, el niño Dolores, al que albergó en su casa madrileña y al que dio carrera y porvenir. (...) Yo recuerdo haberlo visto de pequeño, él mayor -Lolo o Lolillo, como le llamaban-, visitando a mis abuelos.

'Un amplio paseo en la margen izquierda del Amarguillo -ya domesticado- lleva el nombre de Ortega Munilla para testimoniar el agradecimiento de los consaburenses por su labor, y hay un nuevo barrio que lleva el nombre del periódico, cuya parroquia está dedicada a san Rafael, en memoria de Rafael Gasset'. (...)

Gasset y Ortega

No más tarde de marzo de 1899, Silvela formaba gobierno y Rafael Gasset entraba como ministro de Agricultura, el primero con ese nombre, que abarcaba además las obras públicas -más adelante, en 1905, Gasset lo denominaría Ministerio de Fomento- para desarrollar su política hidráulica regeneracionista. Ese mismo año había celebrado segundas nupcias con Rita Díez de Ulzurrun, hija del marqués de San Miguel de Aguayo. De este enlace nacerían cinco hijos: Luis, Caridad, Rita, José y Eduardo.

Como era elemental, la ascensión de Rafael Gasset al Gobierno de la nación llevó consigo su dimisión como director del periódico. Su cuñado y permanente artífice del mismo, José Ortega Munilla, asumía esa dirección desde el 19 de abril de 1900. En el número de ese día, Rafael Gasset se despedía de los redactores, y éstos le deseaban buena suerte y energía en su nueva singladura política, y afirmaban que 'desde hoy El Imparcial y el señor Gasset vivirán en esferas distintas'. Pero uno de los miembros más importantes de esa redacción, don Manuel Troyano, se desentendió pronto de 'la guía del periódico, con los editoriales en lo político, con sus fondos, emprendiendo una campaña de reportajes sobre temas económicos e industriales' . Y el propio Clarín escribía al nuevo director pocos días antes de su nombramiento que 'El Imparcial va cayendo en cierta aridez noticieril que le hace parecerse demasiado a los demás periódicos, lo cual es un peligro que acaso se deja notar mejor desde lejos. Apenas queda ahí un soplo literario, y eso no es bueno, créanlo ustedes'. [Carta del 8 de diciembre de 1899. Nota del autor].

Y ese peligro de que el periódico fuera a perder su santa independencia política se vio forzado por la indignación que produjo a la hermana mayor, Manuela, casada con el señor López Mora, el que aceptara su hermano Rafael la cartera de Agricultura. 'Recordó', según Gonzalo Redondo por conversaciones que tuvo con los sobrinos de doña Manuela, Gerardo y Ramón Gasset Neyra, 'que cuando su padre fue ministro de Ultramar con don Amadeo se notó en el periódico. Doña Manuela acabaría por vender su parte en El Imparcial y se retiraría por completo de la empresa familiar'. [Gonzalo Redondo: Las empresas políticas de Ortega y Gasset. Rialp, Madrid, 1970. Nota del autor].

Por otro lado, tras el 'desastre', los diarios nacionales, en general, comenzaron a disminuir sus ventas, quizá porque sus lectores habían perdido fe en unas publicaciones que no les habían informado a tiempo de lo que se ventilaba en Cuba y Filipinas, o quizá por esa falta de pulso general del país. Ortega Munilla llegaba así a la dirección del periódico más prestigioso de España en un momento difícil. Pero su coraje y capacidad de trabajo le llevarían a superar en gran medida todos los obstáculos y recuperar en parte su liderazgo.

Si Ortega Munilla estuvo siempre abrumado de trabajo, al tomar la dirección de El Imparcial se quedó sin el menor resquicio de tiempo libre. Un periodista que estuvo durante años en la redacción de ese periódico ha descrito de forma vívida lo que era entonces la penosa y apasionante jornada de mi abuelo. Se trata de Julio Romero, en un artículo que tituló El periodista español más completo: Ortega Munilla porque consideraba 'que fue eminente en todas las secciones: como escritor, como director, como profesional que pudiéramos llamar integral, como cultivador de cuantas apetencias afloraban el interés de los lectores'. [Gaceta de la Prensa Española, número 179. Madrid, 15 de mayo de 1966. Nota del autor).

Vida de un periodista

'Llegaba Ortega Munilla', recuerda Romero, 'al periódico, instalado a la sazón en la calle de Mesonero Romanos, entre nueve y 9.15 de la noche, en un simón, por el invierno; en una manuela desde la primavera hasta bien entrado el otoño. Como la tercera y última edición de provincias se tiraba a las siete de la tarde, de la redacción del día ya no quedaba nadie en el edificio, y de los redactores que componíamos la plantilla de la noche casi siempre no estábamos todavía más que dos o tres. Entraba inmediatamente en su despacho, y el conserje -que se llamaba Iglesias y no sabía leer ni escribir aunque distinguía los distintos periódicos de entonces por su formato y tipo de letra- le llevaba 'las vituallas de la jornada'. Esas 'vituallas' eran las 10 botellas grandes de cerveza que consumía a través de la noche -pues no abandonaba el periódico hasta las siete de la mañana, hora en que ya echaba un vistazo a la prensa matutina de aquel mismo día-, un mazo de puros de a 15 céntimos (tagarninas) que se fumaba durante esas diez horas, y más de media docena de cajas de cerillas que empleaba, casi automáticamente, para encender y reencender toda esa cantidad de tabaco'.

Por cierto, dato curioso: ese conserje era también el encargado de dar un duro diariamente, en cuanto aparecía Ortega, a un desaprensivo individuo que le aguardaba en la portería fumándose su buena cachimba. El pródigo Ortega Munilla le había resuelto la vida.

'La lectura de la prensa vespertina le llevaba a Ortega más de una hora. La Correspondencia de España, Heraldo de Madrid, La Época, Diario Universal, El Correo, El Siglo Futuro y otros. A las diez y media, pues, aproximadamente, el maestro Ortega formaba su composición de lugar. Su amanuense, el infatigable Montañés, se situaba ya en su silla -su verdadero potro- y puede decirse que, cuartilla a cuartilla -por entonces empezaron a aparecer las primeras máquinas de escribir- [años después sólo escribía en una Underwood americana que yo he manejado de niño en su casa de Claudio Coello. También ensayó un cilindro de cera para grabar dictados, pero nunca funcionó bien. Nota del autor], no daba fin a su tarea hasta las 4.30 o cinco de la madrugada. Porque es de advertir que, aunque los diarios de aquel tiempo sólo constaban de cuatro páginas (excepto los lunes en El Imparcial para su página literaria), Ortega prácticamente se hacía todo el periódico, salvo, naturalmente, las secciones que tenían su titular, como la Cháchara diaria de Mariano de Cavia, o sus Despachos del otro mundo con los que alternaba; los Ecos de Sociedad de Montecristo; los estrenos y demás actividades teatrales, que redactaba don José de la Serna; los artículos humorísticos de Luis Taboada; las revistas de toros, a cargo de Eduardo Muñoz, que también tenía a su cargo la información municipal; los Tribunales, por Nicolás de Leyva; los comentarios militares, firmados por Julio Amado (Rectitudes); la crónica médica que ostentaba el doctor Verdes Montenegro, y la crónica de arte de don Francisco Alcántara'.

'El primer fruto de la jornada era el artículo de fondo, de inexcusable inserción en aquellos tiempos, que Ortega dictaba sin titubear...'. (Todavía estaba Troyano para ayudarle, y luego se incorporaría, durante unos meses, Cuartero, cuya mayor gloria periodística fue después en el Abc -añado yo).

'Cuando entregaba ese editorial a las linotipias es cuando -añade el cronista- iban llegando a la redacción las informaciones de los redactores de calle (muchas, procedentes del Gobierno Civil de Madrid y del Juzgado de Guardia). Ortega solía elegir los acontecimientos más propicios a su fantasía y a su instinto periodístico... y plasmaba en prosa amenísima y atractiva lo que el lector saboreaba horas después.

'En cuanto a sus resortes directoriales', termina diciendo Julio Romero, 'colocaba de tal manera sus peones al terminar sus dictados y salir el número del día, que de antemano tenía asegurado el éxito para el número siguiente. Y todo con una profusión de estilos y una ponderación tan singular que nadie diría que asuntos tan diversos como él afrontaba cotidianamente habían salido de la misma pluma. Por otra parte, su eminente posición periodística y el ser diputado a Cortes le procuraban tan especiales informes que muchos compañeros de la redacción pasaron con frecuencia ratos angustiosos al exponerle verbalmente las noticias que aportaban y advertir que el maestro Ortega disponía de elementos informativos mucho más precisos y preciosos -y a veces contrarios- que los que ellos llevaban'. (...)

Ortega Munilla suele escribirle dictando sus cartas, como sus párrafos para el periódico, a su fiel amanuense Montañés. Por eso su hijo se sorprende al recibir una cuartilla escrita de puño y letra de su padre. 'Cuanto te diga para declararte la impresión que me ha producido la cuartilla escrita de tu puño y letra será vano e insuficiente. La amargura toda, el horrible pesimismo que había en ti al escribirla, ha pasado a mí y he dado unas vueltas por estas calles tan alegres, tan llenas de mujeres hermosas y de hombres contentos con la vida en general y con ser prusianos en particular, sintiendo dentro de mí un ensordecimiento dolorosísimo'.

Más sinceridad

Y líneas más adelante es aún más sincero: 'Padre de mi alma: yo no quiero dármela de adivino, pero ya sabía yo que te iba ganando esa horrible desolación, esa convicción práctica del vacío y necedad de todo y de la ingratitud de la vida. Yo veía cómo poco a poco se te iba metiendo en el ánimo y poniéndolo oscuro, a ti que habías sido siempre tan formidable torrente de fuerzas de vida que te has pasado derrochándolas sin detenerte a economizar, sin tener miedo al camino: Yo no sé por qué en este mes pasado solía oprimirme esta idea de tu amargura y cogía la pluma para escribirte, seguro de que lo que te dijera, no por ser agudo, sino por ser mío, había de sahumarte un poco esa almaza que tienes tan cansada. Pero luego se me quebraba la pluma en el aire por ese temor, un tanto y un mucho religioso, que siente todo hijo al pisar los umbrales de lo que en su padre hay de hombre, no de padre. Hoy siento no haberlo hecho'.

'Tu vida, papaíto querido, tiene dos enfermedades: una puramente exterior, que es el género y cantidad de tu trabajo; no insisto en ella. La otra es vivir desde hace diez años sin ninguna aspiración personal. Esto es tolerable en una vida ociosa o en una vida sin imaginación. ¡Y tú precisamente eres de una actividad enorme y de una imaginación incansable! Creo que hay pocos hombres a tu edad que tengan menos ilusiones. De los que yo conozco más o menos cerca sólo veo a N. Ledesma [se refiere a Francisco Navarro Ledesma], que es también un hombre bueno y lleva análogo camino de prematura secación. Esto es una falta de previsión; antes de que ese caso llegue hay que torcer camino, virar, sea como sea, pase lo que pase, hacia otra cosa más o menos imaginaria para que pueda ser una meta... Luego de años, un día, entre si sale o no sale el sol, se nos hace de noche por completo y todo se ha consumado. Nuestra muerte carece de importancia, como había carecido nuestra vida. No hemos gozado nada que merezca la pena y hemos tenido dolores físicos y congojas morales que son lo único positivo. ¿Es esto una razón para entristecerse? No señor... porque tampoco es de atender la amargura. Pero tú, papá, no estás en el caso de hablar aún de achaques ni de decir que no sirves para nada. Ésas son malas ideas que te ha soplado la neurastenia en un momento que habías dejado la voluntad en un rincón del ánimo como se deja un bastón. Los años más bellos -para el que sabe mirar- y los más fecundos, en los que se goza con más paladeo lo poco de atractivo que tiene la vida, que son los sentimientos templados (no las pasiones) y las ideas, y en los que se pueden dar las frutas más glucosas como uvas de moscatel, son los que tienes por delante... El exceso de trabajo aún no te ha vencido, ni mucho menos: eres un roble, y aun el roble, si lo podan y lo orean y lo desespadañan, puede dar los más recios días en medio del bosque. Pero es preciso apartarlo del camino real y llevarlo a una buena clariere tranquila y húmeda... El periódico, según mis noticias, sigue mejor que nunca. Sólo una cosa es necesaria: que pienses en ti y cortes por lo sano. Ninguna razón se opone a ello... y el hecho de que hayas dado veinte años de tu vida al periódico no es una razón para que sigas amarrado a él con la misma exacerbación'.

Hacer otra vida

'Así pues', concluye su hijo, 'hora es ya de que pienses seriamente en hacer otra vida... Te espera la época más fecunda y segura de la labor literaria, de enjugamiento de tus aficiones en nuestro hogar, que si hoy es feliz, el día que tú pudieras gozarlo sería mucho más: tienes pocas necesidades, como todos nosotros, todos somos inteligentes en tu casa... Ahora, si no tienes decisión para saltar por algunas cosas y cambiar tu forma de vida, no te quejes. A la vuelta de un año de vida descansada, con ocios, entre lecturas sosegadas, te verías tan fuerte interiormente como a los 30 años'. (...)

Advertencias y consuelos

Estas advertencias y consuelos que intenta dar a su padre, cuya alma está crecientemente abrumada, como ese fragor que precede al terremoto, no le impiden criticar algunas cosas del periódico que lee con avidez. 'Tengo el suficiente criterio', dice a su padre el 19 de octubre, 'para pensar y afirmar que es preciso cambiar de manera. No hay en todo el periódico una cosa alegre, ligera, atractiva: las columnas son hoscas y cejijuntas; la mayor parte de los artículos, palabras viejas y hartas de ser conocidas (...). Todo esto que tanto me molesta decirte viene a parar a decirte lo siguiente: es preciso dar nueva fisonomía -cosa que siempre ha sido tu teoría y tu secreto- y ésta sólo puede hacerse mediante especialización de los que han de hacerlo, (teniendo) cada rincón de asunto su especialista con cierta libertad y personalidad'. Y aprovecha para decirle que 'esa especialización supone más complicada organización y vigilancia: esto es lo que tiene que ser el director (...), caminar hacia un periódico todo él vivo y chispeante y sin palabras generales (...). Mira cómo la misma marcha y necesidad del periódico pide que mudes el género de tus faenas, (las cuales) en mi opinión deben ser dar el tono general, podar los caracteres excesivos y los excesivos deseos de resaltar, velar por la honorabilidad de los impulsos, encargarse especialmente del credo político: en fin, de descubrir y atraer a los hombres que por disposición divina llegan al mundo para hacer tal cosa y no otras (...). Todo lo que no sea eso me parece vano. Tu desilusión actual es en buena parte ver que, no obstante tu trabajo, no logras hacer un imposible...'. 'Se me olvida decirte', añade, 'que un signo terrible de lo que pasa al periódico es la supresión, por haches o por erres, de Los Lunes...'.

No se hace muchas ilusiones el joven Ortega de que su padre tome en serio sus observaciones. Es más, en muchas cartas se tiene que defender de que le censure estar demasiado tiempo fuera de España sin comprender bien las profundas razones que le llevaron a Alemania. Y no es por falta de cariño, porque en otra carta del 19 de octubre le dice: 'Ahora me echas de menos; llegaré ahí, me chillarás en la estación y si hoy, por no tenerme delante, tienes ilusiones de que mi presencia te produzca mejora durable en el ánimo, las perderás poco a poco'. Y le insiste: 'Tú hablas de ti como si se tratara de un ser al cabo de la vida. Sobre la razón suprema de tu trabajo inhumano cae ese inviernillo del salto a los cincuenta (...) a tu edad no hay derecho todavía a pensar en una vejez dulce y reposada. Dame a mí que hagas otro género de vida y del resto me encargo yo. Si no todo será vano: el carácter se te hará más lóbrego y húmedo, como esos cuartos oscuros de los sótanos donde nacen las acres flores del salitre. Con esa actitud enturbiarás la felicidad de tu vida, acongojarás a mamá, harás el ánimo de Rafaela y el de nosotros todos más tímido y hosco ante la vida (¡ojo! que no son palabras), y todo ello sin razón, motivo, causa, explicación'.

José Ortega Spottorno con su padre, Ortega y Gasset, en Sintra (Portugal), en 1943.
José Ortega Spottorno con su padre, Ortega y Gasset, en Sintra (Portugal), en 1943.

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