_
_
_
_
_
Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La tristeza de las cosas

No es cosa de hoy la escasa presencia literaria de Enrique Díez-Canedo, a fin de cuentas uno de los mejores poetas del periodo que arranca hacia 1905, con el saldo de las gangas parnasianas, y se cierra poco después, cuando la poesía se orientaba ya a esencialismos y depuraciones. Este arrinconamiento viene de su misma época, y se debe a la subordinación del poeta ante el traductor y el crítico literario que también fue Díez-Canedo, en quien coincidían cultura, intuición artística e inteligencia equilibrada. El suyo fue, en lo fundamental, un talento vicario, al servicio de los autores a quienes tradujo, aunque es claro que consigue sus mayores aciertos con los poetas artísticamente afines: simbolistas menores como Rodenbach, Verhaeren, Jammes o Laforgue, quienes dieron carta de naturaleza a los abatimientos melancólicos, los jardines crepusculares, la candidez aldeana y las ciudades muertas. Sirva como dechado su excelente versión de la obra de Francis Jammes De l'Angélus de l'aube à l'Angélus du soir. Muchas de sus traducciones aparecen agrupadas en Del cercado ajeno (1907) e Imágenes (1910), aunque lógicamente no figuran en este tomo. Su antología La poesía francesa moderna (1913), preparada al alimón con el enseguida malogrado Fernando Fortún, es un volumen impagable que ayudó en el tránsito vivido por la lírica española desde los enfatismos modernistas hacia una rigurosa contemporaneidad.

POESÍAS

Enrique Díez-Canedo Edición y prólogo de Andrés Trapiello Comares (La Veleta) Granada, 2001 504 páginas. 29,75 euros

Su obra de creación arranca con Versos de las horas (1906), donde, junto al preciosismo temático y a los atrevidos ensayos rítmicos, destacan la delicuescencia sensitiva y la indefinición referencial de talante simbolista, matizadas, en todo caso, por su formación clásica. En La visita del sol (1907) insiste en esos rasgos, si bien con notas arcaizantes que lo llevan a intentar la fórmula del romance épico, en unos poemas que no siempre esquivan el peligro del pastiche. Numerosas composiciones responden a las mayores exigencias antológicas, como Crepúsculo de invierno, donde la evocación de escenas anodinas remite a la tristitia rerum y a los azorinianos 'primores de lo vulgar': 'La muerte lenta de la tarde fría / llena la estancia de melancolía. / Los leños encendidos de reflejos / salpican muebles y tapices viejos. / Un reloj soñoliento da la hora: / las cinco, y cada campanada llora'. El universo de hidalgos ascéticos, cortinas flameantes y tristezas crepusculares se ve contrarrestado a veces por cierta narratividad decimonónica y un tono sentencioso que evidencia posos campoamorinos en la poesía del simbolismo español, Antonio Machado incluido. La sombra del ensueño (1910), su tercer libro, es menos unitario que los dos primeros, pues en él aparecen, junto a notas becquerianas, otras difíciles de armonizar en una misma estética, como el enfatismo esproncediano, la verbosidad sensorial de Rueda (Soneto al pavo) o la convención madrigalesca del Siglo de Oro (Soneto a sus ojos).

El silencio poético en que in

gresó entonces se suspendió con la publicación de Algunos versos (1924), en realidad una antología de su obra anterior más algunos inéditos. Sus Epigramas americanos (1928) son un conjunto de estampas que oscilan entre el esbozo descriptivo y el apunte turístico, en general lejos de sus mejores hallazgos. Tras 1939, el exilio mexicano y el barrunto de la muerte, acaecida en 1945, le dictaron los poemas de El desterrado (1940), casi todos en versos arromanzados de arte menor, donde las vagarosas sugestiones de los comienzos dejan paso a una poesía tensa, escueta y meditativa.

El presente volumen no es una edición crítica, pero presenta al fin, con dignidad y belleza encomiables, el conjunto de una obra lírica que a muy pocos decepcionará. El editor y prologuista Andrés Trapiello, cuya poesía muestra no pocas afinidades electivas con el primer Díez-Canedo, traza una semblanza de este hombre bueno y 'poeta sin mancha' -en el decir del exigente Juan Ramón-, ahora venturosamente puesto al alcance de los lectores.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_