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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El filósofo reivindicado

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) pasa por ser uno de los filósofos más abstrusos e intrincados de la historia de la filosofía; incluso el mismo Heidegger es comprensible a su lado. Mayoritariamente, se lo asocia a una invariable serie de clichés. Así, es lugar común aducir que sus ideas son un galimatías, su escritura, bombástica, o que ni él mismo entendía aquello que se esforzaba por expresar oscuramente para ocultar su vacuidad. Por si fuera poco, se afirma que solía elaborar sus extensas e intragables obras después de haberse embriagado de tibia cerveza suabia; en tal estado eufórico, tomaba al vuelo inspirados asertos de este tenor: 'El espíritu es lo real, y lo real es el espíritu que se conoce a sí mismo en su realidad', y los plasmaba sin más en el manuscrito que en ese momento tuviera entre manos, etcétera.

HEGEL

Terry Pinkard Traducción de Carmen García-Trevijano Forte Acento. Madrid, 2001 927 páginas. 29,99 euros

El claro Arthur Schopenhauer, enemigo irreconciliable de Hegel, denominó a éste sin titubeos 'el gran soplagaitas de la filosofía'; lo tachó de 'vergüenza filosófica' y hasta de 'espíritu absoluto en pantuflas', de ahí que, tanto los seguidores del gran pesimista de Francfort como cuantos sostienen que la filosofía debe ser, ante todo, una ayuda para la vida y no un trabalenguas ininteligible dirigido únicamente a poner a prueba la razón, se sientan excusados de leer los libros de tan extravagante pensador. Es, por lo demás, una costumbre muy extendida entre los intelectuales elogiar o censurar a Hegel según se esté en mejores o peores términos con el marxismo, ya que suele considerarse al autor de la Ciencia de la lógica únicamente como el precursor de Marx. Este último sería, aparte del 'discípulo de izquierdas', quien habría llevado la célebre tríada hegeliana 'tesis/antítesis/síntesis' -por cierto, jamás formulada por Hegel- a su consumación ideológica. Marx habría entendido mejor a Hegel que Hegel mismo, quien exclamó en su lecho de muerte: '¡Nadie me entendió salvo uno, y a ése no lo entendí yo!'.

Pero acaso el más dañino de los tópicos sea el pertinaz empeño de recordar a Hegel como el gran filósofo del Estado prusiano y el sumo representante del absolutismo nacionalista alemán. A raíz de las dos guerras mundiales se lo tuvo, principalmente en el mundo anglosajón, por un nefasto ideólogo, asociado con los desastres morales del siglo XX; la misma suerte corrió Nietzsche, al que aún muchos tachan de filósofo 'prenazi'.

Y, sin embargo, nada habrá más carente de sustancia que estas ideas comunes sobre Hegel. Terry Pinkard, profesor de filosofía en la Georgetown University de Washington, reconocido especialista en el autor germano, ni siquiera se molesta en refutarlas: le basta con exponer la vida de Hegel en su contexto intelectual y abordar su pensamiento con concisión. Pinkard logra con ello un minucioso relato, seguramente la biografía más completa que existe sobre el filósofo, al que reivindica en tanto que 'absolutamente original y fascinante... el primer gran pensador que hiciera de la modernidad su objeto de reflexión'. Y Pinkard convence. A través de una escritura fluida, reflejada con acierto por la excelente traducción de García Trevijano, el autor entrevera magníficamente los sucesos de la vida privada de Hegel con los relevantes hechos históricos que la contextualizaron y que, en definitiva, fueron la simiente de su filosofar: las secuelas de la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas, el Congreso de Viena o la revolución industrial y la plácida sociedad burguesa del Biedermeier.

El Hegel de Pinkard es entra

ñable como ser humano e inmenso como pensador. Muy racional desde su más tierna infancia -su madre le enseñó latín casi cuando comenzó a hablar-, toda su vida la dedicaría a un único ideal: proseguir con la tarea de educar a la Humanidad iniciada con la Ilustración. Como buen discípulo de Rousseau y Kant, los ideales de Hegel se encaminaron hacia la obtención de la mayor libertad posible para el mayor número de individuos, así como a la realización de esa formación integral -la célebre Bildung alemana- que pretendía convertir a los hombres en personas civilizadas.

Hay estampas en la vida de Hegel que merecen perdurar en la mente de los lectores: el pobre docente universitario sin derecho a sueldo, muerto de hambre en la Jena de 1906, poniendo punto final a su Fenomenología del espíritu cuando Napoleón entraba en la ciudad montado a caballo al frente de su ejército; Hegel lo alabó entonces como 'el espíritu absoluto' que dominaba el mundo y haría realidad el destino moderno: la política. También, el Hegel enamorado de su mujer y padre de familia, preocupado por un pecado de juventud del que quedó un hijo ilegítimo, fuente de problemas domésticos.

El Hegel catador de los mejores vinos (no de cerveza), gran amigo de sus amigos; el turista accidental, mundano, enamorado de las grandes ciudades como Berlín, París y Viena, amante de la ópera (Mozart, Rossini) y de la cultura en todas sus formas. Y, asimismo, la estampa de ese Hegel paseando con sus alumnos, razonando sobre los últimos eventos públicos y siempre a punto de tener problemas con la policía prusiana, pues quien al fin llegase a ser un célebre profesor -tras los años de penuria, Hegel llegó a ser rector de la Universidad de Berlín- apoyaba a 'conspiradores' contra el orden establecido y propagaba un chiste inmisericorde con el nacionalismo alemán: 'Deutschtum = Deutschdumm', esto es: el ideal de la 'germanidad' es tan sólo 'estupidez germánica'. Como su admirado Goethe, también Hegel advirtió las raíces de los futuros males modernos: demagogia, ultranacionalismo, miseria moral, falta de Cultura; tampoco permaneció ciego a los problemas sociales y consideró que a mayor libertad individual, más posibilidades habría de producir riqueza para todos.

En definitiva, se trata de una obra estupenda que, aparte de trasladarnos a una época histórica fundamental, nos invita a mirar cara a cara a un Hegel, posiblemente, muy cercano al verdadero.

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