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Construir los puentes del post-11 de septiembre

Después del 11 de septiembre, los políticos, los expertos y los intelectuales han dejado oír su voz. Pero no las empresas. ¿Quiere ello decir que lo ocurrido no les afecta? Ya he dicho -aunque se haya interpretado de muy diversas maneras- que considero que un dirigente económico no sólo debe reflexionar, sino también comprometerse en los grandes retos de la sociedad, que se trata de los que nuestras empresas no pueden no interesarse. Cuanto más globales son las empresas, más ligada está su suerte a la marcha del mundo y de la sociedad civil; y más deben, por tanto, ejercer su responsabilidad, no sólo en el ámbito económico, sino también en el social, medioambiental, cultural... ¿Y cómo no ver en el 11 de septiembre un desafío social y cultural de primer orden?

En el mensaje enviado al mundo por los terroristas no hay nada que se pueda salvar. No es más que una muestra del más puro odio, del más profundo oscurantismo, de una desviación radical del islam. Las únicas respuestas posibles son la respuesta militar, la lucha contra los circuitos financieros del terrorismo, el trabajo de los servicios de información: todo ello es responsabilidad de los Estados.

Pero la onda expansiva del 11 de septiembre nos afecta a todos. ¿Podemos quedarnos con los brazos cruzados ante el peligro que supone una creciente incomprensión entre Occidente y el mundo árabo-musulmán? ¿Frente al resurgimiento de la amenaza del racismo y la intolerancia, incluso en el seno de nuestras empresas? ¿Podemos dejar sumidos en la desesperanza a aquellos, mayoritarios en el mundo musulmán, que aspiran al desarrollo y al progreso, dentro del respeto tanto de su cultura como de los valores universales? Mi respuesta es claramente no.

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Hay que entender el desafío al que nos enfrentamos y darle la mejor respuesta posible: es un reto tanto más importante cuanto que Vivendi Universal es un grupo de comunicación presente en la mayoría de los países y creador y distribuidor de todo lo que forma la cultura en el más amplio sentido de la palabra: ocio, educación, literatura, información, todos los cuales vehiculan un modo de vida o de pensamiento y reflejan o acompañan la evolución de las sociedades.

Para entender mejor esas evoluciones, Vivendi Universal creó hace ya algunos meses un consejo de prospectiva que reúne, alternativamente en París y Nueva York, a una serie de intelectuales -sociólogos, filósofos, escritores, así como expertos en geoestrategia o nuevas tecnologías- europeos y estadounidenses. Acabo de convocarles a una sesión consagrada a reflexionar sobre el post-11 de septiembre, que ha contado con la excepcional presencia de Francis Fukuyama, Samuel Huntington y Salman Rushdie. Han sido unos debates libres, sin tabúes... y apasionantes.

De ese intercambio de puntos de vista, en ocasiones contradictorios, recojo aquí algunas ideas-fuerza que, en mi opinión, deberían guiar nuestra acción en los próximos años. La marcha hacia la modernidad, hacia el progreso y los valores universales tiene una lógica demasiado fuerte como para que los últimos sobresaltos de unos oscurantistas ultraminoritarios, por muy violentos que sean, la obstaculicen durante mucho tiempo.

Todas las sociedades, todas las civilizaciones, aspiran a esa modernidad, incluido el islam en su inmensa mayoría, pero para que la Historia vuelva al buen camino es necesario un requisito nada desdeñable: que esta vez estén invitados todos los pueblos del mundo. O seguimos inmersos en el egoísmo y la indiferencia hacia el mundo que nos rodea... y nos arriesgamos a retroceder diez casillas, o reconocemos que a partir de ahora debemos pensar y actuar de otro modo... en cuyo caso todo puede ir por el buen camino.

Muchos, sobre todo en Europa, han considerado que América tiene parte de responsabilidad en el estallido de odio del que ha sido víctima. Pero no nos liemos. Lo que los terroristas odian de América son precisamente sus virtudes: la democracia, la libertad, los derechos de las mujeres. Y ello no exige ningún mea culpa occidental.

A la opinión pública americana le ha impresionado más descubrir lo limitado de la compasión que muchas poblaciones del mundo sienten hacia la desgracia con que han sido golpeados. De hecho, mi total admiración hacia el pueblo americano, hacia sus valores, hacia el modo extraordinario en que ha reaccionado a esos acontecimientos, no me impide ver sus debilidades: como ha acogido generosamente a inmigrantes del mundo entero, América sentía que resumía el mundo y, por tanto, que lo comprendía.

Desde hace mucho tiempo el 'resto del mundo', indistinto y difuso, no ha suscitado más que una indiferencia tanto más profunda cuanto que era inconsciente. Pero dejemos de censurar a América. Desde el choque de septiembre intenta sinceramente comprender mejor el antiamericanismo de unas poblaciones que, a diferencia de los talibanes y sus consortes, aspiran a la democracia, a la libertad y al desarrollo, pero se sienten humilladas por no poder acceder a él.

Los sentimientos antiamericanos no demuestran un rechazo a la modernidad. Son reflejo del rencor hacia un mundo demasiado desigual a la hora de acceder a esa modernidad. 'Nosotros nos consideramos una fuerza que libera, ¿por qué en el exterior nos consideran una fuerza opresora?', he oído con frecuencia de labios de mis interlocutores. Estados Unidos está ya inmerso en ese esfuerzo de introspección.

Si no cabe duda de que América ha abusado de su fuerza, tampoco la cabe de que Europa se ha acostumbrado demasiado a su debilidad. Sabemos dar lecciones al mundo entero. ¿Pero nos merecemos actuar como los primeros de la clase? Sin duda, la cultura europea, nacida plural, comprende mejor de un modo espontáneo la complejidad del mundo, y en particular del mundo árabo-musulmán, del que tan cerca está geográfica e históricamente. Pero ¿qué hemos hecho en concreto? Nosotros, los franceses, podemos estar orgullosos de haber inventado la Ilustración y los derechos humanos, pero ¿los hemos defendido realmente? Nosotros, los europeos, sabemos que podemos ser el mejor puente entre el mundo occidental y Oriente Próximo, pero ¿hemos construido ese puente?

¿Qué podemos hacer para construirlo, para ayudar a cerrar ese foso económico, social y cultural? Las empresas disponemos de los medios financieros, y sobre todo humanos, necesarios. Siempre he tenido una divisa muy sencilla: 'cuando se puede actuar, hay que actuar'.

Valores: si creemos -y yo así lo creo- que nuestros valores no

son únicamente occidentales, sino universales, movilicémonos, pacíficamente, para 'exportarlos' y hacer que triunfen en todo el mundo. Nada demostraría más desprecio hacia los pueblos del mundo que, en nombre de un respeto a las diferencias, considerar que no todos tienen derecho a la democracia, a las libertades y al respeto al individuo. Y no olvidemos los valores de tolerancia y laicismo. No nos avergoncemos del mejor producto de nuestras culturas. ¡Pero apliquémoslo de verdad, incluso en nuestras empresas! Respetemos en todo el mundo -como ya hace Vivendi Universal mediante su carta de derechos sociales fundamentales- la libertad de expresión de los asalariados, rechacemos el trabajo de los niños, el trabajo forzoso, la discriminación hombre-mujer.

Diálogo: la excesiva miseria material de las poblaciones árabo-musulmanas, su humillación cultural, no son únicamente culpa de 'los demás'. Numerosas élites de esos países son conscientes de ello y sueñan con que se les apoye en su lucha a favor de la educación o la creación cultural, en sus proyectos de desarrollo. Ayudémosles a que se escuche su voz. Una multitud de jóvenes de esos países aspira a construir su propia modernidad. Démosles mayor acogida en nuestras universidades, en nuestras empresas. Ampliemos el número, en todos los niveles jerárquicos, de hombres y mujeres provenientes de otros horizontes. No es necesario establecer cuotas; basta un poco de voluntad de acoger, formar, promocionar.

Diversidad de las creaciones culturales: una multitud de artistas árabo-musulmanes sueñan con poder expresar su talento más allá de sus fronteras. Sepamos dotarles de los medios necesarios para ello -en Francia, Universal Music, ha desempeñado un papel precursor en este ámbito-. Las culturas del mundo quieren permanecer vivas, no quedar diluidas en una papilla global o verse reducidas a folclor. Hoy más que nunca, la literatura, la música, el cine deben seguir siendo reflejo de las diferencias de puntos de vista y sensibilidades. Por lo que a Vivendi Universal se refiere, considero que nuestras raíces europeas nos hacen tener una especial vocación de defensa de esa necesaria diversidad. Estaba convencido de ello antes del 11 de septiembre. Hoy estoy más seguro que nunca.

Nuestro grupo ha emprendido, y seguirá haciéndolo en los próximos meses, una serie de iniciativas -grandes y pequeñas, visibles y menos visibles- destinadas a dar la palabra a una serie de intelectuales musulmanes cuya voz está ahogada por el estruendo de los fanáticos y a favorecer un auténtico diálogo de las culturas. Estamos trabajando, por ejemplo, en un proyecto cinematográfico que posibilite que grandes realizadores de todas las culturas expongan, en una serie de cortometrajes, sus distintos puntos de vista sobre la onda expansiva del 11 de septiembre. Una especie de Hollywood extramuros que subraye la apertura a la diversidad cultural. También trabajamos en un proyecto que, al modo del Museo de la Tolerancia de Los Ángeles, contribuya a que esa tragedia no se olvide jamás; y esta labor de memoria va acompañada de un esfuerzo de educar a las generaciones futuras para que no se pueda repetir.

No son más que unas primeras pistas. Habrá otras. Estoy seguro de que otras empresas aportarán su piedra en la construcción de estos puentes post-11 de septiembre. En todo caso, un grupo de comunicación como el nuestro tiene un papel especial que desempeñar, una responsabilidad que asumir. Yo pondré todo mi empeño en ello.

Jean-Marie Messier es presidente-director general de Vivendi Universal. © Le Monde

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