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Reportaje:

Presente y pasado de Euskadi

Antonio Elorza

En el marco de la Europa que se asoma a un nuevo milenio, Euskadi is different. Y a partir de la lectura del libro de José María Calleja, no resulta exagerado pensar que para valorar el alcance de esa diferencia, igual que sucediera en la España de la Restauración observada por Valle-Inclán, hacen falta espejos cóncavos. La imagen producida es el esperpento, reflejado en el propio título de ¡Arriba Euskadi! Es además un esperpento trágico en la medida que se encuentra presidido por la violencia y por la muerte.

Calleja pasea su espejo de buen periodista por el cúmulo de sucesos que van marcando el imperio de la irracionalidad en Euskadi, desde las formas de barbarie más evidente, los atentados mortales y la violencia de la kale borroka, hasta las pequeñas y míseras agresiones de quienes desde el nacionalismo democrático, en una cafetería o al cruzarse en una calle, descalifican con unas palabras hipócritas o con una mirada a aquel que reconocen como adversario público del terror (y para ellos, por extraña paradoja, y como consecuencia de lo anterior, también de la nación vasca). Es la actitud de la educada emakume tolosarra que el pasado verano me abordó como vecina a la entrada de la casa, para decirme tres cosas. Primera, 'qué lástima me dais' (siempre en plural, aludiendo a que la vida de los escritores constitucionalistas pendía de un hilo). Segundo, 'sois muy inteligentes' (¡gracias!). Tercero y principal, 'hacéis mucho daño al país'. Luego si os eliminan, qué pena, como católica rezaré por vosotros, pero os lo habéis buscado. Muchas veces las palabras son innecesarias, según advierte Calleja en uno de los apartados más impresionantes de su libro: 'Hay miradas de cariño, miradas de simpatía, miradas de odio, miradas de recelo, miradas de muerte, de pésame anticipado...'. Son miradas que nunca tratan de identificar al responsable del terror, sino a aquel que lo denuncia públicamente, convertido literalmente en blanco por muchos miembros de una sociedad que sin compartir los fines de ETA han terminado por aceptar como natural la supremacía de un nacionalismo fundado sobre la lógica de exclusión del otro.

En consecuencia, Calleja evita

cuidadosamente confundir las dos variantes del nacionalismo sabiniano, pero aporta elementos de juicio suficientes como para entender el grado de responsabilidad del PNV en la creación y mantenimiento de esa atmósfera social que tanto recuerda la de Alemania en los años treinta. En un capítulo espléndido, destaca los acontecimientos que siguieron al asesinato de Fernando Buesa como momento en que la dirección del PNV confirma espectacularmente su curiosa forma de apartarse del terror enfrentándose con los demócratas que intentan honrar a sus víctimas. El capítulo sobre la política de información del Gobierno vasco sirve de complemento en este recorrido por una durísima realidad social, cuyo contenido de fondo queda reflejado en el consejo que un mando de la Ertzaintza da a un ciudadano: 'No hay mejor protección que la autoprotección, y no hay mejor autoprotección que tener la boca cerrada'. Por fortuna, desde hace tiempo, José María Calleja ha desoído esa recomendación y ¡Arriba Euskadi! constituye una excelente muestra de su actitud de oponer la lucidez al miedo.

Pero no todo el mundo ve las cosas de la misma manera. Por los mismos días en que Calleja publica su libro-reportaje sobre las formas de violencia en Euskadi, otro periodista, el catalán Antoni Batista, corresponsal de La Vanguardia en el País Vasco, propone una interpretación alternativa de esa misma realidad. El propio título, Euskadi sin prejuicios hace recordar un conocido refrán: 'Dime de que presumes y te diré de lo que careces'. Ya pondrá el lector por su cuenta el 'con' o el 'sin'. Los prejuicios son por lo que cuenta Batista aquellas valoraciones de la situación vasca que destacan en primer término el terror, eso sí, prueba de 'insensatez', como clave para juzgar y determinar comportamientos políticos. Quienes comparten su punto de vista son estupendos, Vázquez Montalbán casi divino, y los demás comparten distintos grados de error. Introducir el tema de las víctimas en una campaña electoral equivalía a actuar 'sin el más mínimo pudor', hacer de ellas objeto de 'comercialización'. Lo que allí pasa es 'el enorme lío vasco' y la salida consiste en el diálogo con los insensatos etarras. Léase en la página 129 el mismo episodio del entierro de Buesa, descrito también por Calleja. ¡Pobre Ibarretxe! Hay en el libro datos históricos de interés, como supone afirmar, página 12, que el 'proceso soberanista' del nacionalismo 'pretende recuperar un Estado y unos territorios perdidos hace cuatro siglos' (sic). Así que hubo un Estado vasco que desapareció al morir Felipe II. Eso es información sin prejuicios y bien documentada.

Claro que también es posible,

y desde luego resulta más eficaz, envolver un proyecto ideológico en un doble ropaje histórico y jurídico. Tal es el empeño que desde hace tiempo viene acometiendo Miguel Herrero de Miñón y que ahora se concreta en la publicación del volumen Derechos históricos y constitucionalismo útil, que reúne buena parte de las conferencias pronunciadas en cursos de la Universidad del País Vasco en torno al tema a fines de los noventa, dirigidos conjuntamente por él y por el fallecido Ernest Lluch. Así que en el volumen encontramos trabajos científicos de primera calidad sobre la historia del derecho y de las instituciones vascas, como los de José María Portillo, Jesús Astigarraga y Gregorio Monreal, al lado de la propuesta interpretativa que una y otra vez viene ofreciendo Herrero de Miñón en el sentido de aprovechar que logró insertar, gracias al empuje del PNV, los derechos históricos en el marco constitucional, para a continuación servirse de esa plataforma con el fin de modificar ese mismo orden constitucional, olvidando la subordinación de base, como si su versión de la foralidad fuese la protagonista, y en una dirección indeterminada de reforma que en lo conocido no coincide con la propuesta soberanista de un PNV al que sin embargo se asocia y sirve. Mi redacción es deliberadamente enrevesada y evoca la figura del abogado Azzeccagarbugli de Los novios, de Manzoni. Si algo no encaja, se traza una rayita sobre el mapa del siglo XIX, como hiciera en la portada de su libro, dejando así a Galicia 'históricamente' separada del resto de España. Se trata de una tenaz labor de topo, para conocer cuya extensión habría que incluir los dictámenes del Consejo de Estado sobre el tema (verosímilmente sus dictámenes) y la actividad en relación con el Gobierno vasco. Útil ya es lo que hace; otra cosa es que pueda ser llamado constitucionalismo.

En el libro dirigido por Herrero de Miñón figura un magistral ensayo sobre el tema, obra de Javier Corcuera. Es lástima que una reelaboración del mismo no hubiera sido incluida al frente de la segunda edición de su estudio clásico sobre la formación del nacionalismo vasco, ahora publicada bajo el título de La patria de los vascos. A veinte años de su salida al público, el monumental trabajo de Corcuera sigue constituyendo la mejor introducción al conocimiento de la génesis inmediata y de la definición doctrinal y organizativa del nacionalismo en el tiempo de Sabino Arana. Falta sin embargo el encuadramiento del proceso en la larga duración de la crisis del sistema foral y de las ideologías que lo ensalzan. Algo que sin embargo puede encontrarse por separado acudiendo al libro colectivo sobre los 'derechos históricos'. De nuevo, lástima.

¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco. José María Calleja. Espasa. Madrid, 2001. 410 páginas. 2.900 pesetas. Euskadi sin prejuicios. Antoni Batista. Plaza and Janés. Barcelona, 2001. 237 páginas. 2.450 pesetas. Derechos históricos y constitucionalismo útil. Miguel Herrero de Miñón y Ernest Lluch (editores). Crítica. Barcelona, 2001. 325 páginas. 2.910 pesetas. La patria de los vascos. Orígenes, ideología y organización del nacionalismo vasco. Javier Corcuera Atienza. Taurus. Madrid, 2001. 695 páginas. 3.200 pesetas.

Un joven juega con una pelota en un frontón de Lasarte, en Guipúzcoa.
Un joven juega con una pelota en un frontón de Lasarte, en Guipúzcoa.AP

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