_
_
_
_
_
Raíces
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Giralda

Con el diezmo del botín obtenido en Maratón se elevó en la Acrópolis de Atenas una estatua gigantesca de la diosa protectora de la ciudad, Atenea. La ejecución de la obra, en bronce, se encomendó a Fidias, el escultor preferido de Pericles. El resultado fue deslumbrante. Atenea aparecía revestida de una túnica talar, calado el yelmo de larga cimera, la égide sobre el pecho, lanza en mano, con el escudo en reposo. La estatua dominaba no sólo la ciudad, sino el Ática entera: ya desde el cabo Sunio eran visibles para los navegantes el penacho y la punta de la lanza.

Veinte siglos después un grupo de artistas decidió rematar la torre de la catedral sevillana con otro coloso, emulando aquella imagen de Atenea Prómaco. El original griego había desaparecido hacía mucho tiempo, pero quedaban algunas copias tardías de otra obra de Fidias, la Atenea Párteno que, labrada en oro y marfil, representaba a la diosa más o menos en la misma postura y atuendo, armada de casco, égide, lanza y escudo. Esta imagen fue la escogida para llevar a cabo la réplica. Sólo así se entiende la velada alusión a la Párteno que encierra una sátira atribuida al canónigo Pacheco. En ella se nos presenta a un cordobés, muy probablemente Hernán Ruiz, el arquitecto de la obra, 'del amor herido de doña Eburnia', esto es, deseoso de rivalizar con Doña Ebúrnea, jocoso mote de la estatua marfileña.

A la Giganta fundida por Morel se le dio un nuevo simbolismo, más ajustado a los tiempos que entonces corrían: la defensa de la ciudad no se encomendó ya a Atenea, sino a la Fe, concebida metafóricamente como una torre firmísima. De esta suerte algunos atributos de la imagen sufrieron un cambio forzoso: se mantuvieron el casco y el escudo, pero la Victoria que llevaba en la mano la Atenea Prómaco fue sustituida, en justa correspondencia, por la palma triunfal. Así, la estatua de la Fe, como la Atenea de Fidias, se irguió desafiante señoreando la ciudad y su campiña, y especialmente el río: del Guadalquivir partían los misioneros que iban a predicar el evangelio por el universo mundo; la Fe, desde la torre de la catedral, les rendía el postrer saludo y les brindaba la victoria, que para algunos sería la palma del martirio.

Los simbolismos son fiel reflejo de las respectivas mentalidades. En el siglo V a. C. Atenas se puso bajo la protección de Atenea, la diosa de la inteligencia, del saber, de la razón en suma. No es un azar que en Atenas floreciera la Filosofía (Platón, Aristóteles, Aristipo, Epicuro). En cambio, Sevilla -y España entera- se encomendó a la Fe en el siglo XVI o, por ser más exactos, mucho antes: la Reconquista fue considerada como guerra divinal, la única manera de contrarrestar la yihad islámica. De ahí que Sevilla -España- fuera pródiga en guerreros y en santos. Razón y Fe: una antinomia dolorosamente aún no resuelta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_