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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Extraña forma de vida

La primera incursión en la ficción del corresponsal Ramón Lobo parece una extensión de las premisas temáticas de su recopilación de crónicas de guerra El héroe inexistente (Aguilar, 1999). Con abundancia de nombres reales y cierto tufillo a roman à clef, el planteamiento argumental de Isla África es bastante simple: después de trabajar juntos en varias guerras durante los años noventa, el corresponsal Carlos Bota y el fotoperiodista Sincero del Corral se han convertido en una especie de célula bipersonal autónoma que comparte vida sentimental, amistades y prácticamente todo el tiempo del mundo. Cuando en 1999 Carlos descubre que se ha cargado su matrimonio y que sufre un cáncer incurable, convence a Sincero para viajar a Sierra Leona en plena guerra civil. Allí los dos amigos comparten sus últimos días juntos enfrascados en la misión de defender un orfelinato que cobija a niños que han sido guerrilleros.

ISLA ÁFRICA

Ramón Lobo Seix Barral. Barcelona, 2001 251 páginas. 2.800 pesetas

Aunque todos los indicios apuntan a que Isla África pertenece a la estirpe del reportaje novelado, la lectura de las primeras cincuenta páginas ya indica que los intereses del autor están lejos de la combinación de acción periodística e irreverencia de Territorio Comanche, de Arturo Pérez Reverte, o del documentalismo de Manuel Leguineche. A medida que Carlos y Sincero se adentran en el conflicto, el retrato de la guerra se va difuminando en beneficio de un esfuerzo considerable de articulación de los dos personajes. Apoyada en el eje de la relación entre ambos, la novela se convierte en la investigación por parte del católico, timorato y reprimido Sincero de las razones que han llevado al anárquico, ególatra y cínico Carlos a elegir África como lugar donde morir y, en última instancia, en un estudio de la motivación individual en un entorno sin valores absolutos y determinado básicamente por las relaciones de dependencia emocional entre personas.

En un momento autorreferencial de la trama, los dos protagonistas recuerdan en tono de burla cómo al principio de su epopeya se creían Hemingway y Robert Cappa. Aunque el comentario va dirigido a purgar la figura del enviado de guerra del contenido romántico que le ha infundido la tradición, no es menos cierto que al transformar África en un estado de conciencia (considerablemente turbio) el autor ha elegido la tradición de Greene y Conrad. El resultado de esa apuesta notoriamente ambiciosa es más que saludable.

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