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Tribuna:CONSECUENCIAS DEL 11-S EN LA SOCIEDAD ESTADOUNIDENSE
Tribuna
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EE UU, en busca de un nuevo centrismo

¿Puede Estados Unidos haber cambiado en tan poco tiempo? Sólo han pasado seis semanas de traumatismo, de vulnerabilidad colectiva, pero también de solidaridad, de calor humano, reconquistados en la dura prueba, y resulta que se franquea el siglo XXI con una nueva matriz, nuevos conceptos y una nueva relación con el mundo. Para quienes gusten de las películas de Frank Capra y los sermones de los teleevangelistas born again, la noción no tendría nada de imposible. La historia del presente preferirá destacar la precariedad de la recuperación, y, si se siente menos cínica y más en sintonía con el espíritu público de la gran democracia del otro lado del Atlántico, se preguntará sobre qué preparaba ya hace tiempo esta conversión súbita.

El consenso político es, en Estados Unidos, un fenómeno recurrente, pero nunca está asegurado. A principios del siglo XX, el populismo social teñido de voluntarismo económico y estratégico de Theodore Roosevelt hizo saltar en pedazos al bloque republicano edificado en vísperas de la Guerra de Secesión por Abraham Lincoln que unía al Medio Oeste y la Costa Este, a obreros cualificados e industriales proteccionistas, agricultores independientes y compañías de ferrocarriles: entre republicanos conservadores y plutócratas, por un lado, republicanos imperialistas y socialistas, por otro, hay a partir de entonces una brecha aprovechada por los demócratas menos conservadores y más demagógicos, el partido de Woodrow Wilson, basado en las 'tres R': rum (el alcoholismo), romanism (el catolicismo irlandés), rebellion (los antiguos combatientes del Sur). Republicanos prohibicionistas, xenófobos y ultraliberales cogieron de nuevo las riendas a partir de 1920, pero sin hegemonía.

La herida abierta por el tío Theodore la cerró brillantemente su sobrino Franklin Delano Roosevelt a partir de 1932. El new deal constituyó, en el plano político y social, el surgimiento de un nuevo bloque social, orientado hacia la izquierda, que reagrupaba en torno a un nuevo Partido Demócrata depurado de sus conservadores sudistas a los republicanos progresistas de Theodore Roosevelt, los intelectuales y los sindicatos socializantes, las industrias ligadas al consumo de masas (automóviles, cine, Detroit y Hollywood) y a los partidarios de una política exterior y militar activa (industria aeronáutica) en China y en Europa

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En el ámbito geográfico, el nuevo bloque demócrata reposaba sobre la alianza de las tres grandes ciudades, entre ellas la Nueva York izquierdista de Fiorello La Guardia, de la Costa Este y de California. Así como el bloque social lincolniano estalló bajo la presión de la revolución industrial estadounidense, el bloque social rooseveltiano, que permitió la victoria de 1945, estalló bajo la presión de la guerra de Vietnam, entre 1966 y 1977.

Se produjeron entonces una serie de disociaciones fatales para el Partido Demócrata surgido del new deal. Una primera disociación entre ciudadanía y servicio militar. El reclutamiento, introducido en 1940 para vencer al nazismo, se asimiló a la igualdad social ante la muerte, al fin de las discriminaciones étnicas y al combate por la libertad de los pueblos, reanimando el recuerdo aún vivo de la Grand Army of the Republic de Lincoln y Grant, cívica y antiesclavista.

Asimismo fueron las industrias de armamento de guerra las que introdujeron el trabajo femenino de masas (aeronáutica de la Costa Oeste), aceptaron el sindicalismo de masas y permitieron el nuevo contrato social, salarios elevados-fuerte productividad.Finalmente, la logística futurista de los 'Whizz Kids' motorizó a la mitad del Ejército Rojo y alimentó a dos tercios de Europa, además de a un ejército de cuatro millones de hombres, un prodigio que desembocó sin transición en el consumo de masas de los años cincuenta, como resumía hace veinte años el gran historiador neoyorquino Studs Terkel en un libro célebre, The Best War Ever, la mejor guerra que ha habido nunca.

Por más que la generación de Vietnam multiplicara las debilidades agresivas del tipo Salvar al soldado Ryan, de Spielberg, nunca consiguió que vacilaran las convicciones populares al respecto: se estableció un lazo muy fuerte entre guerra y democracia, defensa fuerte y aceleración del progreso social. El partido comunista de Earl Browder y de los cineastas de Hollywood fue triturado por este dispositivo. Entre 1945 y 1952, cuando el partido comunista tuvo que pasar del belicismo antinazi al pacifismo prosoviético sin gran transición, la derecha republicana clásica seguía siendo minoritaria, sospechosa como era de aislacionismo y de pacifismo egoísta a corto plazo: no pudo llegar al poder más que comprometiéndose a respetar el nuevo contrato social, último símbolo de la defensa del bienestar del soldado y de sus derechos imprescindibles (educación gratuita sobre todo), Dwight Eisenhower.

En 1968, en Chicago, uno de los feudos más seguros del nuevo rooseveltianismo metropolitano, el alcalde Daley ordenó a la policía irlandesa y demócrata cargar con violencia contra los manifestantes, estudiantes pacifistas y de izquierdas, durante la convención demócrata que designaba, para enfrentarse al republicano Richard Nixon, al auténtico socialdemócrata a la europea que era Huber Humphrey. El bloque rooseveltiano había vencido. A partir de entonces, los demócratas serían pacifistas antimilitaristas (una opción en otro tiempo presente más bien entre los protestantes más integristas, cercanos a los cuáqueros, y más bien republicanos por tradición), partidarios de la integración racial, que empujaba definitivamente al electorado blanco del Sur en brazos de los republicanos, pero también, debido a la irrupción de un radicalismo negro urbano en el noreste, resquebrajaba las grandes coaliciones urbanas unidas en los años treinta en Nueva York, Chicago y Los Ángeles.

Los demócratas llegaron incluso a ser, a finales de los años setenta con Jimmy Carter (Small is beautiful), individualistas hedonistas, californianos, que rompieron con las grandes organizaciones industriales de masas (General Motors, Coca-Cola, IBM), que habían renovado el contrato con la economía social del mercado. Esta nueva identidad demócrata hizo de este partido, que pasó ampliamente a la izquierda del espectro político, un partido minoritario durante mucho tiempo.Sin embargo, ni Richard Nixon ni Ronald Reagan, y aún menos esa rápida síntesis de los dos que fue George Bush, pudieron o supieron edificar un auténtico bloque alternativo a la decadencia del rooseveltianismo. Gracias a Jomeini, Reagan unió masivamente ese fragmento fundamentalmente nostálgico del Partido Demócrata, constituido por los obreros de las industrias de armamento y encarnado durante mucho tiempo por los senadores demócratas conservadores Scoop Jackson (del Estado de Washington, el senador de Boeing) y Daniel Patrick Moynihan (de Nueva York), los intelectuales judíos trastornados por el pacifismo tercermundista, unidos en torno a la revista Commentary, y las clases medias partidarias de la seguridad pública y ligadas al consumo de masas del Medio Oeste. Pero, tan pronto desapareció la magia retórica del viejo actor sindicalista californiano, este electorado dio, en 1992, la victoria a Clinton, aunque con el menor margen desde 1928, al votar masivamente al populista y proteccionista Ross Perot.

Desde entonces, todas las elecciones, y también todas las películas, y todos los debates de ideas dan muestra de que Estados Unidos está engendrando un nuevo concepto unificador que tardaba en llegar, que esperaba impaciente un paradigma que le permitiera encontrar una postura coherente frente a sí mismo y en su relación con el mundo. ¿Lo ha encontrado en los escombros humeantes de las Torres Gemelas y el heroísmo discreto y serio de los bomberos?

Como Churchill y Jorge V durante el bombardeo de Londres, cuando ambos eran los hijos menores de familias aristocráticas, propulsadas al centro del escenario por la familia de sus antepasados legítimos, Chamberlain para el primer ministro, EduardoVII Windsor para el segundo, George W. Bush gobierna ahora contra su clase social y con su oposición. Churchill se apoyaba en los laboristas y los liberales; Atlee y Morrison, en el interior; Cripp, en India, y después, en Moscú; Sinclair, en la RAF. Bush hijo había empezado a hablar como un demócrata al final de la campaña de 2000, poniendo por delante a Colin Powell, clásico hombre del centro-izquierda perdido en el Partido Republicano por el antimilitarismo visceral de los demócratas, sobre todo de los negros. Presenta un presupuesto en fuerte déficit, negociado en gran armonía con la providencial mayoría demócrata por un escaño en el Senado, donde su antiguo adversario, Joe Liberman, se desvive por tejer la unidad nacional. El Congreso valora mucho la experiencia del antiguo secretario del Tesoro de Bill Clinton, Bob Rubin, frente a las meteduras de pata cada vez más insoportables del actual titular del puesto, Paul O'Neill.

¿Quién puede decir hasta dónde llegará el actual clima de unidad nacional? Frente a la perspectiva de una candidatura aislacionista de extrema derecha, Douglas Mac Arthur / Charles Lindbergh, activamente apoyada por el antiguo presidente Hoover, la mayoría antinazi de los republicanos eligió, en 1940, enfrentar a Franklin Roosevelt... un falso candidato, Wendell Willikie, que estaba de acuerdo con el presidente saliente en lo esencial.

No hemos llegado en absoluto a ese punto, aunque surge poco a poco un nuevo centrismo en EE UU que parece poder unificar las élites moderadas de los dos campos: ese centrismo retoma la noción de defensa fuerte y, de hecho, menos profesionalizada, desde el momento en que engloba todo el ámbito de la seguridad interior, pero le añade la voluntad de fundar un nuevo civismo basado en un contrato social menos individualista, que olvide menos a los grupos-sindicatos, familias, colectivos territoriales. Exalta un productivismo estadounidense que será más autárquico, tributo de una política exterior revisada en beneficio de las alianzas y de un diálogo con auténticos socios que no sean vasallos, como lo eran, a menudo de mala gana, los diferentes países europeos y los japoneses.

Este nuevo Estados Unidos, herido, pero vivo y entusiasta como nunca lo ha estado en estos últimos años, se vuelve en primer lugar, como es lógico, hacia las recetas probadas del pasado: Roosevelt en política, Keynes en economía y Martin Luther King en moral, dando un amplio eco a la puesta en escena de Churchill que le sienta tan admirablemente a Tony Blair, a pesar de su falta de corpulencia aristocrática. Pero ni los viejos sindicatos de la sociedad industrial en declive, ni los perennes déficit públicos, ni el sermón políticamente correcto, podrán servir durante mucho tiempo de cimiento a una sociedad extremadamente dinámica, enfrentada a una guerra de un nuevo tipo. El nuevo paradigma estadounidense está aún por inventar. El que encuentre la receta inédita tendrá también las claves del porvenir.

Alexandre Adler es director editorial del semanario francés Courrier International.

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