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Reportaje:

'Papá no me dijo nada'

El hijo menor de Mitterrand describe en un libro la gélida relación familiar

Cuando el hijo menor de François Mitterrand pasó entre rejas las navidades del fin de siglo, acusado de cómplice de un tráfico de armas, pareció como si se rompiera el último recuerdo de la imagen de grandeur que rodeaba a su padre, ya bastante agrietada por otros escándalos. Pero su hijo está dispuesto a demostrar que se puede ir más lejos. Ahora ha decidido poner en su sitio al padre fallecido en enero de 1996 y 'desenmascarar' a 'los calumniadores' que le atribuyen haber invocado a troche y moche el santo y seña familiar: 'Papa m'a dit...' ('Papá me ha dicho...').

Asegura que carece de fundamento la acusación de traficar con armas que le llevó a prisión

Cuando el hijo menor de François Mitterrand pasó entre rejas las navidades del fin de siglo, acusado de cómplice de un tráfico de armas, pareció como si se rompiera el último recuerdo de la imagen de grandeur que rodeaba a su padre, ya bastante agrietada por otros escándalos. Pero su hijo está dispuesto a demostrar que se puede ir más lejos. Ahora ha decidido poner en su sitio al padre fallecido en enero de 1996 y 'desenmascarar' a 'los calumniadores' que le atribuyen haber invocado a troche y moche el santo y seña familiar: 'Papa m'a dit...' ('Papá me ha dicho...').

Porque al hijo de un personaje tan poderoso se le ha presentado como un juerguista, un borracho, un traficante; un tipo que cultivaba droga en Ruanda o que alegaba vivir de una fábrica en Mauritania de cuya existencia se duda. Alguien, en suma, que sólo pudo traficar con influencias amenazando a sus interlocutores con la ira paterna. Tan mala fama llegó a tener, que la empresa donde estaba contratado le puso de patitas en la calle el día de las exequias de su padre.

Pero aquí está hoy, con un libro entre las manos, Memoire meurtrie (Memoria dañada), que firma él mismo: 216 páginas. Descorbatado, poco interesado por la comida que le sirven y engarzando un cigarrillo tras otro, en un gesto que denota más nerviosismo del que aparenta su aspecto distendido. Cuenta chistes y asegura que el propio François Mitterrand le pidió perdón en su lecho de moribundo: primero le confesó que el autor de los infundios era uno de sus consejeros -que, por cierto, también ha fallecido-. 'Tras esa primera confesión hubo un largo silencio (...) Reabrió los párpados y, sin mirarme, me dijo: 'Perdóname, te he hecho mucho daño...'. No terminó su frase. Había dicho lo esencial'.

Cinco años transcurrieron entre esa escena y las navidades en la cárcel parisiense de La Santé. Todo a causa de los tratos con el empresario Pierre Falcone, actualmente en prisión preventiva y considerado el personaje central del tráfico de armas con Angola y del pago de fuertes comisiones. Jean-Christophe Mitterrand reconoce haber trabajado de consultor y niega haber traficado con armas. De hecho, las acusaciones judiciales contra él se están diluyendo. '¿Qué hay de anormal aquí?', se pregunta. 'El comprador [del material militar] era un Estado que no estaba sometido a embargo: Angola. El vendedor: países de la antigua Unión Soviética. El pagador: el Estado angoleño. ¿Dónde está el escándalo? ¿Y a mí en qué me afecta? Francia es el tercer país mundial en la compraventa de material militar. Todas las personas que trabajan para sociedades públicas o privadas en ese sector deberían ser sospechosas, entonces, de tráfico o complicidad de tráfico de armas... Los señores Largardère, Dassault e incluso, en primer lugar, el Estado'.

No le basta con negar la mayor: además insiste en que fue un marginado de la familia Mitterrand -'un nómada', por usar sus palabras- desde jovencito. Sus padres se desembarazaron rápidamente de él enviándole interno a un colegio; su madre no acudió nunca a visitarle -'al enseñarle las pruebas del libro me explicó que no había ido porque el director del centro se lo impedía', aclara Jean-Christophe, que ha conseguido saberlo a los 54 años de edad-; a su padre le veía raramente, cuando 'desesperado por la soledad le veía surgir, imperial, en este universo gris', cuenta ahora del papá.

Una familia completamente burguesa, un padre de confesión católica, 'pero no integrista', matiza, en una República laica; con un padre presidente al que siempre rodeaba un mínimo de treinta personas, 'raramente estaba el núcleo familiar solo', recalca. Jean-Christophe recuerda incluso el día en que hubo de dejar su habitación al entonces presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, invitado por François Mitterrand a su residencia de Latch. Y de militancias políticas, nada: Jean-Christophe jamás fue miembro del Partido Socialista, sólo vagamente 'de izquierdas'.

¿Y qué hay de la cuenta que tenía usted en Suiza? 'Ah, eso es una estupidez mía', contesta rápido. 'Figúrese que declaré esos ingresos dos veces, en Suiza y en Francia, así que pagué impuestos dos veces'. Nada por aquí, nada por allá: la tesis del Mitterrand junior y de su libro es que todo es falso.

Jean-Christophe Mitterrand, ante la catedral de Notre Dame, en París.
Jean-Christophe Mitterrand, ante la catedral de Notre Dame, en París.DANIEL MORDZINSKI

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