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Columna
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Velas desplegadas

Se nos tacha, a la gente corriente, de pereza mental, falta de iniciativa, sumisión hacia lo ajeno, como si fuéramos horteras o tontos de pueblo. Rara vez imitamos lo bueno y conveniente si no ha sido declarado oficial en otras partes y la improvisación y la imprevisión forman parte de nuestra naturaleza. Hace tiempo que no escuchamos voces de alerta en cuanto a la escasez de algo tan importante como el agua para beber, para regar los campos y las macetas, incluso para lavarnos. Estamos en el periodo cíclico de las lluvias, alterado por la imparable desertización, sin querer pensar en que vendrán, inexorables, tiempos de sequía. Llueve desordenadamente, pero cae la bendición del cielo y, como alegres y confiadas cigarras, olvidamos que, con fatídica puntualidad, la escasez volverá a ennegrecer el panorama.

Este nuestro es un país mayoritariamente seco, sarmentoso, estéril, los incendios agostan millares de hectáreas cada estío y no se ha construido un embalse desde hace casi 30 años, salvo las excepciones de rigor. Cada vez es mayor el consumo y, por tanto, la costosa dependencia de la importación energética. Convenios renovados, cuya pertinencia estamos lejos de evaluar, reducen las alternativas al gas natural que, en su mayor parte, procede de países cuyo presente y futuro inmediato parecen sombríos e inestables, siempre a dos dedos de la guerra civil, el sabotaje y la insondable atracción del fundamentalismo.

Las nuevas generaciones han nacido durante un largo y estable periodo de prosperidad y resulta sencillamente incomprensible pensar en que haya restricciones, si hablamos de la mayoría de los habitantes de grandes ciudades. Con objetiva memoria intento recordar cómo fue Madrid en los años siguientes a la guerra civil, cuando las vituallas y suministros, la luz, el gas estuvieron racionados y lo único que no entraba en los recortes era la esperanza. Cartillas para el aceite, el pan, el tabaco, la leche, aparte de las horas diurnas sin fluido eléctrico. Claro que había pocos aspiradores de polvo, refrigeradores y aparatos de radio que no fueran de galena. Ni televisión, cocinas y calefacción eléctricas. Aparte de los frecuentes apagones fuera de programa. Difícil de olvidar la muerte prematura del brillante amigo de juventud, cuando tomaba el baño matinal y un corte interrumpió el funcionamiento del calentador. Le mató el gas que siguió fluyendo.

Poca energía y cara. Esto desencadena el escaso espíritu cívico reinante y lanza a mucha gente al reprensible acto de manipular los contadores de la luz, lo que produjo un ejército de inspectores que era preciso burlar.

La penuria, la necesidad azuzaba el reconocido ingenio de los habitantes de la Villa, salvo en aquel caso, que imagino fantasía humorística, que tampoco faltaba. En la boca del metro, las equívocas vendedoras de tabaco: 'Lo tengo rubio, lo tengo negro'. Por todas partes, el estraperlista, redistribuyendo los productos de primera necesidad que el rigor oficial y la codicia retenían.

Aquellos difíciles tiempos son historia y rara vez, en situaciones coyunturales, se escuchan voces de alarma y presagios de posibles recortes en nuestro pródigo estilo consumista. Vinieron las lluvias y se mantiene el nivel de los embalses, como si fueran a durar toda la vida. Difuminado el problema, poco se habla de las energías alternativas, entre ellas la nuclear, porque su construcción no aparece en el horizonte inmediato.

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Entre las que funcionan ya alcanzaron los límites de longevidad las primeras y nuestras satisfechas compañías de energía demoran el planteamiento de las sustitutas, porque ¿quién quiere problemas que no sean urgentes? Mientras, pagamos el precio de la luz impuesto por los vecinos suministradores, que no paran de instalar centrales nucleares al otro lado del Pirineo, desde donde sopla la tramontana.

Espero no vivir otra época de condicionamientos vitales, para los que nunca se está suficientemente preparado, aunque parezcan resonar otra vez aires de guerra y aflicción; no serán los mismos, pero sospecho que muy parecidos. Brindo una idea a la gente emprendedora: montar una fábrica de velas, cirios, lamparillas y candiles. ¡Para forrarse!

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