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Boadella se define en sus memorias como un hombre feliz que se ha divertido mucho

El director de teatro catalán asegura que en su libro no hay ajustes de cuentas

Albert Boadella acaba de publicar sus memorias. Las ha titulado Memorias de un bufón (Espasa), asumiendo el papel con el que le califican algunos de sus enemigos. "Me lo dicen con desprecio", comenta, "pero como yo creo que los bufones son respetables y que el humor empieza por uno mismo, ahí está". "He escrito las memorias porque quiero contrarrestar la idea que tiene de mí cierta gente de un hombre cabreado", añade. "Me presento como un hombre feliz que se ha divertido mucho. Son unas memorias de buen rollo. No pretendo ajustar cuentas con nadie".

En Memorias de un bufón, Boa-della (Barcelona, 1943) alterna el punto de vista de dos personajes: uno que escribe en tercera persona (y en castellano en el original) con un estilo más rimbombante. Y otro que lo hace en primera persona (y en catalán en el original), con un estilo más directo. 'La tercera persona me permite una distancia más crítica para evitar que me salga un panegírico o un libro que intente justificarlo todo', apunta Boadella. 'En esos dos personajes interviene en parte la dramaturgia'.

Según cuenta en el libro, Boadella se sintió ya de niño un desarraigado. Nació en un barrio de ricos barceloneses, hijo de unos padres mayores, y ya de pequeño se sintió inclinado a la gamberrada. Dos ejemplos: siendo monaguillo, cambió el vino de las vinajeras por pipí; segundo, lanzó unos petardos al meublé la Casita Blanca que provocaron el pasmo de su distinguida clientela. 'Yo era un niño muy asilvestrado', recuerda, 'y por eso mi hermano mayor me llevó a París, donde me metieron en cintura'.

Y en esto llegó el teatro... 'Después de fracasar en mi intento de convertirme en diplomático', cuenta Boadella, 'decidí dedicarme al teatro. Mi padre, sin embargo, me dijo que primero probara con un oficio normal. Hice de grabador en una joyería, lo que me fue muy bien para aprender que el teatro es oficio. La teoría, a los 19 años, sobra. Hay que aprender a actuar como si se tratara de un oficio'.

Els Joglars, unidos de por vida a Albert Boadella, nacieron en 1962. 'Primero era un grupo de mimo', recuerda Boadella. 'Entonces se llevaba el teatro literario en el peor sentido y yo, por llevar la contraria, hice un teatro sin palabras. Fue fantástico, fue una escuela extraordinaria'.

En el libro no faltan, por supuesto, ataques a los progres de izquierdas. 'A partir de 1962, yo viví este ambiente en Barcelona', comenta. 'La generación progre antifranquista me da repelús. Yo pensaba: si se ha de acabar con el franquismo, hagámoslo con un par de cojones. Pero aquello era progresismo de café. Había sexo, porros, etcétera. Yo no me apunté, porque cualquier innovación me produce desconfianza. En este sentido, soy conservador. Esto implica la polémica que siempre he tenido con los progres, y lo kafkiano es que ellos me tomaron por un colega. Ahora está más claro: los progres ya ven que no soy de los suyos. En los últimos años ha habido una renovación generacional del público de Joglars. Lo empezamos a notar en el 89, en Madrid, cuando vimos a señoras que hacían cola para vernos con su abrigo de pieles'.

Con la obra Mary d'Ous pretendieron etiquetar a Els Joglars como 'vanguardia', pero Boadella se negó. 'Lo vi como un camino fácil pero cerrado', afirma, 'y con Alias Serrallonga planteé un cambio radical, con un teatro más basado en la realidad, más de aquí, más artesanal, más abrupto. El público progre me siguió siendo fiel hasta Olympic Man. Aquello ya no le gustó: era un golpe fuerte a la progresía'.

En la vida de Boadella, sin embargo, fue La torna la obra que más le marcó. Consejo de guerra, prisión, polémica... 'Yo nunca había dado mi versión y la doy en el libro. Doy la versión oficial y la personal. Las relaciones de la compañía ya estaban debilitadas y la intervención de factores externos las empeoró. Algunos cenáculos progres de Barcelona quisieron hacer de mí un mártir y yo no acepté y me fugué a Francia. Ahí empezó la gran calumnia que me calificó de traidor. A partir de entonces, mi relación con Barcelona se envenenó. Una parte del país se rebotó contra mí y yo, en vez de arreglarlo, eché más leña al fuego. Llegó un punto en que hacía temporadas más largas en Madrid que en Barcelona'.

Albert Boadella posa con su libro de memorias.
Albert Boadella posa con su libro de memorias.TEJEDERAS

Pujol, Maragall, el PP...

Albert Boadella, que llama a la Cataluña de Pujol 'Tietalandia', opina que el país 'ha enfermado mucho con la endogamia de Convergència. 'En Operació Ubú ya me metí con Pujol', comenta. 'Fue una obra premonitoria, porque sólo llevaba cinco meses en el poder'. Al preguntarle si haría algo parecido con Maragall, a quien considera parte de la 'Cataluña endogámica que tiene un país virtual' en la mente, señala: 'No lo descarto, aunque esto no quiere decir que no lo aprecie. Pero la cosa pública es la cosa pública, para él y para mí'.

Apunta Boadella que le ha sorprendido ver cómo el PP le trataba de forma muy dialogante. 'Supongo', dice, 'que tiene que ver con la idea de que la derecha no considera suyo el mundo de la cultura y se lo quieren ganar. Con los socialistas, en cambio, había más desconfianza'.

¿Contra Franco vivíamos mejor? 'Pues, si no te meten en la prisión o no te fusilan, creo que las dictaduras tienen un componente pedagógico para los artistas', dice Boadella. 'Si tuviéramos un mes al año de dictadura, los artistas estaríamos más motivados. Bueno, dejémoslo en 15 días...'. Para terminar, por si hubiera alguna duda, reafirma Boadella: 'Nunca me han gustado las revoluciones'.

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