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Reportaje:Estampas y postales

La clínica de don Silvestre

Miquel Alberola

Este edificio con aspecto de dispensario suizo fue el mascarón de proa de la fábrica de calzados Segarra de La Vall d'Uixó. Fue una pátina de humanidad sobre la legendaria resistencia de los zapatos que salieron de esa factoría. Pero su reloj se paró sobre las siete y media de no se sabe qué año, aunque en su interior, en cierto modo, continúa la actividad sanitaria que motivó su creación. Ahora las Misioneras de Cristo lo han convertido en una residencia para el cuidado de internos minusválidos bajo el amparo del municipio.

Ésta fue la residencia del director del hospital de la empresa, el edificio más vistoso de un extraordinario complejo sanitario que estaba por encima de muchos hospitales de Valencia. Fue inaugurado el 11 de noviembre de 1945 por el ministro de Trabajo José Antonio Girón de Velasco, y en sus dependencias tenía quirófanos, cámaras de esterilización, rayos X y ultravioleta, una veintena de habitaciones con baños y agua caliente, comedor, cocina y farmacia para poder atender a pacientes de las especialidades médicas principales.

La clínica, como una consecuencia más de la inspiración paternalista de la empresa, ya estaba en la cabeza de Silvestre Segarra desde los días de la República, incluso tuvo su espacio, pero sucumbió bajo los bombardeos de la aviación nacional. Tras la guerra, según las valiosas investigaciones del profesor Fernando Peña Rambla, el empresario destinó cerca de millón y medio para su construcción entre la fábrica y la colonia obrera. Segarra no sólo pudo superar con facilidad las trabas oficiales, sino que pudo importar material clínico alemán de primera calidad en plena guerra mundial, lo que da la exacta medida de su capacidad y sus recursos.

En el verano de 1944 ya funcionaba a pleno rendimiento la consulta de radiología y radioterapia, y apenas unos meses después, los servicios de otorrinolaringología y cirugía estaban en las mismas condiciones. Ese mismo año en la clínica se realizaron una docena de intervenciones quirúrgicas, y en el plazo de dos años se completaría el cuadro definitivo de médicos y especialidades, siendo éste el único centro hospitalario que había en ese momento entre Valencia y Castellón.

El ideal que impulsó la creación de la clínica, por utilizar las palabras del propio Silvestre Segarra, rebasaba los accidentes que pudieran producirse entre los trabajadores: 'Salía del taller y llegaba a los hogares de nuestros obreros, para amparar en sus brazos caritativos lo mismo a la esposa parturienta que al hijo débil o al obrero enfermo'. Sin embargo, este manto paternalista arropaba otros beneficios para la empresa, como eran la enorme publicidad y la seguridad de tener la mano de obra engrasada y a punto, controlada médicamente para reducir el absentismo laboral a cero.

Incluso 'uno de los Segarra se operó aquí', según la memoria que Eleuterio Abad exprime sentado a la sombra de su casa en la colonia. Este hombre trabajó 50 años para esta empresa de alpargateros, que prosperó gracias a la relación de monopolio que mantuvo con el ejército y llegó a ser la más potente en su sector. En los años sesenta empezó la decadencia, y una cadena de acontecimientos, en la que no es ajena la muerte del dictador, llevó al Estado a expropiar la empresa. Pero ya no pudo reflotarla y la fábrica fue descuartizada y vendida, reducida a un polígono industrial. Entonces, muchos trabajadores, como Eleuterio se hicieron empresarios. La clínica sobrevivió sólo para sostener la memoria.

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Edificio de la antigua clínica de la empresa Segarra, en La Vall d'Uixó.
Edificio de la antigua clínica de la empresa Segarra, en La Vall d'Uixó.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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