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Reportaje:

Trazos del desierto

El pintor marroquí Aziz Ben Khay intenta encontrar un lugar en el exigente Bilbao artístico

Una sala enrejada en un día nublado. Cuadros en el suelo, disciplinadamente colocados. Palmeras detrás de las rejas en un patio limpio y ordenado tienen su réplica en los lienzos. En este escenario trabaja estos días Aziz Ben Khay, un artista marroquí que pinta, pero al que no le gusta que le llamen pintor. El escenario es una terraza de Bilbao arte, un centro situado en pleno corazón de Bilbao la Vieja en cuyos talleres desarrollan su obra artistas jóvenes o noveles que sueñan con salir del anonimato.

Ben Khay, a sus 37 años, no es un artista novel. Este pintor marroquí, que ha expuesto su trabajo en numerosas salas de su país, lleva años plasmando en sus telas los colores y la materia del desierto. Ahora se ha instalado en la capital vizcaína, donde expone sus cuadros en el Piropo café.arte (Manuel Allende, 11) hasta el 11 de septiembre, con precios que oscilan entre las 45.000 y las 170.000 pesetas.

Su obra, como la de todos los artistas, ha pasado por diferentes fases. La que ahora vive es luminosa. Refleja el añil del mar de Agadir, donde Ben Khay vivió durante unos meses, el siena del desierto del Sur y el blanco cegador de los pueblos costeros. Los tres colores reflejados en la rugosidad del lienzo, que Ben Khay acentúa con pigmentos arenosos que simulan el polvo del Sáhara.

Hace unos meses, Ben Khay recorrió las galerías bilbaínas con la esperanza de hacerse un hueco en una ciudad en la que el efecto Guggenheim ha potenciado considerablemente la vida cultural. 'Es una ciudad donde hay prosperidad económica, una condición esencial para que el arte sobreviva', asegura. Pero, según Ben Khay, las numerosas salas de la ciudad son de difícil acceso para los artistas, que como él, no se han hecho aún un nombre en España.

'No pierdo la esperanza. Bilbao es una ciudad en la que el arte está viviendo un gran momento. La generación actual está creciendo al lado de un símbolo artístico tan importante como el Guggenheim. Cuando sean mayores, estarán acostumbrados a la cercanía del arte y lo apreciarán más', asegura.

Ben Khay creció inmerso en una forma de arte que él encontraba en la vida cotidiana, desde que era niño, en su Casablanca natal. 'Para mí la pintura es la continuidad de mi infancia. Cuando era niño me hacía mis propios juguetes y el arte que hago hoy es otra manera de jugar', asegura. Fue en esa infancia cuando descubrió que su futuro no estaba 'dentro de la fila', como él dice, sino en la creación.

Pero el arte abstracto que practica no es bien entendido por muchos de sus conciudadanos, según Ben Khay, que lo consideran excesivamente occidental. No fue por eso, sin embargo, por lo que abandonó su país, en el que ya goza de cierto renombre, sino porque necesitaba tocar más mundo. Tras pasar por la Cité des Arts de París, centro experimental similar a Bilbao arte y por un minúsculo pueblo de los montes segovianos llamado El Guijar, ha emprendido un nuevo camino que le ha traído a Euskadi, donde espera poder quedarse.

El pintor Aziz Ben Khay ante uno de sus cuadros.
El pintor Aziz Ben Khay ante uno de sus cuadros.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

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