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Tribuna
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Palestina: hay que actuar

La situación de dominación total impuesta a los palestinos por el Gobierno de Ariel Sharon ha alcanzado un punto intolerable. Nada, ni el pasado, ni el presente, ni el futuro del Estado hebreo justifica las humillaciones, los asesinatos y los bombardeos que sufren de forma indiscriminada los palestinos en los territorios ocupados. El pueblo palestino se encuentra solo. En Europa, los intelectuales que firman peticiones por todo, tan prestos a la hora de dar lecciones de derechos humanos a todo el mundo, callan valientemente: existe un doble rasero. Los Estados árabes se estancan a la hora de emprender una acción diplomática de envergadura en solidaridad con los palestinos. La dirección de la OLP no ha podido resistir, no ha sabido negociar y se encuentra considerablemente debilitada. Los islamistas y los extremistas israelíes parecen haberse puesto de acuerdo para que reine la ley del talión. El Gobierno de unidad nacional de Israel, dirigido por Sharon, practica masivamente una política de sangre y lágrimas. Estados Unidos, única potencia valedora de los acuerdos de paz, ya no se opone a aquellos que, en Israel, han programado la muerte de los acuerdos de Oslo. Europa se refugia en su papel de proveedor de fondos y de tanto en tanto lanza recriminaciones, pero siempre termina renunciando a actuar.

¿Qué les queda a los palestinos que han elegido la paz? La impotencia o la resistencia. Pero la impotencia significa al final la desaparición de la entidad palestina; la resistencia legítima ante la violencia de la dominación israelí refuerza esta misma violencia. La desproporción de las fuerzas entre los protagonistas de esta tragedia es abismal.

Espiral atroz en la que mueren niños, mujeres, hombres de ambos bandos y, sobre todo, de un bando. Unos inocentes.

Ya no es posible callarse y mantenerse pasivo.

Las fuerzas de paz, independientemente de cuál sea su bando o país, deben unir sus voces para denunciar esta cruel situación de terror. Las autoridades de la ONU deben declarar en peligro al pueblo palestino, como hicieron con tanta rapidez en Kosovo. Las autoridades europeas deben exigir el envío de una fuerza internacional de interposición entre los protagonistas de este conflicto. Asimismo es necesario intentarlo todo para que los israelíes, en nombre de los ideales democráticos y del recuerdo de la terrible catástrofe que el pueblo judío padeció durante la II Guerra Mundial, recapaciten y actúen para poner fin a la política emprendida por su Gobierno. Esta política constituye hoy la principal amenaza contra el mismo Israel. Hay que ser especialmente perverso o tener una dosis increíble de mala fe para atreverse a tachar de antisemitas, de antiisraelíes, las críticas contra la colonización, contra la dominación de Palestina que proceden de las mentes judías e israelíes más preclaras. ¿Acaso no exclamó el propio Simón Peres, cuando no pertenecía al mismo Gobierno de Sharon: 'Es un deber moral devolver a los palestinos su tierra'?

Nuestro texto es un grito. Pero es el grito de la solidaridad de los amigos de ambos pueblos. Es el grito de quienes creen en el respeto del derecho, de la palabra dada, de la confianza recíproca. Es el grito de quienes quieren que ambos pueblos vivan libre y dignamente en una tierra compartida. Es el grito de quienes están convencidos de que la única alternativa es la paz. Esto significa el reconocimiento del derecho a un Estado palestino independiente, soberano y libre en sus relaciones con el exterior, así como el de Israel dentro de unas fronteras reconocidas. El principio de paz a cambio de territorios es la única base de negociación justa. Para el futuro de ambos pueblos hay que decir no, en contra de todas las razones de Estado, a lo intolerable. Hay que actuar.

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Juan Goytisolo es escritor, Edgar Morin es sociólogo y Sami Naïr es eurodiputado. Este texto es apoyado por varias personalidades; entre ellas, Claude Cheysson, ex ministro de Exteriores francés; Jacques Loos, ex ministro de Exteriores luxemburgués; Luisa Morgantini, eurodiputada italiana, y Jannis Sakellariou, eurodiputado.

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