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MILOSEVIC, ANTE LA JUSTICIA INTERNACIONAL
Columna
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El destino o el hito

Slobodan Milosevic está ya en una celda del Tribunal Penal para la ex Yugoslavia de La Haya. El día de ayer pasará a la historia, a la auténtica, a los días buenos en que se ha impuesto el criterio de que los demócratas y quienes creen que los seres humanos son iguales en derechos, porque el mundo ha impuesto unas normas que impiden el genocidio gratis, porque la humanidad ha tenido recuerdo y compasión por los centenares de miles de víctimas para impedir que triquiñuelas legales otorguen impunidad a un asesino en masa, presunto, de momento. Es un día bueno para Serbia y para Europa, porque un lastre en sus relaciones y una ignominia para su conciencia pasa a ser un asunto judicial y un hito para su regeneración.

Serbia tiene la oportunidad de romper con quien parecía el dueño de su destino y ha sido su maldición durante una década pasada y alguna por venir. El hito no era el destino, era la agonía primero y después el desastre. Como en su día otros pueblos, el serbio lo ha vivido y ha de liberarse de él. Será doloroso, pero es necesario. Y no hay mejor pagador nunca que el responsable.

Milosevic tendrá la celda y el trato digno que no ofreció ni siquiera a su antecesor como presidente serbio y mentor entusiasta, Ivan Stambolic, al que según las últimas informaciones, los servicios secretos serbios, por orden de la mujer de Milosevic, Mira Markovic, disolvieron en ácido en una bañera. Nadie ejecutará a Milosevic. Tendrá ocasión de hablar y defenderse. Y nunca será condenado a la muerte que impuso a tantos seres de la región que nunca le hicieron daño alguno. El mundo apuntó a Pinochet y mejoró y ayer mejoró aún más al conseguir que este sátrapa al que la vida de los suyos le valía lo mismo que las demás, es decir, nada, tenga al menos que ponerse un uniforme de preso y explicarse.

Sus agitadores en Serbia podrán indignarse con la interpretación legal, más bien chapucera, que las autoridades de Belgrado han hecho de su causa. Él nunca se molestó en argumentar penas dramáticas. Mataba por lógica. Ahora, en La Haya, donde jueces y fiscales saben con quién hablan, tendrá ocasión de contar qué sucedió para que un banquero gris se convirtiera en el mayor asesino europeo de la segunda mitad del siglo XX.

La vida siempre ha dado muchas vueltas, pero para algunos que confunden su poder con la capacidad de imponerlo a sangre y fuego, con el liquidar vidas y haciendas de compatriotas y vecinos y saquear el futuro de su pueblo y otros, anegándolos en el terror, la vida parece haber dado ya una vuelta definitiva. No puede ser, no se tolera, y además es imposible. Por eso, la entrega de Milosevic al Tribunal de La Haya no sólo es un día de fiesta para todo demócrata, sino también un momento de reflexión para todos aquellos que se vean tentados a seguir estos ejemplos de satrapía.

Son momentos de alegría, pero quedan muchas sombras. ¿No debieran los serbios, y a su cabeza el presidente yugoslavo Kostunica y el primer ministro serbio Djindjic haber entregado a Milosevic por convicción y no por la coacción que supone la amenaza de no recibir la ayuda internacional prometida? ¿Lo hubieran entregado sin la presión de EE UU? Son los serbios los que han de decidir si buscan la ayuda financiera o unirse a una comunidad de valores que abomina de personajes tanto tiempo adorados por el pueblo serbio, al menos por su mayoría. El tiempo lo dirá.

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