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Columna
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Elogio del 'michelín'

Un equipo de investigadores de la Universidad de California acaba de publicar en la revista especializada Tissue Engineering los resultados de una investigación revolucio-naria: la grasa extraída de un cuerpo humano mediante liposucción sirve para obtener las preciadas células madre, esas células en principio indiferenciadas y generalistas que, tras ser cultivadas en el laboratorio, pueden transformarse en una variedad de tejidos útiles para reparar órganos del cuerpo humano dañados por alguna enfermedad. El ejemplo más evidente para explicar todo este asunto es el de la lagartija, capaz de regenerar su cola. Imagínense que un día sea posible regenerar un corazón dañado por el infarto, o un cerebro afectado por el Alzheimer, o un hígado, o un riñón. Hasta ahora la única fuente de células madre eran los embriones humanos, cuya manipulación choca con graves cuestiones éticas, o su extracción directa de órganos adultos como el cerebro o la médula ósea, intervenciones siempre arriesgadas. De ahí la relevancia del descubrimiento al que vengo refiriéndome: sin los inconvenientes éticos de los embriones, sin los riesgos de la intervención sobre el cerebro o la médula ósea, la posibilidad de obtener células madre de la grasa corporal mediante una simple liposucción abriría las puertas a una fuente accesible, barata e inagotable de recambios orgánicos con los que reparar algunos de los daños que en la actualidad azotan a los ciudadanos de las sociedades desarrolladas. Fascinante, ¿no les parece?

Pues, lo que son las cosas, una preocupante deformación profesional derivada de mi condición de sociólogo y columnero me ha llevado a relacionar esta noticia con una cuestión política de indudable importancia, popularizada en los últimos tiempos con una expresión que ya ha hecho época: me refiero al asunto de los michelines. Aunque fue Xabier Arzalluz quien utilizó esta expresión para referirse a las voces críticas existentes en el seno de su partido, no hay fuerza política que no desee afinar el tipo y verse libre de michelines. Son esos molestos Arregis, Elorzas, Oliberis, Zabaletas, Usines... (vaya: no consigo encontrar ni sombra de michelines en el PP) cuya presencia es siempre aplaudida por los otros, nunca por los propios. Todos aplauden al crítico de la casa ajena a la vez que repudian o ningunean al de la casa propia. Y más en campaña electoral, esa etapa preveraniega en la que los partidos se machacan el cuerpo a golpe de quirófano o de gimnasio para lucir tipito en la playa. Pero ahora resulta que en los michelines reside la capacidad de regeneración de los partidos. Que es de los michelines de donde pueden extraerse las células madre necesarias para reparar los daños que todos los partidos acaban sufriendo como consecuencia de los avatares de la política o fruto del paso del tiempo. Que la única manera de hacer frente al anquilosamiento y a la esclerosis que tarde o temprano acaban por afectar a todas las organizaciones sociopolíticas (no sólo a los partidos) es tirar de michelín, hurgar en la grasa propia y cultivar un puñado de células madre que, inyectadas de nuevo en la organización, reparen poco a poco los estragos causados por el unanimismo y la autocomplacencia.

Bien es cierto que, según los investigadores de la Universidad de California, las células madre obtenidas de la grasa no se han mostrado hasta el momento tan versátiles como las procedentes de los embriones: mientras estas últimas pueden transformarse en cientos de tejidos distintos, las cosechadas mediante liposucción sólo han podido ser transformadas en músculo, hueso o cartílago, elementos todos estos más adecuados para sostener y fortalecer la estructura del organismo que para su regeneración. Con lo cual, a lo peor estaba yo equivocado y tampoco los michelines sirven para otra cosa que para apuntalar las estructuras ya existentes o, en todo caso, para crear otras similares. O tal vez sea que el mejor michelín es aquel que aún no se ha desarrollado del todo, aquel que aún conserva una cierta naturaleza embrionaria. En fin, un lío. Ustedes verán.

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