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Columna
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El Círculo

Me dispongo a celebrar, en compañía de muchos y por todo lo alto, el cumpleaños del Círculo Artístico; mejor dicho, el 75º aniversario de la inauguración de la sede de la calle de Alcalá, obra de Antonio Palacios. La entidad es mucho más antigua, de 1880, y estuvo antes en la calle del Barquillo.

Por más que quiero recordar, no he visto nunca, ni en España ni fuera de ella, un centro de arte y cultura de tanta vitalidad, de oferta tan plural, de acogida tan entusiasta y ambiente tan divertido. El Madrid ideal, el Madrid sin fronteras que no pregunta quién es usted, de dónde viene, se hace realidad en el Círculo. Cuando quiera que vaya, puede ver teatro, cine, exposiciones; asistir a conferencias (o charlas), tomar parte en debates, mesas redondas, cursos. Puede hacer prácticas de dibujo, aprender en talleres de... (véase prospecto), o puede ir a su famoso baile de Carnaval, y, en abril, leer ante el mundo un párrafo del Quijote. Siempre, cruzándose en los salones, en las interminables, marmóreas escaleras con lo mejorcito de la vida cultural del país.

El Círculo, hoy bajo la ilustrada presidencia de Hernández de León y la dirección del ubicuo (por el don de la ubicuidad) César Antonio Molina, es un milagro de la democracia.

Digo milagro porque en 1983 se produjo la transubstanciación del Casino (más que Círculo): de señores mayores que jugaban al póquer, leían periódicos atrasados y contemplaban el mujerío que pasaba por la acera de Alcalá.

El Ministerio de Cultura, con Javier Solana y siendo Mario Trinidad subsecretario, propició la mutación darwiniana. Entraron de golpe tres mil nuevos socios que desbordaron a lo que quedaba del Antiguo Régimen.

El precioso salón de grandes ventanales, decorado con frescos, de la planta baja se pobló de gente joven nunca vista allí; ¡ah!, y de artistas, gran novedad de la nueva época.

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Ahora, para la celebración de este aniversario, se anuncian actos, reuniones, fiestas que durarán hasta diciembre.

En el Círculo, y con el Círculo, no paramos.

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