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TERREMOTO EN CENTROAMÉRICA

Los equipos de rescate luchan a la desesperada por salvar a los sepultados vivos de Santa Tecla

Juan Jesús Aznárez

El barrio de Las Colinas, en la población de Santa Tecla, a 12 kilómetros de la capital, era ayer un camposanto plagado de deudos, coches patas arriba, troncos, hierros, enseres domésticos y decenas de equipos de rescate. 'No quiero que me la entreguen envuelta en un plástico, quiero tener un lugar donde rezarle', pide Petra. Su hermana y cuatro sobrinos fueron sorprendidos por la lengua de tierra que cubrió el barrio en 20 segundos y yacen bajo tierra. El padre, que hace un año emigró a EE UU en un intento por sacarles de la pobreza, vuela hacia El Salvador.

Las Colinas es el epicentro del drama padecido por este país de 5,7 millones de habitantes, agrietado todo por un seísmo que le asoló de este a oeste, que tumbó hasta el 90% de las viviendas de algunos pueblos de adobe, destrozó parte de su infraestructura y movilizó a una sociedad acostumbrada a las desgracias. Los púlpitos invocan al Altísimo, y algunos le piden explicaciones: '¿Señor, qué hemos hecho?'. El Gobierno, por su parte, pidió 3.000 ataúdes a Colombia, donde esa industria es próspera.

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Hacia la medianoche del lunes, iluminadas las excavaciones por generadores, una voz se alzó en una de las esquinas de este nuevo cementerio de 300 metros de diámetro. '¡Alto, puede haber vida!'. Una pala excavadora se detiene, un holandés señala a los pelotones los pasos a dar y pocos minutos después una camilla carga el tronco de una mujer. El trabajo continuó silencioso, sepulcral, y una hora después, a 50 metros, otro equipo desentierra a una mujer joven que parece proteger a su hija de nueve años, muerta también, acurrucada junto a ella. '¡Un cortafríos, un cortafríos!', pide alguien. El brazo de la madre, aprisionado, retrasa el rescate. '¿Las conocía?', pregunto a un joven cubierto con una mascarilla. Los cadáveres hieden. 'Eran mi esposa y mi hija'.

El presidente salvadoreño, Francisco Flores, todos sus ministros, las Fuerzas Armadas, los voluntarios civiles y organizaciones civiles de todo tipo suman esfuerzos, diseñan prioridades y trataban ayer de coordinar esfuerzos con los equipos de salvamento enviados por numerosos países. Hacia las seis de la mañana, un nuevo temblor, uno de los más violentos de las 600 réplicas registradas desde el sábado, sacudió de nuevo el país, aterrorizó a sus habitantes, y cayeron nuevas viviendas en Comasagua, Armenia o Santa Elena. Otras poblaciones, las más pobres, sólo pueden recibir ayuda desde el aire.

'¡Corramos, hija, corramos!', apremió Esther, de 38 años, a su hija, de 15, el día del desgarramiento de un cerro de la cordillera de El Bálsamo, cuya copa dista cerca de cien metros de las faldas donde se emplazó un barrio de clase media. 'Sólo me acuerdo que una gran ola de tierra se nos vino encima. La tierra se levantó como cuando entra en erupción un volcán. El alud nos arrastró cuatro casas más abajo. Perdí el conocimiento y me encontré en el hospital'. Le amputaron una pierna, pero da las gracias a Dios porque su hija también salvó la vida.

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El tecladista del Grupo Algodón, Sergio Armando Moreno, salvó la suya después de permanecer 30 horas enterrado. Era el tercer sobreviviente de Las Colinas. Y han sido tan pocas las personas salvadas, que el rescate de un perro, localizado con vida dentro de un coche, entusiasmó a los socorristas. Casi un día llevó el salvamento del músico. Frenéticamente, las tijeras hidráulicas de las brigadas cortaron varillas y hierros, los mazos pulverizaron bloques de cemento y los camilleros insuflaron oxígeno a través de un orificio. Sergio Moreno agonizaba con el tórax hundido y las piernas rotas. Recobró el aliento, y sus padres lloraron al pie de un hoyo que pensaron sería su sepultura.

El hijo dio las gracias y una ambulancia, aplaudida por todos, se lo llevó para revivirlo con suero. María Ofelia Flores miraba llorando cinco bolsas de plástico, a sus cinco hijos. 'Todititos murieron'.

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