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Investigacion básica orientada y el futuro de la Universidad

Desde el final de la II Guerra Mundial, la investigación científica ha venido siendo clasificada en básica y aplicada. Este binomio viene siendo considerado insuficiente en los últimos años para afrontar las demandas de la sociedad del progreso en el conocimiento. El resultado es la revisión del paradigma para postular otro algo más complicado que se puede resumir en el trinomio ciencia básica pura-ciencia básica orientada (o inspirada por la aplicación)-ciencia aplicada pura y desarrollo (Pasteur's Quadrant. Basic Science and Technological Innovation. Stokes, 1997). Esta nueva conceptualización se fundamenta en el creciente interés del mundo occidental en la utilización del conocimiento para la consecución de innovaciones incorporables al tejido productivo. Al igual que el binomio se imaginó en EE UU para extenderse al resto del entorno occidental, incluyendo nuestro país, va siendo claro que el mismo destino está siguiendo el trinomio.Tiempos también de cambio para la Universidad. Lo pone claramente de manifiesto Wittrock (La Universidad europea y americana desde 1800. Las transformaciones de la Universidad. Rothblatt y Wittrock, 1996), que considera que la Universidad en el contexto internacional ha experimentado tres grandes transformaciones: primera, el periodo de la crisis y el renacimiento de la idea de la Universidad a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, asociada a la Ilustración; segunda, el surgimiento de la Universidad moderna, orientada hacia la investigación a finales del siglo XIX, y tercera, el actual periodo, derivado de las corrientes de la demanda, en rápido crecimiento, y a menudo también del apoyo del Gobierno, la industria y del sistema educativo. La consideración de estas transformaciones en la universidad no española pone inmediatamente de manifiesto los elementos peculiares de esta última: abortó la primera transformación porque la Ilustración tropezó en España con la monarquía absoluta; abortó la segunda transformación cuando se estaba dando en otros lugares porque el repunte que supuso esencialmente la Institución Libre de Enseñanza y los laboratorios de la Junta de Ampliación de Estudios se colapsaron con la guerra civil y el exilio.

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De forma tardía se inicia un nuevo repunte durante la democracia, que lleva a la situación actual, en la que la actividad científica ha calado discretamente en la Universidad, habiendo grupos que funcionan a buen nivel. Cualquier valoración ponderada implica reconocer que se trata de un estatus puntual y lejano de la consolidación, como se puede esperar de que haya tenido lugar sobre un sustrato históricamente maltrecho. Además, sería ilusorio esperar que nosotros recorriçeramos en 20 o 30 años lo que a los países del entorno les ha costado 100.

En esta coyuntura, cuando andamos en nuestra versión de la segunda transformación, los países del entorno se han embarcado en la tercera, que surge de las exigencias de la sociedad y de la madurez de algunas universidades foráneas para proveer satisfacción a las demandas. Entretanto, la Universidad española tropieza con dificultades basadas en su desfase histórico, mientras también aquí la sociedad exige que el conocimiento se traduzca en innovación.

Estas exigencias han venido conduciendo a reflexiones para fundamentar políticas. En estas reflexiones, y en sus consecuencias visibles, no se excluye a la Universidad, pero se pone de manifiesto la desconfianza en que la Universidad pueda abordar la tercera transformación. La consecuencia es que se propone y se orienta la adjudicación de recursos para que la investigación básica orientada se desarrolle fuera de la Universidad, en la empresa. Dice Fernando Aldana, director de la Oficina de Ciencia y Tecnología de la Presidencia del Gobierno, que las universidades y el CSIC serán el garante de la investigación básica no orientada. Y dice Antonio Luque que "es imposible pensar en una reconversión de los actuales investigadores públicos en investigadores empresariales. ¡Hacen falta donde están ! Y para los fondos de que disponen no hacen mal su tarea".

Probablemente la función de quienes nos gestionan es habilitar los instrumentos para alcanzar los objetivos que la sociedad del momento requiere. Desde esta posición tiene sentido habilitar los más idóneos para el caso. Tal vez haya que aceptar que el análisis es apropiado y que la Universidad carece del dinamismo y de la actualización para hacerse cargo de las funciones que en otros países se le adjudican. Pero no deja de ser cierto que tampoco el otro término del binomio se encuentra precisamente en forma: la capacidad de las empresas de generar tecnología o una dinámica de innovación, al margen de las "sucursales de las multinacionales" (dedicadas en su inmensa mayoría a la comercialización y no al desarrollo) es virtualmente nula. Comparativamente, las universidades están más preparadas para recoger el reto del desarrollo tecnológico si reciben el apoyo necesario. Es más, los investigadores están donde están, es decir, en la Universidad y en el CSIC, será difícil reciclarlos, pero más difícil es esperar que surja una generación de investigadores prestos a adscribirse a estructuras empresariales de investigación inexistentes y muy difícilmente creables en un medio basado en pymes sin excedentes de envergadura suficiente para enfrentarse a la capitalización de inversiones de alto coste requeridas por una investigación competitiva en el referente internacional. Y aquí surgen los problemas. Sin negar la buena voluntad de estas políticas, es de sentido común que no se puede esperar grandes realizaciones cuando se aplican sin contar con las posibilidades reales de todas las partes implicadas.

La inyección de inversión que al parecer se va a realizar podría no dispendiarse articulando la estructura universitaria con nuestra estructura productiva en lugar de hacerse bajo la inspiración del mito de la macroempresa investigadora, real, pero en otros lares. Es obvio que acusamos las consecuencias de la falta de experiencia histórica sobre lo que una Universidad bien funcionante puede aportar a un país. Se semeja la situación a la del ciego de nacimiento que no echa en falta la luz. Pero es necesario poner de manifiesto que, además, en esta dinámica se condena a la Universidad a no madurar en consonancia con la de los países del entorno socio-económico deseable y a consolidar y agrandar el diferencial con los mismos. La consecuencia, que en buena medida parece inevitable, es que, al menos en general, la Universidad española del siglo XXI tendrá poco que ver con las instituciones con el mismo nombre de ese entorno.

Según Wittrock, la Universidad es, junto con la Iglesia, la institución macrosocial actual más respetada por el paso del tiempo. Resulta al menos chocante que aseveraciones solemnes para otros contextos suenen a rechufla en el nuestro. Pero al menos, ¿no se podría dar un mejor entierro a la abuela?.

Juan Vicente Sánchez Andrés (juanvi@umh.es) es catedrático de Fisiología de la Universidad de La Laguna

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