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Tribuna
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Dos ciudades

"Tenía que ocurrir una cosa así para que se preocuparan de poner remedio", oí decir a una mujer hablando del joven asesinado por su pareja de diecisiete años y madre de dos hijos. Ella sabía lo que se decía, añadió, porque también vivía en las Tres Mil. Claro que había maltrato, y si aquella joven no había recurrido a las ayudas que se ofrecen era porque, siendo gitana, no le hubieran hecho caso. ¿Que por qué?: porque hubiera vuelto a su casa a los tres días, y también por ignorancia; sobre todo por ignorancia. Otra mujer cambió de conversación. Tenía razón, por no saber se pueden hacer las cosas tan mal hasta llegar a estos extremos, y a la hora de la justicia, se dan casos en los que no se pueden ni defender, como le ha ocurrido a Teresa Moreno en Madrid.Contra la pobreza, la ignorancia y la delincuencia, Sevilla se va llenando de rejas, blindajes, alarmas y guardias de seguridad, pero, como en otras grandes ciudades, hay zonas por las que se pasa acelerando el coche para evitar la agresión física y psíquica, la del atraco y la del encontronazo con una realidad de degradación, cansancio y soledad, en donde parece que el orden despierta el instinto de destrucción.

Claro que esas zonas no han sido siempre así, tienen un principio que pasa desapercibido o que no se sabe evitar. Y tampoco son sólo eso, sino que también tienen vida normal, personas cívicas y con conocimientos que se sienten ignoradas y desamparadas, sin posibilidad de vivir tal como tantos otros vivimos sin dificultad, con los mismos servicios, derechos y seguridad, formando parte, dialogando con la ciudad. Es tan razonable su deseo, su necesidad, como dolorosa debe ser la sensación de impotencia y deprimente pensar que sea tan complicado de solucionar: quizá me equivoque, pero a simple vista no parece posible la idea de un gueto, ni la expulsión, ni echar abajo las casas.

Barrios en olor de olvido. De vez en cuando oímos decir que se ha recuperado alguno en esta o en aquella ciudad, pero me imagino que será a costa de comenzar a perder otros nuevos. Es la historia de las dos ciudades de Dickens que todavía no hemos conseguido solucionar.

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