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Miedo tremendo

La cultura política de los partidos políticos de la izquierda española, independientemente de que se trate de partidos que proceden de la tradición de origen socialista o de la de origen comunista, es completamente distinta de la cultura de los partidos políticos de la derecha de nuestro país o, mejor dicho, del partido político de la derecha, ya que, en la práctica, partido político de la derecha española con presencia relevante en todo el territorio del Estado sólo hay uno.La cultura política en la que se mueve el PP es una cultura autoritaria, en la que es el presidente nacional del partido el que, directa o indirectamente, toma las decisiones importantes, tanto en lo que a la orientación política se refiere como en lo relativo a las personas que van a ocupar los diferentes cargos directivos.

Si UCD no hubiera desaparecido, tal vez hubiera sido distinto y se habría podido acabar afirmando en el centro-derecha español una cultura política de menor autoritarismo y mayor participación por parte de los militantes. Pero UCD desapareció casi inmediatamente después de que se aprobara la Constitución, dejando que fuera la AP de Manuel Fraga el partido que ocupara el espacio de derecha en el sistema político español.

Desde ese momento, el partido de la derecha española, AP primero y PP después, ha sido el paradigma de organización política autoritaria, dirigido de una manera acentuadamente jerárquica desde la presidencia nacional. Hubo un momento en que no fue así, en el congreso celebrado en 1986, en el que se enfrentaron Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Antonio Hernández-Mancha por la presidencia del partido, resultando ganador este último. Pero ha sido el único momento en la derecha española en que han sido los militantes en un Congreso los que han elegido a un presidente y no simplemente ratificado al candidato previamente designado. No tardó mucho tiempo Manuel Fraga en corregir la "veleidad democrática" en que había incurrido, provocando la convocatoria de un congreso extraordinario en el que fue destituido Hernández-Mancha. El siguiente presidente, José María Aznar, fue designado por Manuel Fraga y ratificado en el congreso de 1990 en Sevilla, en el que, como se recordará, Manuel Fraga rompió en público la carta de dimisión sin fecha que José María Aznar le había enviado previamente.

En lo que a la cultura política partidaria se refiere, nada ha cambiado desde entonces. Simplemente, el lugar que ocupaba Manuel Fraga ha pasado a ser ocupado por José María Aznar. De ahí que no dejara de resultar ridículo que, tras la elección de Rodríguez Zapatero como secretario general del PSOE, Javier Arenas resaltara que él había felicitado al nuevo secretario general socialista por su elección, pero que a él no lo felicitaron desde el PSOE cuando fue nombrado secretario general del PP. A Javier Arenas se le pasó por alto que mientras Rodríguez Zapatero había sido elegido democráticamente en un congreso, él había sido designado por José María Aznar tres días antes de que empezara el congreso en que fue ratificado. El peso de la cultura política autoritaria es tan grande que todo un secretario nacional no ve siquiera la diferencia entre ganar en un proceso democrático y ser designado a dedo.

Todos los momentos de crisis en la derecha española se han resuelto de manera autoritaria. Así se resolvió el tránsito de UCD a AP en la primera mitad de los ochenta. Y así se resolvió la sustitución en el liderazgo de Manuel Fraga por José María Aznar. Y así se han ido resolviendo todos los liderazgos regionales, como la sustitución de Javier Arenas por Teófila Martínez puso de manifiesto. O el lanzamiento de Josep Piqué en Cataluña, aunque de momento sin ocupar responsabilidad orgánica interna.

Los partidos políticos de izquierda no pueden solucionar sus crisis de esta manera. Los secretarios generales designados, de manera directa o indirecta, por el secretario general saliente, acaban viendo rechazada su autoridad por los militantes y tienen que abandonar la dirección más bien pronto que tarde.

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Así le ocurrió a Gerardo Iglesias, heredero de Santiago Carrillo. Y así le ocurrió a Joaquín Almunia, heredero de Felipe González. El primero no sobrevivió al fracaso de 1986 y fue sustituido por Julio Anguita, inventor de la fórmula Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía. El segundo, aunque pudo sobrevivir de mala manera al fracaso de las primarias, no ha podido sobrevivir al fracaso del 12 de marzo de 2000 y ha sido sustituido por José Luis Rodríguez Zapatero. En ambos casos la sustitución en el liderazgo se ha producido en congresos abiertos, en los que los militantes han tenido oportunidad de manifestar libremente su voluntad.

IU se encuentra ahora ante un reto similar, aunque en circunstancias muy distintas, a las que se encontró el PCE con el final del liderazgo de Santiago Carrillo. Entonces se intentó predeterminar la sucesión al margen de cualquier proceso democrático. Lo único que se consiguió es prolongar cuatro años más la crisis con la elección de Gerardo Iglesias. Algo parecido a lo que le ocurrió al PSOE en el congreso de 1997, en el que fue elegido Joaquín Almunia.

Así no se puede actuar en el seno de la izquierda ni en España, ni en Andalucía. Para IU no hay otra salida que la que pasa por que los militantes puedan manifestar libremente su voluntad en los congresos correspondientes y elijan al coordinador y, con ello, a la nueva dirección. En los momentos de tranquilidad y cuando existe un liderazgo con proyección exterior y autoridad en el interior, el radicalismo democrático de los militantes de izquierda puede verse atemperado. Pero cuando se está ante una situación de crisis, no es posible. Se puede intentar evitar, a través de las normas de procedimiento en base a las cuales se va a desarrollar el o los congresos, impedir que los militantes puedan decidir. Pero eso no sólo no sirve para nada, sino que acaba siendo un remedio peor que la enfermedad. El "miedo tremendo" al cambio, del que habla Concha Caballero, puede ser la puntilla para IU.

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