_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La cepa

¿Y si el nacionalismo asesino no fuera sino una mutación dentro de la nueva violencia en la sociedad posindustrial? Los últimos datos del Ministerio del Interior calculan entre 2.500 y 3.000 el número de jóvenes, en su mayoría adolescentes, implicados en la violencia callejera de Euskadi y a un centenar dispuestos a matar enrolados en ETA.En otras partes de Occidente grupos de adolescentes saquean, disparan contra sus compañeros, liquidan a sus padres, asaltan un colegio armados con bombas, acorralan a los viandantes para apalearlos. El fenómeno de la violencia adolescente cubre el mundo occidental, fomentado por la televisión, las sesiones de cine, los videojuegos, los programas dentro y fuera de Internet que propagan la ética del mundo.

Hasta hace poco, los casos de violencia juvenil brotaban como sucesos aislados, chispas entre las fisuras de la organización social. Ahora, sin embargo, la violencia juvenil o adolescente se ha pegado a la vida ciudadana como una excrecencia permanente. No sólo en el País Vasco, en incontables lugares de Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos, cunden en los fines de semana los signos de una sevicia sin resolver. El incremento de los participantes en la lucha callejera, movilizados como bandas, no se correlaciona, además, con el aumento del desempleo, la crisis o una mayor represión política. Actúan violentamente, linchan o incendian como parte de una excentricidad que pretende afirmarse eliminando al otro. Ni el invocado ahogo de la identidad nacional ni el imaginario recorte de las libertades deciden completamente en Euskadi la singularidad de su violencia. El movimiento posee acaso un alcance supranacional al igual que otras enfermedades contemporáneas carentes todavía de diagnóstico. En el País Vasco, no obstante, se ha configurado un enclave especialmente infectado y de intensidad excepcional tras asociarse el fanatismo local con la perversidad global. Historiadores, sociólogos, psicólogos serían necesarios para diagnosticar los pormenores de esta cepa que ha cristalizado en nuestro país, como el Ébola o el Marburg en otras áreas, y para cuya erradicación no ha de sobrar un mejor entendimiento de la patología más allá de ETA, del PNV y de los paisajes vascos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_