La amenaza ecológica de la plantilla de Cellatex se desactiva con un pacto social
Los 153 obreros de la empresa textil francesa Cellatex aprobaron ayer un plan social que pone fin a la amenaza ecológica que hacían pesar contra el río Meuse, amenaza consistente en verter 50.000 litros de ácido sulfúrico en sus aguas para después hacer estallar la fábrica con todas sus toneladas de sulfuro de carbono en el interior. Algunas de las demandas de los trabajadores han sido atendidas por las autoridades, que han aceptado que los 153 trabajadores cobren durante dos años -y no 10 meses, como prevé la ley- el 80% de su salario.
La prima de indemnización por despido que cobrará la plantilla de Cellatex es también muy superior (80.000 francos franceses, dos millones de pesetas) a la inicialmente ofrecida, aunque sólo sea poco más de la mitad de la reclamada por los trabajadores.Cellatex, declarada en quiebra por decisión judicial, no encuentra comprador. Durante varios días se había hecho circular el rumor de que una firma alemana estaba interesada en adquirir la fábrica para convertirla en centro piloto de creación de fibras revolucionarias. El escepticismo sindical se ha revelado justificado y el hipotético caballo blanco, cuya llegada se prometía si se restablecía la paz social, se ha evaporado.
La prima de despido ha requerido una larga negociación no tanto por su montante como porque el Estado se negaba a asumirla, temeroso de abrir la puerta a otras reivindicaciones. El Ministerio de Empleo, a través de su mediador, ha influido para que fuesen los organismos representativos del sector y del poder local y regional los que se hiciesen cargo, de manera excepcional, de la prima. Una vez cerrado el acuerdo, los obreros entregarán la fábrica, que ocupan desde hace 15 días, a las autoridades en una fecha que consideren apropiada.
Cellatex y su lucha reivindicativa han conseguido la atención de los medios de comunicación debido a que sus trabajadores han recurrido, por primera vez en la historia, al chantaje o presión ecológica para hacerse oír.
El pasado lunes, tras casi dos semanas de encierro, cuya repercusión no había trascendido más allá del área municipal de Givet, la pequeña localidad gala vecina a la frontera francesa en que está radicada Cellatex, los asalariados ya derramaron en un arroyo 5.000 litros de ácido sulfúrico teñido de rojo para que los bomberos pudieran interceptarlo sin demasiadas dificultades.
Ese gesto dio la medida de la desesperación de unos trabajadores de un sector afectado por la competencia de los precios orientales, víctimas pues de la mundialización y demasiado viejos en muchos casos -un 40% de su plantilla- para aprovechar cursos de reciclaje profesional.
El ejemplo de Cellatex no ha tardado en encontrar imitadores. En la fábrica alsaciana de Adelshoffen, los operarios se niegan ahora a que la multinacional Heineken cierre su factoría, y prometen volar los depósitos de gas si no se mantiene en funcionamiento una planta que es rentable. Ayer, también para hacer comprender que están dispuestos a seguir adelante con la citada amenaza, derramaron 10.000 litros de cerveza en las calles del centro de la ciudad vecina del Rin.
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