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Tribuna
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Ésta no

JUVENAL SOTONo era ésta la columna que yo había escrito, y, desde luego, ésta es la columna que jamás hubiese deseado escribir. Yo había escrito mi columna sobre otra banda, pero ETA es la banda de la que escribo. En España viene ocurriendo desde hace demasiados años: el hombre propone y ETA dispone. La última disposición, por el momento, de ETA ha sido asesinar a un concejal del PP en el Ayuntamiento de Málaga, José María Martín Carpena, un buen hombre, según cuentan quienes le conocieron, taladrado a balazos por ETA cuando se disponía a continuar trabajando al servicio de su ciudad y del partido político al que perteneció, al servicio, en definitiva, de esta democracia tan poco dispuesta últimamente para el diálogo, quizás porque los de ETA no saben articular otro sonido que el de las balas disparadas desde sus pistolas y quizás, también, porque quienes podían y debían haber acallado los disparos de ETA no supieron hacerlo en su momento. Martín Carpena, 50 años, concejal malagueño del PP, es el último momento de ETA hasta hoy ¿Cuántos momentos le faltan todavía a ETA y a la democracia en España y al Gobierno que rige la democracia en España?

He pasado la noche del sábado y parte de la madrugada del domingo revisando los canales de televisión local, y nada. He salido muchas veces, durante todo ese tiempo, a la terraza de mi casa, y nada. En las televisiones locales he entrevisto las mismas naderías de siempre; en la calle, los mismos energúmenos de siempre saliendo a cuatro patas de la misma discoteca de siempre -mi desgracia es vivir junto a una discoteca para gente madurita que todos los fines de semana demuestra estar en posesión de una inmadurez acumulada a fuerza de ingerir alcohol y proferir majaderías a gritos-. Nada. Son, cuando escribo estas líneas, las nueve horas y veinte minutos de la mañana del domingo, y los habitantes de esta ciudad, salvo unos vecinos del barrio en el que vivía la víctima y salvo los compañeros de corporación del asesinado, continúan como si nada hubiese ocurrido aquí. O la conmoción es tremenda, o la indiferencia es arrasadora. En cualquier caso, parece ser cierto eso de que en Málaga, pase lo que pase, lo que ocurre es nada.

También nada fue lo ocurrido cuando ETA dispuso aquella tregua, la primera en su tenebrosa historia de banda terrorista, que el Gobierno de entonces aprovechó para hacer nada, salvo sentar tres segundones en una mesa ocupada por otros segundones de ETA y presidida por un cura segundón.

Sentada en la mesa, ETA pretendía ganar tiempo -¡vaya si lo ganó!- y, de paso, pero sólo de paso, sondear la capacidad del Gobierno para negociar algo, por poco que fuese, que sirviera, cuando menos, para sosegar ese tic perverso que tanto y con tanta intensidad convulsiona los gatillos de las pistolas de ETA. Nada. Durante meses y meses el Gobierno demostró que su capacidad de respuesta es casi idéntica a la parálisis. O la conmoción, o la indiferencia fueron la única respuesta del Gobierno a la tregua que dispusiera unilateralmente ETA.

No, no era ésta la columna que yo había escrito, ni era ETA la banda de la que yo escribía en mi columna.

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