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Tapaderas

Villalobos acaba de orquestar otra campaña de autobombo -sin cornetas, mediante el reciente dictamen de la Audiencia Nacional- en los medios de comunicación que le son afines y, animada por el desparpajo que caracteriza a esta mujer, una televisión local de Málaga acometió el antepasado domingo la primicia de ofrecer una, supongo, larga y penosa entrevista que ni vi ni me importó un bledo perderme, ya que las respuestas de Villalobos son tan conocidas de antemano como su gracejo de peronista rescatada del arroyo. De ahí esa suposición mía que seguro no anda muy lejos de la pavorosa realidad. La tapadera era el título del espacio televisivo dedicado a entrevistar al fenómeno de la naturaleza adversa que se llama Villalobos y, aunque de tapar se trataba, pensé que ni el más deficiente de los mortales hubiese aceptado una entrevista realizada bajo semejante titular.Lo que no supongo porque sí veo, con estos ojos que a punto estuvieron de ser comidos por el Palacio Municipal de los Deportes, es la herencia que Villalobos le ha dejado al actual alcalde de Málaga, un cúmulo de desastres que no se merienda ni Carpanta, por más que el primer edil malagueño esté demostrando poseer unas tragaderas que para sí desearía Garganta Profunda, aquella Linda Lovelace que en la década de los setenta desatara a lo largo y ancho del universo-mundo la pasión por engullir chirimbolos ajenos, actividad en la que el alcalde de Málaga tiene demostrado todos los días ser un experto por mor de la jaranera Villalobos y sus jugarretas de cuando era alcaldesa.

En fin, que un hombre como Francisco de la Torre, demócrata hoy porque así me consta incluso personalmente, no pega puesto ahí de tapadera, como tampoco le pegó en su día gobernar, en calidad de presidente más joven de aquella España, una diputación, la de Málaga, si cabe más cateta que la actual pero franquista. Y es que para algunas personas el destino no es un enigma cruel, sino una gamberrada que los dioses perpetran a espaldas del interesado. Ser o no ser... tapadera. He ahí el tremendo dilema de toda una corporación municipal ahora amojamada por el engendro de nuestro descontento: Villalobos.

Paseos marítimos en situación de manifiesta ilegalidad, edificios amenazados de desmoche por haberles edificado pisos de más, túneles semi cegados, aparcamientos subterráneos que derrumban viviendas de vecinos, instalaciones deportivas a punto de hundirse en el quinto infierno y un etcétera más enrevesado que la sanidad pública constituyen, entre otras lindezas que me guardo a modo de póker de ases, el legado villalobero a la ciudad de Málaga. Ni Atila pudo aspirar a tanto cuando vislumbró Roma. Y, sin embargo, ahí la tienen ustedes autopregonando la bondad de sus propios productos, tal que si el ministerio que se dispone a desolar fuese una recompensa por su trabajo brillante para con una ciudad que tardará décadas en recuperarse de su paso arrasador.

Se lo decía, desde su exilio, al padre de José Luis de Vilallonga cierto monarca destronado: "Mira, Salvador, a un Borbón sin corona y con halitosis ya no lo miran las mujeres. Lo que saco a pasear sólo son tapaderas". Pues eso: no se pierdan las tapaderas de Villalobos, que vienen más.

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