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Cuento moral en Irán.

El haber pasado unas semanas en Irán me ha dejado la impresión de que este país estaba ofreciendo al mundo -y en particular al mundo musulmán- una demostración capital, una especie de cuento moral y político a tamaño natural sobre el islamismo real (en el sentido en que se decía, al hablar de la Unión Soviética, el socialismo real): he aquí al islamismo, que era candidato a reemplazar al marxismo como ideología de liberación; he aquí al país que se había convertido en la Meca de este movimiento desde la revolución de 1979, y he aquí a los propios ciudadanos de esta Meca, que, tras haber vivido la experiencia, buscan públicamente (y encuentran) los medios de escapar de ella.Unos intelectuales de Teherán me aseguraron que no era tan sencillo, que la oposición entre conservadores y reformistas no lo resume todo, que la cúpula dirigente iraní es al menos tan complicada como la del Kremlin en tiempos de la URSS.

Pero en las elecciones del pasado 5 de mayo, los electores se encargaron de simplificar las cosas. Hicieron perder a los conservadores las tres cuartas partes de los escaños que tenían en el Parlamento, dejándoles únicamente 50 (de 290) cuando contaban con 180 (de 270) en la Asamblea anterior. Cuando se rechaza de forma tan masiva a los más ortodoxos de la Revolución Islámica, lo que rechaza es la retórica que emplean y en la que se fundamenta el régimen: hay que expulsar tanto al capitalismo como al socialismo; basta rechazar los valores occidentales (en especial, la democracia), al mismo tiempo, rechazar el marxismo ateo, volver a las raíces y seguir las reglas del Corán y de la charía, para establecer una sociedad infinitamente más justa y fraternal. El credo era "Ni Oriente, ni Occidente, ni izquierda, ni derecha, un partido único: el partido de Dios (Hezbo-Allah)". Para subrayarlo bien, la República Islámica puso como piedra angular el concepto de wilayat el-faqih (la supremacía del clero), es decir, la primacía de la legitimidad que viene de "arriba" (del imam Jomeini, de Dios mismo) sobre la legitimidad que viene de "abajo" (la voluntad popular, las elecciones...). Año tras año se llevó a cabo una represión de gran dureza para imponer este concepto y los intelectuales y religiosos que la pusieron en tela de juicio fueron perseguidos de forma sistemática, sometidos a arresto domiciliario o encarcelados. Sin embargo, se seguían organizando unas verdaderas elecciones, pero -debido al wilayat el-faqih -bajo el control de una comisión de religiosos encargados de descartar las candidaturas consideradas demasiado poco islámicas.

No desconfió lo suficiente de la de Mohamed Jatamí, que, para sorpresa general, en 1997 fue elegido presidente de la República por el 70% de los electores. Aparecía como un hombre más abierto y más sensato que su rival conservador, pero pertenecía a la misma cúpula dirigente, él también tocado con el turbante negro que designa a los descendientes del Profeta. El sufragio popular hubiera podido servir sólo para elegir entre dos tendencias de un mismo régimen sin que cambiase nada fundamental. Pero sin cuestionar de forma explícita la primacía de la legitimidad procedente de "arriba", Jatamí se encontró prácticamente investido con la legitimidad de "abajo". Fue ella quien le hizo rey. Sin embargo, le confería sólo la sombra del poder; su realidad (policía, justicia, finanzas y televisión) seguía en manos de los conservadores. Los ministerios y el aparato del Estado, formalmente dirigidos por el presidente, dependían de una autoridad superior. En esta distribución pronto se comprobó que Jatamí no contaba con los medios para cumplir sus promesas, en especial la instauración de un Estado de derecho. Procuró entonces seguir contando la verdad en la medida de lo posible, a la vez que tomaba las decisiones que podía tomar (la más explosiva fue implantar una relativa libertad de prensa).

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Pero el hastío era tan generalizado -y la sed de pertenecer al mundo tan grande-, que la "sociedad civil" se introdujo en el espacio de libertad esbozado y se esforzó en agrandarlo. La punta de lanza de este movimiento siguió siendo la prensa escrita, servida por unos dueños de periódicos, unos periodistas, cronistas e intelectuales que por el simple hecho de imprimir aquello que pensaban, muy rápidamente hallaron una audiencia formidable. No todos eran unos recién llegados. Un joven mollah, islámico hasta la médula, que dirigió el ataque contra la Embajada de Estados Unidos en 1979, se encontró 20 años más tarde como propietario de Salaam, el diario liberal cuya prohibición fue el origen del movimiento estudiantil del pasado julio. Un hombre del Serrallo religioso, ex "izquierdista" musulmán reconvertido.

Pero, gracias a la existencia de Salaam, se pudo lanzar un periódico un poco más radical (en lo que se refiere a decir la verdad) y luego otro más, y así sucesivamente. Estos alumbramientos como de matriuskas afectó a todos los ámbitos: el mundo editorial, el teatro, el cine, la investigación e incluso el estilo de vida. Por todas partes aparecieron "zapadores" anónimos, que alinearon en mayor o menor medida su acción a la de una fracción del poder, pero que rápidamente manifestaron una auténtica independencia.

Era un movimiento sui géneris, sin organización, sin jefe, que proliferaba de forma incontrolada y ante él los resortes del poder en manos de los conservadores se volvieron misteriosamente inoperantes. Ni los asesinatos de periodistas y miembros de la oposición, ni las nuevas leyes que limitaban la libertad de prensa, ni la multiplicación de las condenas, ni la estigmatización de los estudiantes contestatarios, ni la prohibición de 16 órganos de prensa consiguieron invertir la tendencia, sino todo lo contrario. Prácticamente, todo lo que emprendieron los conservadores para intentar detener su declive no hizo más que precipitarlo. Éste es el cuento filosófico: la vasija de tierra que triunfa poco a poco sobre la vasija de hierro; una sociedad viva y desarmada que triunfa sobre un aparato y una ideología de Estado provistos de todos los medios de propaganda y de represión. No se trata tanto de una lucha entre dos clanes dirigidos por dos jefes, sino de una situación en la que la propia población, harta, sale a escena y se pone a actuar resguardándose detrás de una fracción del Serrallo. Lo que sube detrás de Jatamí es mucho mayor que Jatamí.

Pero enfrente se encuentran los que están en el poder y que no lo soltarán así como así. Hoy intentan condenar a muerte a 13 judíos de Chiraz para provocar la indignación internacional y volver imposible la apertura al mundo del Irán de Jatamí. Eso es lo que está detrás de "la lucha entre conservadores y reformistas". Un poder de inspiración teocrática que intenta por todos los medios impedir la creación de un Oriente musulmán moderno.

Sélim Nassib es escritor francés de origen libanés.

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