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Para eso están los amigos.

Andrés Ortega

Podría parecer razonable que, pasados 12 años desde su entrada en vigor, se revise el Convenio de Cooperación para la Defensa entre España y Estados Unidos. En estos años ha terminado la guerra fría, la OTAN se ha transformado y España participa plenamente en ella, y EEUU se ha quedado como única hiperpotencia. La actual prórroga anual del convenio expira en mayo de 2001, y para entonces habrá un nuevo inquilino en la Casa Blanca. Sin embargo, revisarlo puede abrir un melón difícil de volver a cerrar. Y, en todo caso, revisión no tiene por qué equivaler a revisionismo.Es Washington el que considera en primer lugar necesaria la revisión, pues quiere ampliar las facilidades e instalaciones de que dispone en la base de Rota, y lograr una mayor flexibilidad y aquiescencia en las autorizaciones para su uso. Rota (y, en menor medida, Morón), junto con Aviano, en Italia, se han convertido en piezas esenciales para la táctica y movilidad estratégica de Estados Unidos en el Mediterráneo, ya sea los Balcanes, Oriente Próximo o incluso más allá.

El convenio de 1989 se firmó por vez primera -algo que le costó comprender a los negociadores estadounidenses- sin contrapartidas, como corresponde a un país que se precie, una potencia madura como España, frente a un aliado como EEUU. Lo que se lleva meses pensando, sin embargo, es cambiar esta situación. Los militares quieren contrapartidas militares, ya sean ayudas o compras. En una conferencia el pasado 21 de febrero en el Ceseden (Centro Superior de Estudios de la Defensa), el general Juan Antonio Blázquez, presidente de la Sección Española del Comité Hispano-Norteamericano, afirmó que uno de los objetivos de un nuevo convenio es "reequilibrar, mediante contraprestaciones concretas, los importantes apoyos y facilidades que España concede a Estados Unidos". Este planteamiento supone un cambio de filosofía, un retroceso, que no se corresponde con la idea de que el convenio contiene su propia contraprestación, pues va, o debe ir, en beneficio mutuo de ambos países. No es cuestión de favores. Pedir contraprestaciones concretas no se corresponde con la grandeur de otras aspiraciones. Además, los negociadores estadounidenses son, como se ha comprobado en tantas ocasiones, correosos, y ahora meten prisa con el argumento de que las obras se podrían realizar con ayuda de fondos de la OTAN para infraestructuras que están en el actual presupuesto de la Alianza.

Los planteamientos políticos de la Administración de Aznar son algo diferentes, aunque responden también a la idea de que hay que sacar algo: contraprestaciones intangibles, como lograr un apoyo de EEUU para algo que no depende sólo de Washington, como es la entrada en el G-8 (¿siendo receptor de fondos de cohesión de la UE?), un grupo que perderá si se abre a otros, o para lograr un sillón en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en 2002, coincidiendo con la presidencia española del Consejo de la UE. Son objetivos loables cuya consecución redundaría en beneficio de España. Pero justamente la aspiración a contraprestaciones tangibles puede socavar las otras de poder, influencia y prestigio. Para influir no hay que pedir, sino aportar.

La parte española habla ahora de lograr una relación especial con EEUU y darle, en expresión del ministro Piqué, mayor "visibilidad". Puede haber otros caminos más interesantes que explorar, como el de una relación triangular entre España-Europa, América Latina y EEUU, que está en los planteamientos de algunas importantes empresas españolas. Además, la historia refleja que EEUU ha hecho más caso a España cuando ésta ha sido más crítica e independiente, ya sea en lo referente a América Latina, Europa o el mundo árabe. Tal actitud crítica, y no seguidista, no está reñida, ni mucho menos, con ser un aliado fiel y leal, pues hay muchos intereses comunes o compartidos. Para eso están los amigos. Aunque no hay por qué darles todo lo que pidan.

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