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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

En memoria de Miguel Gil

Por ti, Miguel, muchos sentimos respeto, lo mejor que un periodista puede sentir por un compañero, y a muchos de nosotros nos duele tu muerte porque tu ejemplo nos era necesario. Te conocí un mes de septiembre hace cuatro años en la solitaria carretera de Pale a Sarajevo. Sobre tu espigada figura, sobre tu rostro enjuto, vi una bondad apenas superada por tu enorme estatura de periodista único. Se apreciaba una pasión contenida, un amor inocente y sin dobleces por esta maltratada profesión que forjaste día tras día, miedo tras miedo, en el crisol de todos los sufrimientos del cerco de Sarajevo. Allí llegaste solo, sin nada, cabalgando tu vieja moto por el monte Igman. De allí regresaste siendo ya uno de los mejores.Miguel, supiste sortear sin aspavientos algunos tramposos requiebros de nuestro periodismo, donde pronto intuiste cruces más peligrosos que los de la Sniper Avenue o los de las rojizas quebradas africanas, donde al final te han atrapado. Associated Press supo ver el periodista de raza que atesorabas, y los anglosajones, maestros del periodismo internacional, te rendían ya honores cuando aquí aún se te ignoraba. La noticia de tu muerte me llegó de golpe la otra noche, a traición, como llega siempre, y borró de una vez por todas los histéricos bramidos futboleros que lo inundaban todo y de los que trataba de librarme.

El fútbol, querido Miguel, se eleva aquí majestuoso y esterilizador sobre el dolor de África que tan bien entendías y sobre otros dolores olvidados. Sin embargo, después de verte de nuevo en Macedonia emerger victorioso y humilde de la larga noche de Pristina el año pasado, te recordaré ya para siempre en una sola imagen de Kosovo: descansabas, casi te dormías por la fatiga, tumbado y abrazando con ternura tu cámara de reportero. Estabas recostado junto a la tierra removida de la zanja que abrían para aquel niño kosovar, sin importarte que los francotiradores siguieran empecinados disparando hasta el final sobre aquella colina de Likovac.- .

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