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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Quítenme esa losa de encima, por favor IMMA MONSÓ

Tal vez por haber traducido al catalán la última novela de Milan Kundera me llegan frecuentes comentarios sobre su trayectoria editorial que denotan que el autor ha conseguido sembrar cierta confusión entre sus seguidores, lo que me parece francamente loable. No seré yo quien contribuya a aclarar nada, entre otras cosas porque carezco de datos sobre las verdaderas intenciones del autor. Sin embargo, el resultado de su curioso itinerario resulta de lo más significativo. Recordemos: desde hace años, Kundera escribe su obra en francés (no en checo). Cabe esperar, pues, que la primera edición mundial de sus novelas aparezca publicada en dicha lengua. Pero Tusquets acaba de publicarla en castellano y catalán, lo que significa que estas dos versiones son las únicas que hasta el momento han visto la luz. La decisión, por parte del autor, de brindarnos esta oportunidad (insólita para los lectores en castellano, pero más aún para los lectores en catalán dada la condición minoritaria de nuestra lengua), no creo yo que deba ser interpretada como una maniobra caprichosa ni como una traición a su editor y a sus numerosos lectores en Francia. Por el contrario, resulta del todo coherente con su trayectoria, fruto de una visión de los amores patrios que vemos fielmente reflejada en esta novela, incluso en pequeñas anécdotas como la del poeta romántico Hallgrimsson.Fervoroso partidario de la independencia de Islandia, Hallgrimsson murió sin ver realizado su sueño y fue enterrado en Copenhague. Más tarde se proclamó la República Islandesa. Un rico industrial islandés soñó que el poeta reclamaba ser devuelto a su patria. El industrial hizo exhumar el cadáver que reposaba en tierra enemiga, con la idea de inhumarlo en el hermoso valle islandés en que el poeta había nacido, pero ante la tumba abierta en Copenhague, dudó entre los diversos esqueletos y finalmente esogió al azar. Así que, como más tarde se sabría, lo que trasladaron a Islandia fueron los huesos de un carnicero danés. Dicha anécdota, digna por su ternura y comicidad de inspirarle a Brassens una de sus mejores canciones, ha tenido como resultado que el esqueleto de Hallgrimsson descanse aún en tierra enemiga, "mientras que el del carnicero danés, que pese a no ser poeta era también patriota, se encuentra desterrado en una isla glacial que no había despertado en él sino miedo y repugnancia".

No hace falta ser un autor muerto para ser atrapado con mayor o menor éxito por los detentores de los valores patrios, pues sobre el autor vivo se cierne una losa tan pesada como las que sellan los sepulcros: el afán del mercado por etiquetarlo. Su condición patria o, en su defecto, su condición de "representante de un colectivo" (homosexuales, cubanos exiliados, solteras amenas), es un valor que ayuda a triunfar, el mismo que a una actirz la ayuda a ser bellísima, aunque a la larga tenga que hacer valer su talento con mayor empeño que si no lo fuera. Pero el cariño basado en una etiqueta no es cariño de fiar, y querer a un autor, a una actriz o a un amante por lo que representa y no por lo que es suele conducir a la decepción. En un principio, Kundera fue presentado al gran público como checo-en-el-exilio. Tal vez no habría obtenido un éxito tan rápido si nos hubiera sido presentado como un excepcional diseccionador de las relaciones humanas o un gran analista de la relación del individuo con su tierra.

A los patriotas les interesan los autores patrios y los expatriados patriotas. Y al mercado, que tiene todos los defectos de una patria pero ninguna de sus virtudes, le interesa el etiquetaje rápido: dinamiza la demanda del producto y da seguridad al comprador. Además, el etiquetaje rápido permite relacionar al autor con algún fenómeno de actualidad, lo que es vital para obtener espacio en prensa. Así, cuando Kundera empezó a tener éxito, la condición de "víctima de dictadura comunista" estaba de plena actualidad. De manera que por fin, ahora que el muro ha caído y los exiliados del Este ya no están de moda en París, queda de Kundera lo que importa, lo que siempre hubo: una voz inconfundible y una mente implacablemente lúcida. La insostenible ligereza le llevó a expresar esa voz en un idioma distinto, y luego a publicar la primacía en un idioma que no es el idioma en que escribe.

Realmente, no se puede hacer más por despistar el etiquetaje, ni por librarse de esa pesada losa que es la adhesión a la patria. Y, pese a ello, o precisamente por ello, esta novela rebosa amor intenso, apasionado, trágico, a los distintos países que aparecen en ella. "Pero al final hay que elegir", dirán los partidarios del tú-de-qué-lado-estás. Bueno, al final hay una elección: Josef decide volver a Dinamarca, la tierra donde vive desde hace años. Pero, ¿es Dinamarca lo que Josef verdaderamente elige? No. Lo que éste elige es regresar a una casa de ladrillo rojo. La de la cancela de madera. La del abeto esbelto como un brazo levantado.

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