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Tribuna
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Una situación reversible

Cuando se analiza la situación de África, muchas veces resulta difícil no ceder a la tentación del pesimismo. La imagen que la opinión pública europea tiene del continente está condicionada por las crisis humanitarias y los conflictos inacabables. Y los logros evidentes de algunos países, como el esfuerzo de reconstrucción llevado a cabo en Mozambique desde el final de la guerra civil, sólo llegan hasta nosotros cuando se nos cuenta que unas inundaciones históricas se los ha llevado por delante. Algunos de quienes estos días opinan sobre la hambruna de Etiopía concluyen que ésta y otras tantas crisis africanas hunden sus raíces en la corrupción de sus gobernantes. Pero la realidad es mucho más compleja.La realidad es que las principales causas que provocan la pobreza en el mundo tienen un mayor impacto en el África subsahariana y buena parte de estas causas se originan fuera del continente. La exclusión y desigualdades que comporta la forma en que se está llevando a cabo el proceso de globalización económica, la degradación medioambiental ligada al calentamiento de la Tierra, el incremento de los conflictos armados y del comercio armamentista asociado, el peso de la deuda externa y el descenso de la ayuda oficial al desarrollo son factores generadores de pobreza en África, tan o más importantes como el hecho de que la población africana ha sido víctima de numerosos dirigentes corruptos y de regímenes dictatoriales.

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Retos tan importantes para el desarrollo del continente africano como la seguridad alimentaria, el fomento de actividades económicas, el acceso universal a la educación, la lucha contra el sida o el fortalecimiento del tejido social requieren el máximo esfuerzo de la población y gobiernos africanos, pero también la decidida contribución de los países industrializados. Y para ello es necesaria una mayor cooperación que esté orientada a la erradicación de la pobreza, pero, asimismo, eliminar una serie de obstáculos que, desde nuestros países, ponemos al desarrollo de los países africanos.

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La ayuda oficial al desarrollo que destinamos el conjunto de los países de la OCDE ha disminuido significativamente en la pasada década, pasando del 0,36% al 0,24% del PNB. Asimismo, menos de un 2% de la ayuda bilateral de los países de la OCDE se destina a programas de educación básica, cuando existe un consenso general de que la educación de su población es clave para el desarrollo de cualquier país, y la triste realidad es que hoy la mitad de los niños y niñas de toda el África subsahariana sigue sin escolarizar. Sólo con que los países desarrollados aumentaran su ayuda a la educación básica hasta un 8% de su cooperación bilateral se conseguiría el 50% de lo que se precisa para garantizar la escolarización de todos los niños y niñas. Los gobiernos africanos podrían aportar el 50% restante dedicando a educación básica una mayor parte de su presupuesto y de los recursos liberados por la condonación de la deuda.

En África subsahariana se encuentran 29 de los 36 países pobres más endeudados, a los que se dirige la iniciativa de alivio de la deuda del Banco Mundial, de indudable interés, pero que se está aplicando con extrema lentitud por la rigidez de las condiciones que permiten a los países candidatos beneficiarse de ella. Y así, los países africanos destinan al pago del servicio de la deuda el triple de lo que invierten en educación y salud en conjunto.

Europa mantiene barreras comerciales frente los productos procedentes de los países menos adelantados, que suponen una cuota marginal de nuestras importaciones -menos del 1% en el caso de España-, mientras inunda y hunde sus mercados locales con excedentes subvencionados. El libre acceso a los mercados europeos de todos los productos de esos países representaría un avance importantísimo para éstos, con un coste marginal para nuestra economía.

Las ONG que trabajamos en África estamos convencidas de que la situación del continente es reversible. Además de los cambios en las relaciones internacionales, debemos contribuir a fortalecer la sociedad civil en cada uno de los países de África. Éste es un requisito imprescindible para que la población africana pueda disfrutar de gobiernos honestos que trabajen en beneficio de todos y garanticen estabilidad y crecimiento con equidad. Y también lo es para llevar adelante con éxito todo tipo de iniciativas de desarrollo que respondan a las prioridades de los sectores más desfavorecidos. Seguramente no hay soluciones mágicas, pero la voluntad de perseverar en un trabajo complejo y a largo plazo ya está proporcionando resultados positivos.

Ignacio Carreras es director general de Intermón.

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