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Tribuna
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El que ve lo invisible

JUSTO NAVARRO

Acompañando a una amiga de entonces visité una vez el despacho de un abogado matrimonialista: un bufete en la calle Calderería sobre un café llamado Madrid. Recuerdo unos postigos verdes que quizá no existieron nunca y una luz blancoamarillenta, el fulgor del mediodía en Málaga. El abogado resultó ser un hombre elegante, un abogado tímido. Parecía el más tímido y era uno de los abogados más prestigiosos de la ciudad. Usaba su autoridad con la incomodidad humilde de quien agradece la confianza y debe aconsejar los pasos de otros. El escritor Rafael Pérez Estrada ha dicho:

-Yo fui abogado matrimonialista, es decir, experto en el desamor.

Eran la misma persona el escritor Rafael Pérez Estrada y aquel abogado a quien le pesaba la pesadumbre que no era suya. Yo conocí antes al abogado y me costó identificarlo con el mandarín de la cultura malagueña del que me habían hablado algunos: altísimo y caprichoso dignatario de las Letras locales, o eso decían. Y luego, cuando fui conociendo la ciudad, adiviné que sí, que Pérez Estrada era caprichoso, porque era caprichosamente generoso con todos. Adentrarme en Málaga fue descubrir a un escritor que también es un personaje extraordinario. A la salida de una lectura poética (actividad que puede parecerse a una sesión de espiritismo o de venta doméstica de baterías de cocina), Rafael Pérez Estrada se transformaba en un ser absolutamente distinto del abogado de la calle Calderería.

Y entonces (había llegado 1990) quienes lo rodeábamos nos transformábamos en eminencias, monseñores, maestros e ilustrísimas, porque así nos llamaba solemnemente Pérez Estrada, que quizá nos reconocía reyes de los mundos que inventábamos con nuestras palabras, imperios kilométricos o lamentables monarquías de un solo metro cuadrado y robado a algún incauto al que acabábamos de leer. Es que Rafael Pérez Estrada es el auténtico inventor de un mundo. Su manera de ir por la Plaza de la Marina y el Paseo del Parque, charlando, tiene mucho en común con su manera de escribir: de pronto alarga el cuello como un pájaro intrigado y atento, y alza las cejas, o las frunce, como los labios. ¿Qué ve? El mundo es fruto de un hechizo y, vayas donde vayas, te espera precisamente lo que menos esperas: la imposible posibilidad de que la estatua se quite la ropa de piedra.

Entonces Rafael Pérez Estrada anota algo absolutamente normal que insospechadamente se ha vuelto una excepción: su obra es un atlas universal, zoológico y botánico, que me recuerda los álbumes de aquellos naturalistas ilustrados que describían y dibujaban minuciosamente sus descubrimientos maravillosos: maravillas no generadas por el sueño sino por la realidad, por la atención que se presta a lo real. Alguna vez las ciudades tienen la fortuna de encontrar un escritor que las ve en lo más invisible y lo más propio: así ha sucedido con Málaga y Rafael Pérez Estrada, a quien la revista Litoral y el Centro Generación del 27 proponen como candidato al Premio Príncipe de Asturias. Rafael Pérez Estrada, único en la literatura española de hoy, lo merece.

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