_
_
_
_
_
Tribuna:EL DEBATE SOBRE LA INMIGRACIÓN
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Perjudica la inmigración a los trabajadores autóctonos?

La idea de que la inmigración tiene efectos negativos sobre las poblaciones autóctonas de los países europeos parece estar fuertemente enraizada en el panorama político de nuestro continente. En sus manifestaciones extremas, esta idea (o sentimiento) ha sido un importante capital electoral para partidos xenófobos (con éxitos en Bélgica, Francia o Austria) y ha contribuido al caldo de cultivo de una serie ya recurrente de actos de violencia (en Alemania o en España, por ejemplo).En el terreno del mercado de trabajo, el argumento utilizado habitualmente por los partidarios del cierre de las fronteras podría resumirse de la siguiente forma: "Si no hay suficientes puestos de trabajo para nosotros, ¿cómo vamos a hacer que venga más gente?". Sin duda, la definición del "nosotros" tiene un regusto nacionalista, pero ésta no es una razón para esquivar el debate económico. Preguntémonoslo, pues, abiertamente: ¿cuáles son los efectos de la inmigración sobre el nivel de salario y de paro de los autóctonos?

El consenso de los estudios empíricos es el siguiente: en general, los efectos de la inmigración son muy pequeños, pudiendo ser de uno u otro signo. Los casos de efectos positivos se dan incluso para migraciones masivas y para situaciones en las que los inmigrantes realizan el mismo tipo de trabajo que los autóctonos. Por ejemplo, la profesora de Yale Jennifer Hunt ha demostrado que la llegada en 1962 al sureste de Francia de 900.000 pieds-noirs después de la independencia de Argelia no hizo disminuir el salario de los trabajadores de esa región. En un estudio de las ciudades americanas en los años setenta, Joseph Altonji y David Card (universidades Northwestem y de California, respectivamente) obtienen que un aumento del 1% de los inmigrantes en una ciudad disminuye la tasa de paro de los autóctonos no cualificados en un 0,23%. Volviendo a Europa, Rudolf Winter-Ebiner y Josef Zweimüller (universidades de Linz y Zúrich, respectivamente) concluyen para el caso de Austria en 1991 que un aumento del 1% de la proporción de trabajadores extranjeros aumenta entre el 2% y 4% las rentas de los autóctonos jóvenes no cualificados.

Utilizando los instrumentos de la teoría económica, podemos construir un modelo que nos ayude a entender (de forma parcial) por qué la inmigración puede llegar a tener efectos positivos sobre los trabajadores autóctonos incluso cuando los dos grupos de trabajadores realizan el mismo tipo de trabajo y existe desempleo. La idea central es muy sencilla: la llegada de inmigrantes hace que las empresas creen más puestos de trabajo, porque el coste del trabajo disminuye en términos medios después de la inmigración. Al haber más puestos de trabajo disponibles, los autóctonos pueden obtener más fácilmente un empleo. El salario que reciben puede también aumentar, porque la mayor disponibilidad de puestos de trabajo refuerza su poder de negociación ante las empresas.

Este argumento es válido si la economía que se estudia tiene las tres características siguientes: la primera es que las empresas no puedan incluir un requisito de nacionalidad para los puestos de trabajo que abren. Esto es frecuente en las legislaciones europeas. En segundo lugar, que los inmigrantes reciban salarios inferiores a los de los autóctonos. Estas diferencias salariales pueden ser el resultado de varios factores, y no sólo de la existencia de una discriminación. Por ejemplo, los inmigrantes pueden estar dispuestos a aceptar salarios inferiores a los de los autóctonos porque han debido gastar ya sumas importantes para desplazarse o porque el salario alternativo que podrían obtener en su país de origen es mucho menor. Otro factor puede ser el mal conocimiento de la lengua del país en el que se instalan: una serie de estudios (para Holanda o Alemania, por ejemplo) demuestran que los inmigrantes que tienen un buen conocimiento de ella reciben salarios superiores a los de los otros inmigrantes. La tercera característica parece también realista: tiene que cumplirse que la búsqueda de un trabajador sea menos costosa para una empresa si hay más individuos buscando un empleo.

¿Qué ocurre entonces? Si las empresas creen que habrá una llegada de inmigrantes al país, esperan también poder pagar salarios menores en términos medios. Esto hace que abran más puestos de trabajo. Para los inmigrantes potenciales, esta mayor disponibilidad de empleos les permite amortizar los costes de migración y les incita, por tanto, a emigrar. En este caso, la economía se sitúa en un equilibrio con un nivel de empleo alto y con inmigración. De forma análoga, si las empresas creen que los inmigrantes potenciales se quedarán en sus países de origen, esperan deber pagar salarios altos, no crean empleos, y los emigrantes potenciales prefieren no desplazarse. Éste es el equilibrio con un nivel de empleo bajo y sin inmigración.

Cuando se comparan estas dos situaciones se puede demostrar que la primera (el equilibrio con inmigración) es mejor para todos.

El último aspecto importante del modelo es saber cuándo la economía se situará en el equilibrio bueno (inmigración) en vez de en el malo (ausencia de inmigración). Un primer factor es el de las expectativas de los agentes: si los agentes creen que se llegará al equilibrio bueno, se llegará de hecho a ese equilibrio (una "profecía que se cumple a sí misma"). En efecto, si hay trabajadores extranjeros que creen que la emigración puede ser una buena opción para ellos, las empresas crearán más puestos de trabajo a través del mecanismo que hemos visto, y emigrar les resultará realmente rentable. Si, por el contrario, los trabajadores extranjeros creen que la emigración no es una buena opción, la economía se quedará en el equilibrio malo.

Los argumentos desarrollados en este artículo indican que la inmigración no debe ser concebida como un "peligro", sino como una fuente de bienestar económico para Europa.

Javier Ortega Diego es maître de conférences de Economía en la Universidad de Toulouse.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_