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Una extensa antología reivindica la gran poesía de Miguel Hernández La editorial Austral publica la edición de Ferris, que suma algunos amores al poeta

Fue un símbolo antifranquista, el arquetipo de poeta rural y el favorito de los cantautores. El rayo que no cesa ("compañero del alma, compañero") lo encasilló ahí. Pero Miguel Hernández fue más que un militante autodidacto: fue un poeta sincero, sensible, atento al tiempo y muy personal, capaz de virar de rumbo varias veces en los doce años que escribió, desde los 20 a los 31, cuando fue asesinado. Una antología de Austral, de lectura recomendada en la ESO y la Universidad, lo reivindica ahora en toda su grandeza.

La edición a cargo de José Luis Ferris, poeta y novelista alicantino y miembro de la Fundación Miguel Hernández, recupera a lo largo de 372 páginas (1.100 pesetas) la voz y la palabra de un poeta mítico, al que su muerte en la cárcel franquista (a causa de una tuberculosis) convirtió en un símolo de la lucha antifranquista. Pese a todo, o precisamente por eso, Miguel Hernández ha permanecido en el semiolvido durante los años 80 y 90. Ahora renace a través de una amplísima recuperación de sus poemas, que va acompañada por un estudio preliminar, una cronología y un taller literario en el que se comentan textos y se aportan escritos de otros autores sobre la obra y la vida del poeta.

Todo este aparato crítico y divulgativo pretende liberar a Miguel Hernández (1910-1942) de sus cadenas, de esos prejuicios que redujeron su talla de poeta al noble (pero escaso) oficio de literato en combate, y el conjunto de sus poemas a la bella (y escueta) condición de cánticos antifranquistas (Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Enrique Morente y Manuel Gerena fueron algunos de los que lo llevaron a la música).

Más tiempo

La conclusión principal de esta antología, dice José Luis Ferris, es una muy clara: "Que la distancia engrandece su obra. Tanto que resulta asombroso pensar qué hubiera podido llegar a escribir de haber vivido más tiempo que esos 31 años".

La misma opinión tiene Luis García Montero, que el jueves pasado presentó el libro en la Fnac de Madrid. El poeta granadino considera que la muerte en la cárcel convirtió a Hernández en un "símbolo luego oscurecido por el descrédito del compromiso, puesto a la sombra por la aparición de los novísimos y los cantautores que musicaron sus poemas".

García Montero cree que hay más de un paralelismo entre Alberti y Hernández: ambos fueron catalogados como poetas bélicos en un momento preciso y luego los dos supieron vencer esa etiqueta y evolucionar. "Hernández fue un pionero de la poesía social y por tanto anduvo un poco a tientas, pero los buenos poetas siempre hallan su vereda. Él lo hizo sobre todo en su último libro, Cancionero y Romancero de ausencia".

Ferris desmitifica "esa imagen de propagandista barato" a través de una doble vertiente: recuperando poemas y vivencias. De todas sus etapas, "porque en él la obra es un testimonio exacto de su vida". En cuanto a lo primero, destacan los poemas del libro que nunca consiguió publicar, El silbo vulnerado.

Datos nuevos

Y en lo segundo, Ferris aporta algunos datos "poco conocidos o mal valorados por libros anteriores". Cuenta desde luego su infancia rural, su vida como pastor, el encierro de Orihuela y su relación con su mujer, Josefina Manresa, pero también se detiene en su estancia en Madrid, "donde adopta una cosmovisión poética y vital: conoce a otros poetas, como Cernuda o Aleixandre, y a otras mujeres que fueron muy importantes para él".

Una es la pintora Maruja Mallo; otra, más crucial, es la escritora de La Unión María Cegarra, amiga de Carmen Conde, a quien Miguel Hernández vio asiduamente, con quien se carteó y a quien amó con tanta intensidad, según cuenta José Luis Ferris, como para dedicarle en secreto el poema Sufro de amor.

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