De quitarse el sombrero
Por segundo año consecutivo, el Festival de Canarias ha vuelto a apostar, en su apartado operístico, por uno de los títulos que integran El anillo del Nibelungo, de Wagner. Si en La walkyria del año pasado los resultados artísticos fueron de alto nivel, ahora, en El oro del Rhin rozan la excelencia. Es, por tanto, comprensible la expectación ya existente ante el Sigfrido de la próxima edición. Se apoyó fundamentalmente El oro del Rhin en su presentación en Santa Cruz el pasado viernes, en la fuerza orquestal de la estupenda Sinfónica de Tenerife y en la elección de un equilibrado reparto vocal, adaptado como un guante a las singularidades de este título wagneriano. La versión se anunciaba como de concierto, es decir, sin decorados, pero al final resultó ser semiescenificada gracias a la improvisación teatral espontánea de unos cantantes que vivieron la obra con intensidad hasta el último suspiro. No se echó de menos a un director de escena. La sensación de verdad dominaba.
Víctor Pablo Pérez se ha consolidado como el hombre tranquilo de la dirección de orquesta en España. Digo tranquilo y debía decir testarudo, por la insistencia en un modo de trabajo totalmente a contra corriente desde sus orquestas periféricas de Galicia y Tenerife. En el terreno operístico, hace óperas de Mozart con la de Galicia y afronta Wagner con la de Tenerife. Él sabe que sus dos orquestas son las mejores que existen hoy en España, y no necesita más. Una postura tozuda, quizá conservadora, pero extremadamente coherente.
En El oro del Rhin, Víctor Pablo dio un paso de gigante respecto a La walkyria. El diseño sonoro carece de todo tipo de retórica; es transprarente en la dosificacación de planos; liga los interludios orquestales entre escenas con una fluidez narrativa impecable; mantiene la tensión dramática y descriptiva sin ningún tipo de desfallecimiento y acompaña a las voces con un sentido lírico tan intuitivo como teatral. ¿Qué más se puede pedir? Dos horas y media le duró el prólogo de la tetralogía, es decir, se sitúa en la línea de los grandes, sin prisas, dominando todos los elementos puestos en juego. La orquesta respondió a la perfección a las demandas del maestro.
Del reparto vocal, lo más destacado fue el conjunto. No desentonó ninguno de los 14 cantantes, lo que supone un gran mérito. Alan Titus, el Wotan en la próxima edición de El anillo en Bayreuth, construyó su personaje con acentos nobles. P. Langridge dio impulso y energía a Loge. E. Wlaschiha compuso un poderoso Alberich y, en fin, Henschel, Svenden y los demás redondearon una noche de ensueño que desembocó en éxito clamoroso.
Asistieron muchos alemanes, que no daban crédito al nivel musical de lo escuchado. Pero, claro, estábamos en Tenerife. Una isla que, por ejemplo, ha sabido dar preferencia a la formación de una orquesta sólida antes de construir un auditorio. Una isla que, por ejemplo, tiene un sistema de escuelas de música apoyado por el Cabildo, sin parangón en el resto de España. La calidad artística de El oro del Rhin es, en cierto modo, el resultado de las cosas estables hechas con cabeza.
Babelia
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