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Tribuna:LA SENTENCIA DEL 'CASO SOFRI'
Tribuna
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El chivo expiatorio

(*) Lo primero que me vino a la cabeza fue la famosa frase de George Orwell en Rebelión en la granja: "Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros". En efecto, ¿cómo es posible que mientras Buscetta(1) no sea considerado creíble, Leonardo Marino resulte en cambio creíble? La respuesta es que, evidentemente, pese a ser ambos "arrepentidos", Marino está más arrepentido que Buscetta. Me parece que esta sentencia nos invita a creer, por más que semejante idea esté ya bastante difundida, que el "error" de Sofri y de sus compañeros de desventura ha sido su lealtad frente al Estado italiano, con el cual han creído poder disputar un duelo caballeresco para probar su propia inocencia. Lo que cabe pensar más bien es que con un Estado como el nuestro, cuyas instituciones han demostrado caracterizarse en más de una ocasión histórica por sus profundas y oscuras alcantarillas, no se puede sostener una confrontación basada en la lealtad. Del proceso Caserio al asesinato de Aldo Moro, pasando por la masacre de Piazza Fontana, este Estado y la justicia que imparte inducen al recelo y a la desconfianza. La alocución que el fiscal general ha pronunciado en referencia a los imputados, junto con las arengas de los abogados de la acusación, tienden en efecto a pasar de puntillas sobre los elementos pragmáticos de un juicio, como las pruebas y las contrapruebas, para recurrir por el contrario a invectivas de sabor integrista que parecen más en sintonía con los tribunales de Teherán o de Kabul. Cuando se define a Sofri como "encarnación del mal bíblico", no se está realizando un debate jurídico, sino que se está hablando como el tribunal de la Inquisición. No es de extrañar, de todas formas, pues el Vaticano, que por lo demás es un Estado "no comunitario", situado en el corazón no sólo de Italia, sino de toda la Comunidad Europea, y que desde siempre ha guiado la orientación de las instituciones italianas, en todas las ocasiones en las que se ha referido a Sofri, Bompressi y Pietrostefani ha usado el mismo tono apocalíptico y fundamentalista. Considero esta sentencia como la confirmación de una injusticia que en mi opinión contribuye a aumentar el hiato entre el ciudadano y el Estado italiano. Por lo que a mí se refiere, aunque ello no me sorprenda, evidentemente me turba y me preocupa.Que la confesión de Marino no ha sido "espontánea", como hasta ahora se ha pretendido hacer creer, que sus "tribulaciones espirituales" -su "noche del Innominado", como ha sido definido su "arrepentimiento" con involuntaria comicidad(2)- son por el contrario el resultado de una oculta asistencia nocturna durante más de doce días a un cuartel de Carabineros, ha quedado demostrado en este proceso sin la menor sombra de duda. Doce noches del Innominado que por desgracia no nos proporcionarán una nueva Los novios, sino tan sólo una novelucha barata de quiosco, ambientada en una Italia cuya bandera está constelada de enormes agujeros históricos, agujeros negros que no se puede pretender remendar a toda prisa sin haberlos aclarado antes.

Haciendo gala de una leal confianza hacia el poder judicial, Sofri sigue repitiendo que su incriminación no se ha debido a complot alguno, sino a un conjunto de circunstancias. Pero si estas circunstancias se componen de elementos tales como una Banca dell' Agricoltura que salta por los aires en 1969, un aparato del Estado que sabe previamente a qué imputados incriminar, un ferroviario anarquista que, retenido ilegalmente en una comisaría, se precipita por una ventana a causa de un "malestar activo"; si, tras largas investigaciones, algunos magistrados consiguen procesar a los verdaderos responsables (es decir, a la extrema derecha subversiva); si en ese juicio queda probada la colusión entre el terrorismo fascista y los así llamados servicios secretos "desviados" del Estado ("desviación" que en realidad nunca fue tal, pensándolo mejor, puesto que se orientaban sin duda alguna hacia los fines que se proponían); si un comisario que, además de encargarse de anarquistas y ser acusado de manera tan estentórea como estúpida por la extrema izquierda, se encarga también de dirigir una investigación sobre el tráfico de armas de la derecha subversiva y es asesinado por unos desconocidos, ¿qué es lo que cabe deducir de todo ello?

La certeza de que la condena contra Sofri, Bompressi y Pietrostefani no se ha basado en la indiscutible confirmación de las pruebas, sino únicamente en la sesgada palabra de Marino (como por lo demás la Sala Conjunta del Tribunal Supremo italiano ya había hecho notar) ha sido ampliamente demostrada por un libro de un prestigioso historiador, ya traducido a varios idiomas y hasta ahora no desmentido por nadie (Carlo Ginzburg, El juez y el historiador, Muchnik, 1992). Se trata por lo tanto de un proceso "distinto", en el que más que las pruebas objetivas parecen contar las orientaciones ideológicas, así como las valoraciones más bien subjetivas sobre el alma humana y sobre sus eventuales "pecados". De estos "pecados", Sofri es el ideal chivo expiatorio, por su condición de intelectual crítico que ha dado fastidio en los últimos años. En estos momentos, que por muchos aspectos considero graves para la libertad de pensamiento y para la civilización europea, Europa, que de momento está unida únicamente por una moneda común, no parece indudablemente la mejor de las democracias posibles. Pero estoy convencido de que nuestros problemas, en cualquier caso, han de convertirse en tema de debate para toda Europa. Aunque, como es natural, no queden garantizados los resultados de esta solución.

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