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Reportaje:

Bailar en la cuerda floja

Las compañías de danza catalanas reclaman una política institucional que sustente su actividad

La pasada semana, la compañía de danza contemporánea Danat Dansa hizo pública su decisión de disolverse, motivada por la falta de apoyo institucional a su actividad. La noticia ha provocado el disgusto entre los profesionales de la danza, que lamentan profundamente que Danat, una de las compañías más antiguas -se fundó hace 16 años-, emblemáticas y activas, tenga este final. Sin embargo, no puede decirse que la decisión haya causado sorpresa, porque se considera sintómatica de las graves deficiencias del sector. Muchos bailarines y coreógrafos de primera línea afirman haber sentido a menudo la tentación de arrojar la toalla, agobiados por sus condiciones de trabajo y por el desamparo de las administraciones públicas.Inexistencia de redes de distribución para su trabajo, precariedad económica, falta de locales de ensayo y de la infraestructura necesaria, y nula promoción de los espectáculos son algunos de los factores que, reunidos, dan como resultado la sensación de un futuro incierto. Y todo ello pese a que, según los profesionales, la danza catalana atraviesa un excelente momento creativo, goza de gran calidad y tiene un público notable y creciente. "Cada mes te planteas dejarlo", afirma Sol Picó, responsable de la compañía que lleva su nombre. "Creo que todos los que nos dedicamos a esto nos hemos encontrado alguna vez en la situación de Danat", corrobora Àngels Margarit, que lleva 15 años al frente de Mudances y 20 como profesional, y que en este tiempo ha visto cómo las cosas "han mejorado, pero no se ha hecho nada para que el crecimiento sea sostenible y vaya a parar a algún sitio".

En la reflexión sobre los problemas que afectan a su trabajo hay unanimidad entre los profesionales: las instituciones carecen de una política cultural para la danza, y esta falta de criterio se ha convertido en su principal amenaza, porque creen que sin planificación no hay un horizonte claro al que apuntar y tampoco pueden echar raíces. Las quejas no se limitan a las subvenciones, aunque en este tema las críticas coinciden: las ayudas económicas son imprescindibles e insuficientes, se lucha con la incertidumbre de no saber con cuánto dinero se contará cada año ni cuándo se podrá disponer de él y las cantidades se han congelado desde hace tiempo. "Desde hace muchos años, trabajamos con menos medios que nuestros competidores europeos. Cuando estás empezando, esta escasez es incluso un estímulo, y la suples con imaginación. Pero a la larga es un riesgo real que puede influir en la calidad de tu trabajo, y por eso reclamamos más recursos", afirma Cesc Gelabert.

Sin embargo, las críticas van más allá de las cuestiones económicas. "Preferiría que no me dieran dinero y sí un mercado donde trabajar", dice Lipi Hernández, de la compañía Las Malqueridas. "Si me preguntaran si prefiero una subvención o una gira por 10 teatros, no dudaría en escoger lo segundo, y creo que la mayoría de mis compañeros estarían de acuerdo", redunda Álvaro de la Peña, de Iliacán.

La falta de un circuito en el que exhibir sus producciones es una de las principales quejas del colectivo. Es una denuncia que comparte incluso el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Ferran Mascarell, que afirma que es la Generalitat la responsable de crear redes de distribución. (Este periódico intentó repetida e infructuosamente recabar la opinión de los responsables del área de danza de la Generalitat).

Los profesionales denuncian que en los teatros públicos no haya una programación coherente y continuada de danza, que no se faciliten intercambios internacionales, y reclaman un mayor interés de la iniciativa privada hacia su actividad, avalada, como insisten, por un público cada vez más numeroso. "El Liceo, el Mercat de les Flors, el Grec e incluso la Ciutat del Teatre carecen de un especialista en danza", afirma Dietrich Grosse, de Lanònima Imperial. Al tiempo, se señalan las contradicciones entre ayudar a producir un espectáculo y, sin embargo, no crear los canales necesarios para su distribución. "Sé de espectáculos buenísimos que apenas se han visto", indica Toni Mira, responsable de Nats Nus, y lo ejemplifica con un caso propio: "Nosotros estrenamos Dinou noranta-nou en el Grec del pasado año, tuvimos llenos absolutos, pero desde entonces sólo lo hemos podido presentar en Perú".

Mira, como la mayoría de sus compañeros, ha asumido desde siempre un complejo entramado de responsabilidades añadidas a su labor creativa. "Además de hacer buenos espectáculos, tenemos que distribuirlos. Y es una lástima perder energías creativas en estas tareas. Lo idóneo sería que nuestra profesión fuera sólo de creadores". Óscar Dasi, del colectivo de danza contemporánea La Porta, va más allá: "Crear circuitos es una tarea de los políticos. Pero como ellos no lo han hecho, hemos tenido que hacerlo los profesionales. No hay una política cultural de ningún tipo, ni a corto ni a largo plazo. Los políticos se limitan a la gestión económica, no a la cultural".

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En este sentido, Dietrich Grosse destaca la amenaza que esta falta de acción tiene sobre la danza. "Nosotros atravesamos un excelente momento creativo, y también de público, y esto es algo que debería caer por su propio peso. Los políticos, en especial desde la Generalitat, deberían tomar decisiones, porque si no lo hacen también están actuando, están dejando morir".

Frente a este panorama desolador, los coreógrafos y bailarines coinciden en que la postura más razonable es concentrarse en el propio trabajo y tratar de resistir. "Hemos acabado con la política de quejarnos, lo que hay que hacer es trabajar", dice Grosse. "Yo me dejo la piel en mi trabajo, pero si no lo tuviera me moriría", afirma Sol Picó. Todos opinan que hay que tratar de salir adelante, aunque esto suponga estar constantemente bailando en la cuerda floja.

Ayudarse desde dentro

La propia precariedad que rodea al mundo de la danza en Cataluña, derivada en una fuerte competencia para acceder a unos recursos escasos, ha provocado que, en general, el colectivo sea individualista y poco asociativo. Pero a medida que crecía el número y la calidad de las compañías se ha impuesto la necesidad de emprender iniciativas conjuntas, de ayudarse desde dentro, ya que el apoyo externo es tan comedido. En este contexto se enmarcan iniciativas como La Caldera, La Porta y la Taula Activa de Companyies de Dansa.La Caldera surge de la reunión de nueve compañías que hace algunos años decidieron aunar recursos, y es tanto un espacio físico -diversos locales de ensayo y exhibición que comparten por turnos- como una plataforma de reflexión teórica que organiza conferencias, cursos y propicia el intercambio internacional. En una línea parecida está La Porta, una plataforma de danza contemporánea creada para dar una oportunidad a compañías con escasos recursos. La Taula Activa de Companyies de Dansa es la asociación de cuatro compañías -Lanònima, Gelabert-Azzopardi, Mudances y Mal Pelo- con más de diez años de experiencia, creada como foro de discusión y reflexión.

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