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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guatemala aguarda

EN GUATEMALA se dice que los ciudadanos expresan en las urnas sus descontentos antes que sus esperanzas. En este sentido, y pese al 60% de abstención, la rotunda victoria en las elecciones presidenciales de Alfonso Portillo, del opositor Frente Republicano Guatemalteco (FRG) y delfín del controvertido general golpista y predicador evangélico Efraín Ríos Montt, tiene más que ver con la situación del país centroamericano que con la etiqueta política de su rival, Óscar Berger, del partido del presidente Álvaro Arzú.Bajo Arzú, Guatemala ha liquidado la guerra civil más larga de Latinoamérica (35 años y 200.000 muertos), pero ha enviado al limbo el proceso de paz al rechazar en referéndum, en mayo pasado, los aspectos clave que debían roturar el camino a la democracia: ni el Ejército, ni la policía, ni el sistema judicial o electoral han sido reformados. El efecto combinado de la caída de los precios de las materias primas y una dudosa administración económica dejan al nuevo presidente ante unas reservas exhaustas, una divisa depreciada y unos galopantes déficit fiscal y comercial.

Portillo, en el mejor estilo populista de su campaña, ha prometido ya a los 11 millones de guatemaltecos todo lo que querían escuchar: que no gobernará para los privilegiados, que combatirá la miseria y la violencia, que reconocerá los derechos de la abultada población maya, pondrá firmes a los militares (incluida la disolución de unidades siniestras y el nombramiento de un ministro de Defensa civil) y patas arriba el sistema judicial. Incluso ha asegurado que no es la marioneta del general Ríos Montt, fundador del FRG y el hombre carismático que ha hecho posible su victoria. Ríos Montt, vetado por encabezar el golpe de 1982, se conformará con la presidencia del Parlamento.

Con la victoria de su candidato, el Frente Republicano Guatemalteco controla todos los ámbitos del poder: la mayoría del Congreso y los ayuntamientos desde la primera vuelta en noviembre, y ahora, la jefatura del Estado. La proverbial debilidad de las instituciones democráticas guatemaltecas (sigue sin esclarecerse el asesinato del obispo Gerardi) no necesita de gestos o personajes arrolladores. Todo lo que requiere un país cansado de promesas incumplidas y ensangrentado por sucesivos hombres providenciales es un poco de decencia política, el arranque de reformas imprescindibles y permanentemente arrinconadas. Alfonso Portillo ha obtenido un mandato inequívoco para no defraudar las esperanzas de un pueblo paciente y demasiadas veces engañado.

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