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Churchill no vendrá JOAN B. CULLA I CLARÀ

Exiliado de lujo, pero exiliado al fin, en las frías latitudes de Bruselas y Estrasburgo, Alejo Vidal-Quadras no parece dispuesto a que se le aplique aquello de que la distancia es el olvido. Cierto es que publica, con frecuencia bisemanal o trisemanal, inefables columnas de opinión en las páginas del diario La Razón; recomiendo especialmente una, de fecha reciente, que aprovechaba el comentario sobre la "boda" homosexual oficiada por un edil del PP de Mataró para cargar contra la "labor de laminación de la pluralidad cultural y lingüística en Cataluña" perpetrada -según él- por el Gobierno de Pujol. Un ejemplo preclaro de lo que pudiéramos llamar "el silogismo del Pisuerga".El púlpito ansoniano, sin embargo, resulta demasiado bajo para un predicador de su talla y, puesto que hay elecciones a la vista, ha decidido pasar a la ofensiva general. Primero sorprendió la buena fe del presidente de la Comisión de Libertades y Derechos de los Ciudadanos del Parlamento Europeo, Graham Watson, convirtiendo una visita de cortesía en la denuncia, por parte del grupo orangista catalán que encabeza Vidal-Quadras, de una imaginaria opresión de la lengua castellana en Cataluña. Después, y al calor de las reacciones partidarias y gubernamentales suscitadas por el fin de la tregua etarra, don Alejo se ha apresurado a propugnar la ruptura del Partido Popular no sólo con el PNV, sino también y muy prioritariamente con Convergència i Unió. Al hoy eurodiputado le da igual que la coalición nacionalista catalana se deje jirones de su identidad política pactando con el PP la investidura de Jordi Pujol, sacando al Gobierno de Aznar del atolladero de la Ley de Extranjería o votando a favor de Rita Barberá para la presidencia de la Federación Española de Municipios y Provincias. Para él, que ha hecho del antinacionalismo catalán su plataforma personal, Pujol es un cómplice indirecto de los asesinos de ETA, y una legislatura más con el Partido Popular, cautivo de esos socios desleales que quieren demoler la Constitución, situaría a España en la misma víspera del apocalipsis.

Para los actuales dirigentes del PP de Cataluña, la ruidosa reaparición de Alejo Vidal-Quadras presenta dos inconvenientes. Uno, que el catedrático de física en excedencia no se limita a la pirotecnia verbal, sino que además promueve inquietantes movimientos orgánicos: recoge firmas que le preconizan a él como cabeza de lista por Barcelona en las generales de marzo, se deja querer por el grupo crítico Gavina Blava, preside y da publicidad a cenas de militantes no controladas por el aparato y aparece como el líder natural de ese "sindicato de agraviados" que existe siempre en el seno de cualquier organización. Por si esto fuera poco, la calculada brutalidad retórica del actual vicepresidente del Parlamento Europeo contra Convergència i Unió desbarata los esfuerzos de Alberto Fernández Díaz por ganar una imagen de dureza en sus relaciones políticas con el Gobierno catalán: después de haber oído a Vidal-Quadras tildando al presidente de la Generalitat casi de encubridor de terroristas, que Fernández Díaz amenace a Pujol con una moción de censura si aborda la reforma del Estatut o que se muestre preocupado por "los acercamientos de CiU a Arzalluz con la Declaración de Barcelona", resulta de una cortesía versallesca y de una blandura risible. Las mascletás dialécticas de don Alejo sirven sobre todo para eso, para dejar en fuera de juego a su detestado sucesor.

Así las cosas, será del mayor interés observar, a lo largo de los próximos tres meses, cómo se produce el anclaje en el PP catalán de quien va a ser su inmediato cartel electoral, el ministro de Industria y portavoz del Gobierno, Josep Piqué. Alberto Fernández ya ha dicho que le cede todo el protagonismo e incluso ha insinuado, en unas declaraciones equívocas, que podría renunciar también a la presidencia del partido en el congreso del 2000. Por su parte, Vidal-Quadras ha advertido en todos los tonos de su proverbial acidez que la opción light y filocatalanista asociada al ministro portavoz puede conducir al fracaso, y se postula a sí mismo como alternativa hard a aquel melifluo efecto Piqué que quedó algo tocado tras colisionar con una tal Loreto Consulting.

¿Qué sucederá? Nadie en su sano juicio apostaría por un triunfo del europarlamentario sobre el ministro favorito de Aznar, pero eso no significa que el discurso agresivo de aquél sea inútil a corto plazo. Al contrario: en una campaña electoral previsiblemente dominada por las secuelas del fin de la tregua, por el enfrentamiento entre constitucionalistas y soberanistas, es muy probable que el PP se erija de nuevo en guardián de las esencias patrias frente a los nacionalismos "disgregadores y kosovares"; es decir, que cultive en toda España un vidalquadrismo sin -o con muy poco- Vidal-Quadras. Y si al día siguiente hay que reservar de nuevo los salones del Majestic para pactar con Pujol, pues mala suerte y paciencia.

En su artículo del pasado viernes, el siempre grandilocuente ex senador se felicitaba por la contundencia de Aznar contra el PNV, y concluía: "La ignominia de Múnich-Lizarra ya ha sido noblemente rechazada, lo que resulta reconfortante, pero falta un pequeño detalle: Winston Churchill ha de irrumpir sin demora en escena". Y bien, lo siento por él, pero me temo que tendrá que conformarse con Romanones.

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