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Una izquierda inmadura

No podía ser y no ha sido. La pretendida entesa de las fuerzas políticas de izquierda para presentar una candidatura única al Senado ha terminado en agua de borrajas. Los partidos llamados a conciliarse -PSPV, EU, BNV, NE y Els Verds-, con las debidas matizaciones, no han podido superar las trabas que les impiden concertarse, por más que todos perciban la necesidad de hacerlo para recuperar unos y conquistar otros el espacio electoral que anhelan o creen propio. Después de tres reuniones, de las que sobraban dos, cada cual ha regresado a sus lares y habrá de vérselas en solitario con las urnas. El PP se limita a ver los toros desde la barrera y a solazarse con la flaqueza ajena. Su adversario anda disperso y desarmado.A tenor de los hechos conocidos, la razón del desconcierto es de carácter nominal. La questió de noms sigue haciendo estragos entre nosotros, los valencianos. Los socialistas, y no sin fundamento, se resistían a sacrificar sus siglas, siendo así que gozan del mayor predicamento y esconderlas equivalía a descapitalizar la oferta y acaso marear a la clientela. Por otra parte, ellos siempre han sido muy suyos, como muy infatuados por su propia historia y poderío. Razón y soberbia, pues, se conjuntan para obstar la renuncia que se les requería. A su entender, y a pesar de asegurar que el nombre no sería problema, la marca idónea y únicamente aceptable hubiera sido PSOE-Progresistas, sin más menciones. Tampoco sus mentores de Madrid parecen proclives a transigir con otra solución.

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El resto de los partidos, obviamente, no se sentían proclives al suicidio nominal. Quizá les machaquen las urnas, pero tal riesgo no les invita a hacerse el hara kiri por mor del partido -el PSPV- que nunca ha perdido la oportunidad de ningunearles. En el caso de EU hay que tomar en consideración su debilidad coyuntural o definitiva. Están en horas bajas y desaparecer como tal en el universo mediático no ayudaría precisamente a tonificar su imagen. Así y todo debemos anotar su buena disposición a disolverse en el marco de una denominación apartidaria, como hubiera podido ser Entesa al Senat, u otra semejante.

Los del Bloc, por su parte, tienen motivos para ser más renuentes a diluirse -siquiera sea provisionalmente- en el anonimato. Sus últimos lances electorales les han dado alas y alientan esperanzas de constituirse en la tercera fuerza política del país. Su censo crece, su discurso cala en estamentos jóvenes y andan enardecidos en vísperas de su próximo congreso nacional, del que -aseguran- saldrá un partido de nuevo corte e insólitamente democrático por las muchas innovaciones orgánicas que se proponen. O sea, que no son propensos a automutilarse.

En conclusión: unos no pueden ceder por su carácter imperativo y un tanto chulesco, y los otros tampoco porque les va la vida en el intento. Humanísimas razones que se cierran en una sola: inmadurez política y falta de autonomía para hacer lo que conviene en atención a los intereses del universo progresista indígena. Una frustración que resulta más hiriente cuando se la compara con el proceso catalán o balear, donde se han obviado chauvinismos de partido y ensorbecimientos en función de un propósito compartido. Aquí se tiene claro el propósito, apremia la necesidad del acuerdo y no se ven por parte alguna discrepancias programáticas, pero se está verde, muy verde, para comenzar a fundir la izquierda del nuevo milenio, ni siquiera para hacer los primeros pinitos.

Paciencia y barajar. Consolémonos en que este intento no ha terminado como el ball de Torrent y que en todos los partidos apunta una sensibilidad propicia al acercamiento, decantada de la inevitable renovación de sus dirigentes. Una sensibilidad que se acentuará en la medida que dejen de mirar a sus mentores de la meseta y se atengan más al país, al País Valenciano.

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Integrantes de los partidos de izquierda, en una reunión para pactar la candidatura al Senado./JOSÉ JORDÁN

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