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Reportaje:

"Una violación es algo que nunca logras superar"

Las víctimas del sátiro de Pirámides luchan por rehacer sus vidas después de la terrible experiencia sufrida

Mientras la Audiencia Provincial de Madrid redacta la sentencia a dictar en el caso de Arlindo Luis Carbalho, el violador de Pirámides, transcurren también los días en la vida de las 43 mujeres que denunciaron haber sido agredidas por él. El fiscal solicitó la semana pasada una pena de 690 años de prisión para el procesado.Treinta y seis de las víctimas declararon durante las dos últimas semanas a puerta cerrada y rememoraron todo el horror de acosos y violaciones llevados a cabo entre 1993 y 1996. Y aunque el modus operandi seguido por Carbalho fue similar en la mayoría de los casos, no son, sin embargo, semejantes las secuelas que aquel hecho traumático tuvo en cada una de sus víctimas.

La joven M. vivió un mes de encierro absoluto tras el incidente. Y si hoy narra la historia sin vergüenzas ni reticencias es porque, dice, contó siempre con el apoyo incondicional de su familia y sus amigos. M. fue abordada por Carbalho en marzo de 1994, cuando tenía 19 años y cursaba el tercer año del BUP. Como otras víctimas de este criminal en serie, se cruzó con él en el ascensor de su casa.

Después se negaba a salir de su casa, incluso en compañía de sus allegados, se ausentó de clases y perdió los turnos para los exámenes. "Mi padre se comunicó con la tutora de la escuela y ella se lo explicó a los profesores", dice.

Con sus amigas, el proceso no fue tan sencillo. Mantuvo el secreto al principio, hasta que su conducta extraña y sus miedos injustificados intrigaron a sus padres, que no cesaban de indagar qué le ocurría. Un día se lo contó.

C. había cumplido 20 cuando Carbalho se cruzó en su vida. "Ya nada volvió a ser igual", dice hoy, seis años después de aquel mal trago. "Traté de seguir con mi vida, pero el golpe fue demasiado fuerte", afirma. Aunque pudo continuar con sus estudios y su empleo, se vio de súbito impedida de realizar cosas tan vulgares como coger el metro o abrir la puerta de su casa. "Tuve que encontrar soluciones transitorias para estas cosas, que me causaban pavor. Me compré un coche para desplazarme y hoy nunca llego a mi casa sin antes avisar por teléfono para que me abran el portal", relata C.

Esta joven decidió mantener su secreto, y ni en el trabajo ni en su curso escolar contó lo que le había pasado. "Te sientes rara. Cuando en un grupo alguien hace bromas con alusiones sexuales, piensas: ¡si supieran por lo que he pasado!", comenta C.

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La biografía de N. indica que, en diciembre de 1994 acababa de cumplir 18 años. Salía una tarde del estadio Vicente Calderón, donde trabajaba como azafata en una campaña de Navidad, cuando Carbalho la interceptó en Pirámides. Después de aquello se encerró en su casa como muchas otras víctimas y confiesa que perdió "las ganas de todo".

"Yo estudiaba entonces para ser guardia civil. Estaba muy ilusionada con ese plan, pero tuve que abandonar. Los profesores vieron que yo no era psicológicamente apta para estar en un cuartel", cuenta. Tuvo, además, un principio de anorexia nerviosa y padeció taquicardías. "Sufrí una crisis de ansiedad y, cuando iba a buscar trabajo, me asaltaban estas alteraciones por el camino. Todavía sufro otras secuelas", confirma N.

S. tuvo mejor suerte: fue la última de las mujeres acechadas por el violador de Pirámides, pero sospechó de él al verle subir al ascensor y logró evitar que consumara la agresión. Ocurrió el 25 de diciembre de 1997 en la avenida de Juan Carlos I, de Leganés. Su huida llamó la atención de un cuidadano, que apuntó el número de matrícula del coche de Carbalho y facilitó a la policía un dato que sirvió para detenerle tras nueve años de seguimiento.

Aunque no ha declarado en el juicio, S. relató su experiencia a Paco Pérez Abellán el sábado pasado en el programa Caso abierto, de RNE: "Yo nunca había tenido miedo. Pero ahora pienso que cualquiera me puede hacer algo. La angustia que pasé no se me va a quitar nunca... Nunca se me va a olvidar su cara, y sobre todo sus ojos", expresó la joven, que se marchó a Inglaterra agobiada por aquello.

La relación de estas mujeres con los procesos terapéuticos no resultó sencilla. M. comenzó una psicoterapia individual, que decidió abandonar porque, según afirma, "me hace mejor hablar en casa con mis hermanos, que siempre están allí para escucharme".

C. manifestó su rechazo a los tratamientos de un modo más radical. "Cuando en el hospital La Paz me ofrecieron un psicólogo, me cayó mal. En esos momentos no quieres nada. Y cuando ves lo mal que lo está pasando tu familia,te encierras en ti misma y no puedes hablar", explica. Transcurrido medio año del ataque, fue su grupo familiar quien comenzó a insistirle a C. para que visitara a un especialista. Aunque cree que "el psicólogo no te ayuda", completó dos años de tratamiento, que abandonó cuando se mudó a otra provincia.

Para N., la asistencia de los especialistas resultó positiva, pero no tanto como el apoyo de su familia. "Ellos están a mi lado todos los días y son los que mejor entienden el dolor que yo sentí", opina. A causa de otras obligaciones -como el nuevo trabajo que consiguió en Pozuelo-, N. abandonó la terapia en reiteradas ocasiones a lo largo de cuatro años. Reconoce, por cierto, que las clases de defensa personal en las que se apuntó no hubieran servido de mucho frente a un hombre como el que aquel día se cruzó en su camino.

Las víctimas consideran, en cambio, que verse todas juntas en la sala de la Audiencia Provincial tuvo un cierto efecto terapéutico. "Creo que lo que más me ha ayudado fue el encuentro con las otras chicas el día del juicio. Ellas te entienden, porque han vivido lo mismo que tú. Hubo una cierta magia en eso de poder hablar de ciertas cosas que con otros no puedes comentar.", comenta C. "Yo temblaba el día del juicio, y creía que no iba a poder salir airosa. Temía derrumbarme. Pero me tranquilicé y hasta me dieron ganas de mirarlo [a Arlindo Luis Carba-lho], como si así pudiera tomarme la revancha", continúa.

Cuando dejaron atrás la Audiencia, tuvieron una misma sensación: como si hubieran revivido su propio horror al detalle y lo hubiesen desvelado ante extraños.

C. supone que si no hubiera tenido novio cuando fue violada, probablemente nunca hubiera podido desarrollar una relación de pareja. La asistencia de su compañero y su "infinita paciencia" fueron claves para superar el trauma. "Durante mucho tiempo", recuerda, "rechacé todo contacto físico".

Casada con su novio de entonces, confiesa que en ocasiones aún tiene dificultades para mantener relaciones: "De repente la violación te viene a la mente y te paralizas".

En cambio, M. completó con su novio una "terapia sentimental". Los primeros seis meses se abstuvieron de mantener relaciones sexuales, mientras ella se hacía análisis para descartar el contagio de sida. Hoy ha normalizado su vida sexual.

N., por su parte, es novia desde hace más de dos años de un chico que, según dice, conoce su historia a fondo y le ayuda en sus esfuerzos por superarla.

Las huellas de la violación quedarán marcadas a fuego en estas chicas. "No puedo subirme a un ascensor con un hombre, incluso aunque haya una tercera persona", afirma C. "Nunca más sales tranquila de noche, y te conviertes en una desconfiada a tiempo completo, como si todo el que te mirara por la calle estuviera pensando en hacerte daño", remacha M.

"Yo jamás tomo el metro. Y elegí trabajar en un centro comercial alejado de las zonas en las que actuó el violador", relata N. "Una violación nunca se supera. De lo que se trata es de aprender a convivir con tu historia", concluye M.

"El miedo sólo se vence pasando miedo"

Si, por definición, la mente humana es un misterio, mucho más impredecible resulta el conjunto de secuelas que algo tan traumático como una violación puede tener sobre las víctimas. Según Elena de Marianas, psicóloga de la Asociación de Asistencia a Mujeres Violadas, la consecuencia fundamental es "una sensación de miedo permanente y grandes dificultades para volver a realizar con normalidad las actividades cotidianas, incluso las más inevitables".Así, en un gran número de casos las víctimas experimentan pánico si deben enfrentarse a situaciones similares a las de su agresión. Por ejemplo, salir solas por el portal de la casa si es allí donde fueron asaltadas por el violador. O subir en un ascensor en compañía de desconocidos si ese fue el escenario del ataque.

Entre los cambios de comportamiento, explica De Marianas, el más destacado es el estado de "hiperalerta permanente", que obliga a las mujeres a estar en guardia frente a cualquier factor extraño del entorno. En cambio, es "una creencia popular errónea" pensar que una violación afecta, en primer término, a la vida sexual de la víctima, según esta psicóloga. "Sólo el 15% evidencia alteraciones, y en la mayoría de estos casos ya no existía una sexualidad satisfactoria previa al hecho traumático", detalla. De todos modos, la especialista reconoce que es lógico que en los meses que siguen al ataque experimenten un rechazo tajante a las relaciones sexuales.

De Marianas define el síndrome de estrés postraumático, que afecta al 95% de las mujeres vejadas, en función de sus dos síntomas más visibles. Por un lado, un elevado grado de ansiedad, sobre todo en circunstancias asociadas con la experiencia traumática. Por eso las víctimas desarrollan lo que la psicología llama "conductas de evitación": rechazan narrar la violación, pasar por el lugar del asalto o usar las prendas que llevaban puestas ese día.

Además, existe otra manifestación de la afección psicológica denominada "contaminación del pensamiento", por la cual la víctima tiene pensamientos recurrentes sobre la violación, tanto en el estado de vigilia como durante el sueño, y se ve impedida de mantener la atención y la concentración. Ello podría explicar que muchas de ellas encuentren dificultades para proseguir sus estudios o mantener su empleo.

De acuerdo con las más modernas tendencias, la psicóloga considera que las conductas de evitación deben ser combatidas por la vía contraria: con una terapia de exposición a los factores que generan pánico. "El miedo sólo se supera pasando miedo", indica.

En la asociación abogan por la participación de los padres en el proceso terapéutico. "En estos casos, la familia es la que peor suele reaccionar", asegura De Marianas. "O bien sobreprotege a la víctima impidiéndole enfrentarse a los elementos traumáticos, o le recrimina con frases del tipo ya te dije que no volvieras sola, o qué hacías por la calle tan tarde, que lo único que hacen es provocar sentimiento de culpa".

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