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VI EDICIÓN DEL CONCURSO 'UN DÍA PARA NARRAR'

Efecto 2000

Sucedió en el aeropuerto de Barajas, Oficina de Control de Incidencias, en la noche del 31 de diciembre de 1999. En abierto contraste con el sentimiento de alegría y jolgorio general, K. prosigue su solitario y frenético turno de noche:"5 horizontal, yunque de platero... Tas".

Ésta había sido fácil. Era de las palabras que salían casi siempre en los crucigramas, y que casi todo el mundo pone sin saber muy bien lo que es un platero. De hecho, la mitad de las casillas de su pasatiempo favorito se resolvían solas, o al menos de una forma puramente mecánica. Oc era una "lengua provenzal", y "baile canario" nos remitía forzosamente a una isa. Pero desde hace un mes una pregunta sin respuesta martilleaba su cabeza como a un yunque de platero, una pregunta que nunca vio en pasatiempo alguno. Porque K. no conseguía pensar en una razón lo suficientemente poderosa como para justificar su solitaria presencia en una oficina de Barajas el día de Nochevieja. La noche del "efecto 2000", para más señas...

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Dejó un momento el bolígrafo para dar un sorbo al tercer café de la noche. Desde luego no había mucho trabajo. No podía haberlo de ninguna manera, puesto que la línea aérea para la que trabajaba apenas iba a volar en aquellas fechas, salvo en las líneas absolutamente vitales. Como sus jefes le habían repetido machaconamente, "había un peligro cierto" de que a las cero horas del año 2000 (Y2K lo llamaba él, haciendo gala de su master en MBA), los complejos sistemas informáticos de los aviones de la compañía retrocedieran al año 1900, convirtiendo el flamente Airbus 340 que cubriese en esos intantes el puente aéreo, en un centenario y desvencijado autogiro de los de Juan de la Cierva, sembrando el desconcierto entre los pasajeros, y con la consiguiente mancha en el brillante historial de la compañía. En este caso, K. anotaría todas las incidencias en su terminal informático. Su trabajo era, pues, realmente esencial, pues el hecho de que en la Oficina de Control de Incidencias de Barajas quedase un solo hombre en Nochevieja para hacer el recuento de aviones destruidos dejaba mucho más tranquilos a los directivos de la compañía, dónde iba a parar. Después de esta reflexión, K. volvió a su atareado pasatiempo, donde las cosas siempre tenían su explicación, y donde los ucases los dictaban los zares, y no los MBA, palabra con la que por el momento no se había topado en crucigrama alguno:

"2 horizontal, símbolo químico del antimonio... Sb".

El hecho de que el símbolo químico del antimonio fuera Sb, y no An o algo parecido, era toda una metáfora de su situación, ya que sólo esto podía parecerle más absurdo. Mera cuestión de química. Mientras 39 millones de españoles vivían una lógica Nochevieja de jarana y bebidas carbónicas (de símbolo C, que parecía lo más normal), la suya presentaba las características del mercurio, el antimonio y el arsénico, con sus irracionales símbolos Hg, Sb y As, y que, para más inri, eran todos venenosos.

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Un rápido vistazo a su reloj de pulsera apartó a K. de su nocturna distracción. Eran las doce menos cuarto, hora de encender el pequeño televisor con cuernos que había instalado en la oficina junto con sus compañeros de trabajo, que debían de estar ahora hartándose de langostinos. Un rápido barrido por las cadenas de televisión confirmó sus peores sospechas: aparentemente, todo el mundo era tremendamente feliz, o al menos lo aparentaba, diferencia que para K. había dejado de tener sentido desde hacía unas horas. Pero no era tiempo para autocompadecerse, porque faltaban apenas unos minutos para las campanadas y el mismo tiempo para el Y2K, que, contratiempos al margen, iba a ser un año de paz, armonía y felicidad. Sintonizó una emisora al azar y retomó su pasatiempo en su momento culminante:

"10 vertical, río de Suiza... Aar. Je, je, vaya nombrecito".

Un torrente de campanadas desde la Puerta del Sol saludó a K., que en esos momentos daba la puntilla al último crucigrama del cuadernillo. Segundos más tarde, entre grandes sonidos de explosiones, circuitería fundida y ordenadores confusos, el televisor comenzó a emitir Salida de los obreros de la fábrica y el mensaje navideño de la reina IsabelII. Por la ventana, los negros nubarrones provenientes de todos los puntos de la ciudad eran incapaces de ocultar la bella y majestuosa estampa de zeppelines incandescentes que iluminaban la noche de Barajas. Antes de pegar el primer mordisquito a los apetitosos canapés que K. se trajo en una tartera, decidió enviar una paloma mensajera de felicitación a su familia.

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