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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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El gran momento

Juan Cruz

Jaime García Añoveros, el ex ministro, abogado y escritor, es un gran lector; el periodista Víctor Márquez Reviriego reveló hace años esa pasión del jurista, y explicó aún más: su verdadera pasión es la novela policiaca. Hace algún tiempo ya en España resultaba raro encontrar gente así, de importancia por sus cargos, que además leyera, de modo que la revelación de Reviriego tuvo su eco en aquellos momentos en que la transición permitió conocer de pronto a mucha gente callada. Se supo enseguida de grandes lectores notorios, como Alberto Oliart, que además de ministro de Defensa era poeta lírico; Felipe González, que elevó a las alturas del best seller las Memorias de Adriano, de la Yourcenar, y después no ha dejado de recomendar libros; Leopoldo Calvo Sotelo, que iba más por las memorias o por los ensayos y acabó siendo presidente de la fundación que prolonga a Ortega; o Alfonso Guerra, que leía poesía en los días aburridos de su escaño. Se decía que Manuel Fraga leía mucho, pero él mismo comprende que lo suyo no es leer: cabalga sobre los libros. Francisco Fernández Ordóñez siempre estaba leyendo, entre viaje y viaje, o entre confidencia y confidencia; ahora acaba de revelar Felipe González que ambos se guiñaban las claves internacionales a través de las novelas que se intercambiaban. A Fernández Ordóñez le traicionó una vez su pasión poética: le confió a Maruja Mallo la portada de un homenaje a Neruda y la genial, y ya entonces muy anciana, pintora copió un dibujo inca y el homenaje se aguó del todo. Otro político que ha sido tocado por la lírica es el presidente Aznar: ya hemos contado aquí que se cartea con Gimferrer, se pasea con Lorca en Granada y cita a Alberti de corrido. Es notorio, por otra parte, que Javier Solana leía hasta en las noches más dramáticas de la última guerra, y ahora se hace enviar libros de todas las clases. Uno de los últimos que recibió fue la novela más reciente de Günter Grass, Mi siglo, dedicada por el autor; el otro día le confió a sus amigos que la estaba leyendo en alemán. Hace años chapurreaba el inglés, y ahora es políglota. Le pasa como a España, a lo mejor.Feliciano Fidalgo, el gran periodista que tanto disfrutó de la vida como si ésta fuera París, se dirigió una vez al presidente Pompidou inquiriéndole durante nuestra dictadura sobre su opinión de la España que golpeaba sin éxito en la frente de Europa. Fue una ocasión memorable, pues entonces supimos que por ahí los políticos eran cultos, muy buenos lectores, y en esa ocasión, además, el heredero de De Gaulle reveló algo más: que se sabía de memoria la poesía española del siglo XVIII.

Así que los políticos leen, no se vayan a creer, pero García Añoveros es un lector muy especial: conoció a grandes escritores, como Benet, Barral u Hortelano, y cultiva de una manera esencial y sencilla la memoria de todos ellos. Siempre que se encuentra con aquellos que hubieran tratado a cualquiera de esos seres a los que tanto quiso pregunta por rasgos, actitudes, elementos que le ayuden a él a mantenerlos vivos. El otro día recordó con quienes frecuentaron a Hortelano en los últimos tiempos, cuando el autor era miembro del consejo editorial de EL PAÍS, los sentimientos últimos del novelista muerto en 1992: "Yo creo que aquellas reuniones periodísticas le divertían mucho, aquél fue un gran momento para él".

Personajes que uno querría tener siempre. Ángel Fernández-Santos contó aquí una vez cómo se despidió de Ignacio Aldecoa, en el bordillo de una acera del barrio madrileño de Argüelles, con el vaso de whisky en el suelo, y dijo que jamás lo ha visto sino vivo. El lunes hará treinta años de su muerte, que fue al día siguiente de aquel encuentro. Le pondrán un monumento en el parque de la Florida, de Vitoria, su pueblo, y desde hace un año circula por los mares de Canarias un barco oceanográfico que lleva su nombre.

Maneras de mantener viva a la gente en la memoria.

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