_
_
_
_
_

Las críticas al cardenal Martini por pedir un concilio irritan a un sector del Sínodo Europeo

"Es una propuesta que hay que tomar muy en serio", advierte el arzobispo de Westminster

ENVIADO ESPECIAL Los cardenales de la curia están enfadados con el arzobispo de Milán, el también cardenal Carlo María Martini, porque les ha amargado el postre de un sínodo aparentemente sin conflictos, y el sector progresista de los prelados, limitado pero de relumbre, no ha podido ocultar su estupor por cómo el lobby curial se ha ensañado con Martini. Éste había sugerido al II Sínodo Europeo la celebración de un concilio para preparar a la Iglesia ante los desafíos del tercer milenio, y el cardenal Tettamanzi, en conferencia de prensa, despreció la propuesta diciendo que no había tenido "ningún eco".

Más información
El teólogo Hans Küng dice que se necesita "un Papa mejor"

Carlo María Martini, arzobispo de una de las grandes diócesis de la cristiandad, es un eclesiástico famoso. Ha sido rector de la Universidad Gregoriana de Roma, es jesuita, publica regularmente libros, escribe frecuentemente en los periódicos y polemiza con intelectuales como Umberto Eco, con el que hace cuatro años dialogó sobre cuestiones éticas como el sacerdocio de la mujer, el control de la natalidad, cuándo comienza la vida humana, o la obsesión laica por el nuevo Apocalipsis. Aquel sabroso intercambio de cartas se publicó en todo el mundo con el título ¿En qué creen los que no creen en Dios?.Afirmar, como ha hecho el cardenal Dionigi Tettamanzi, que una propuesta de Martini, y más refiriéndose a la convocatoria de un concilio, había caído en saco roto entre los 179 obispos reunidos en Roma se ha tomado como una impertinencia. Más que nada, por increíble.

Por eso ha causado irritación no sólo entre muchos y relevantes prelados, sino también entre importantes vaticanólogos italianos. Entre los primeros, se han alineado del lado de Martini, sin miramientos, los presidentes de las conferencias episcopales de Alemania y Bélgica, el obispo Karl Lehmann y el cardenal Godfried Danneels, respectivamente; el arzobispo inglés de Westminster, Vincent Nichols; el escocés Patrick O´Brien, arzobispo de Edimburgo; y Josef Homeyer, obispo alemán de Hildesheim y presidente de la Comisión de los Obispados de la Comunidad Europea.

El obispo español

"Es una propuesta que hay que tomar muy en serio", proclamó Nichols en defensa de Martini. Homeyer fue más lejos: "Las cuestiones que plantea superan las dimensiones de un sínodo. Como él, hemos pensado muchos otros". Más radicales han sido las quejas del escocés O"Brien: "El Concilio Vaticano II sancionó que los obispos somos vicarios de Cristo, pero Roma no lo piensa así", dijo antes de subrayar que cuatro de los diez miembros de la comisión sinodal en la que participó no habían sido elegidos por sus conferencias episcopales, sino designados por el Papa o la curia. Con ese sistema, explicó O"Brien, el Vaticano logró bloquear las propuestas incómodas.

Como es lógico, tampoco entre los obispos españoles hubo indiferencia por la propuesta de Martini. La posición de al menos un prelado español se conoció durante la conferencia de prensa en la que Tettamanzi presentó el mensaje oficial del sínodo.

Uno de los cinco prelados que arropaban al portavoz oficial, el arzobispo de Lubiana, Franc Rodè, dijo al primero de los cinco periodistas que se interesaron por el polémico concilio: "Ha venido a mí un obispo español y me ha dicho: "Lo sentimos, Martini". Rodé estaba regocijado porque, en su opinión, la castiza expresión del prelado español le parecía la mejor manera de afrentar al brillante cardenal de Milán. "Ciertamente, no causó ningún choque la propuesta de Martini", remachó el esloveno. Antes de ser enviado a esa delicada sede eclesial, Rodé trabajó muchos años en la curia, muy cerca del Papa y del cardenal Joseph Ratzinger, el poderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sus palabras, por tanto, le trascendían.

"Tuve un sueño", dijo al sínodo el cardenal Martini antes de poner el dedo en la llaga del poder compartido, la siempre aplazada colegialidad, una palabra que escuece siempre a la jerarquía vaticana. He aquí la frase del conflicto, referida a un tercer "sueño o augurio" para el porvenir de la Iglesia: "Es la posibilidad de nuevas y más amplias experiencias de colegialidad para afrontar juntos, con todos los obispos, aquellos problemas que la vida moderna nos pone delante, aproximando y comparando entre todos los múltiples lenguajes y las varias culturas en las cuales es vivido hoy el mensaje cristiano". Eso es lo que dijo Martini, ni una palabra más.

Pero la curia se lo tomó como una provocación, convencida de que Juan Pablo II siempre se opondrá a reformar el actual reparto del poder eclesial. Lo curioso es que ambas patas del gobierno vaticano (un Papa muy envejecido y una curia poseída de su autoridad), vivieron por edad, en los años sesenta, la experiencia del Vaticano II, en el que la rebeldía de los obispos, con la divertida anuencia de Juan XXIII, sacó de quicio al entonces secretario de Estado, el cardenal Ottaviani. En un Concilio el mando está en mano de los obispos, no de la curia, ni siquiera del Papa, y Ottaviani, que se dejaba llamar "el carabiniero de Dios", lo iba a comprobar desde la primera sesión. Cuando quiso adjudicarse la presidencia de las sesiones plenarias, un obispo le protestó y los demás aplaudieron contra el secretario de Estado, que, con un enfado insoportable, se ausentó del concilio hasta convencerse de que la revuelta era ya imparable. El obispo Wojtyla y el cardenal Ratzinger estaban allí.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_