El oro de Nápoles
La Filmoteca Española inicia esta tarde un ciclo dedicado a Vittorio de Sica, el cineasta que vivió el neorrealismo italiano desde la compasión, como acertadamente escribió Román Gubern. Es una tentación volver a ver Umberto D, por ejemplo, y compararla con El coronel no tiene quien le escriba, de Ripstein, y más que una tentación es una imperiosa necesidad sumergirse con los Totó o Sofía Loren en las historias cotidianas de El oro de Nápoles.El oro de Nápoles sigue estando hoy en su gente, en su locura sabiamente organizada, en sus calles llenas de ropa tendida, en sus melodiosas canciones, en sus encuentros de filosofía tan frecuentados por Gadamer o nuestro Emilio Lledó, en el teatro San Carlo, en las óperas de autores napolitanos del XVII o XVIII que recupera con tenacidad la Cappella della Pietà de Turchini. Volví a Nápoles el último fin de semana y tras la visita al impresionante Cristo velado de San Severo me encontré con decenas y decenas de novias también veladas, vestidas todas de color champán, y sacándose fotos en los lugares más inverosímiles. Nápoles, ay. Pero, en fin, hablemos de música.
El teatro San Carlo ha invitado a Antonio Florio y los turchini a escenificar óperas napolitanas en sus temporadas convencionales. Las representaciones se hacen en el teatro Mercadante, de dimensiones más acordes al grupo de instrumentos de época que maneja Florio. El primer título elegido ha sido La colomba ferita, ópera sacra o fábula mística basada en santa Rosalía, sus amores con Cristo, las alegorías entre los conceptos divino y profano del amor, y hasta el humor en dialectos locales con los personajes populares de un calabrés y un napolitano. La colomba ferita ya se había escuchado en versión de concierto en España, pero la complicada acción argumental alcanza su verdadera dimensión vista encima de un escenario.
Carlo Majer, el inquieto director artístico del San Carlo, invitó a Davide Livermore a hacerse cargo de la dirección teatral, y éste ha situado la escena en una iglesia en restauración, con andamios, escombros y obreros en camiseta, y también con un par de turistas despistadas guía en mano. Los personajes de la ópera, invisibles para los obreros y turistas, salen de sus estatuas y vuelven a cantar la música que para ellos compuso Provenzale, ajenos por completo a la vida real o figurada.
Un sector de los abonados del San Carlo ha decidido boicotear el espectáculo, tildándolo de irreverente. Los aficionados a la ópera son muy suyos y no permiten ningún tipo de bromas con las figuras sagradas. El atentado que ellos sienten es triple: les ponen una ópera barroca con instrumentos originales; les mandan a un teatro, el Mercadante, bonito, desde luego, pero sin el glamour del San Carlo, y les presentan en plan zumbón unos personajes intocables. A Carlo Majer le están poniendo a caldo. No gana para sustos. En Milán se hace cargo de la Orquesta Verdi en el nuevo auditorio, y Berlusconi le acusa de abanderar una conspiración comunista con Riccardo Chailly para poner contra las cuerdas a Muti y de paso a La Scala. Uno ve los follones que montan los italianos con estas cosas y regresa a España pensando que es un oasis de paz y entendimiento.
Florio y los turchini, en cualquier caso, han hecho vibrar al público en las 15 representaciones de La colomba. A los estupendos cantantes habituales de Florio -Roberta Invernizzi, Emanuela Galli, Daniela del Monaco, Roberta Andaló, Giuseppe de Vittorio, Giuseppe Naviglio- se ha unido esta vez la brava milanesa Gabriella Sborgi en el personaje de santa Rosalía. Es difícil explicarse cómo sobrevive un grupo como éste, de repertorio tan especializado, que cuenta, además, con un centro de estudios de música antigua napolitana y está metido en la asombrosa empresa de sacar 100 discos compactos para el sello Opus 111 (ya llevan nueve) con música escondida en librerías y sacristías.
A Madrid los trae por primera vez el Festival de Otoño, con una selección de ópera bufa napolitana similar a la que presentaron hace unos meses en Sevilla con un éxito apoteósico. Disfrutemos con ellos mientras mantengan su particular utopía. Totó, Sofía Loren, Vittorio de Sica, Antonio Florio: la vida continúa.
Babelia
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