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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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El árbol de Camus

Juan Cruz

Cuando ganó el Nobel José Saramago se dijo que la Academia Sueca había premiado a un testigo civil de nuestro tiempo, a un periodista que además hizo todos los oficios posibles, como Gabriel García Márquez, el ilustre antecesor colombiano; Saramago, se dijo, había elevado al nivel de obra de arte la preocupación por el ser humano y por el compromiso político.De Günter Grass se dice lo mismo ahora: su obra es la expresión escrita de la conciencia de un largo momento difícil de Europa. Es decir, que en dos años sucesivos los académicos reunidos cada octubre en Estocolmo premian la excelencia literaria, pero se fijan también en personajes que no han dejado jamás de estar contra esto y aquello, políticamente incorrectos o simplemente contestatarios, a contracorriente del pensamiento de sus sociedades, y también enfrentados al lugar común sobre la historia que se está viviendo.

Antes de ganar su Nobel, veinticuatro horas antes, Saramago protagonizaba en Francfort un coloquio sobre la supervivencia del comunismo; comunista él mismo desde siempre, al día siguiente recibió la primera noticia de su premio y enseguida le llamó Álvaro Cunhal, el dirigente más antiguo, y acaso más radical, del comunismo europeo. Esa militancia de Saramago no ha estado sólo en sus palabras públicas o en su trabajo de comunista de partido, sino que está en sus escritos, en sus novelas y en sus poemas, y aunque le hurgues en contra en la madrugada o en los momentos débiles del día, jamás da su brazo a torcer. Aun así, la Academia, a la que tantas veces se ha tachado de arbitraria, reaccionaria y despistada, decidió otorgarle el primer subrayado de las letras del mundo. Desde entonces, Saramago ha incrementado su actividad pública y no se conoce que haya disminuido el nivel de su actitud política respecto a las cosas que pasan en el mundo.

Y ahora le ha tocado a Günter Grass. En una Europa azotada por las secuelas del nazismo, no ha dejado de alertar contra la blandura que hoy se le opone a las distintas formas de fascismo, y una de esas formas es, según él, el nacionalismo rampante que ha destrozado como una bomba doméstica la faz política, social y cultural de Europa. Defensor de los marginados, ha contribuido a la formación de una fundación de apoyo a los gitanos, estuvo aquí con los gitanos españoles, se expresó radicalmente contra el modo que se había seguido la reunificación alemana y fue otra vez beligerante y acaso políticamente incorrecto cuando apoyó el trabajo de Javier Solana y de la OTAN en la lucha contra Milosevic.

Y sobre todo, desde El tambor de hojalata hasta Mi siglo, la novela que está a punto de aparecer en español, Günter Grass ha alertado contra la falta de memoria que da por hecho que el fantasma del fascismo se acabó cuando terminó la guerra: cuando le vimos en verano, en el Algarve portugués, nos preguntó por qué los españoles se habían olvidado de las responsabilidades de los que hicieron el fascismo; la memoria, nos dijo, nos ha venido muy bien en Alemania.

Esas posiciones no le granjearon nunca la simpatía de sus paisanos, sino todo lo contrario; así que cada vez que ha escrito un libro, sobre todo en los últimos tiempos, nunca ha sabido si la crítica despiadada que en algunos casos recibía se ha producido por su valor literario o por su actitud pública; algún crítico ha roto en público un libro suyo -Reich Ranicki, cuando apareció Es cuento largo- y sólo los numerosos lectores que le acosan cuando aparece en público le alivian de la sensación de que no es querido en su patria...

En esa misma visita le hablamos de Camus. En un tiempo, dijo, él fue marxista, en París, mientras escribió El tambor de hojalata, a principios de los cincuenta, cuando era un vagabundo alemán lavando las heridas de su tiempo con una obra que también fue un manifiesto. Luego leyó a Bernanos, a Miguel de Unamuno, y por esa vía se encontró con Albert Camus...

A la sombra de ese árbol ha ido fabricando sus libros, dibujando sus ranas perplejas y sus autorretratos misteriosos, y probablemente es del árbol de Camus de donde la Academia Sueca se ha sacado sus ramas de los últimos años...

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